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Violencia escolar: ¿Naturalizar lo inaceptable?

“Yo he visto como se burlan y empujan a uno; a veces me molesta, pero no me meto, ¿y si la cogen conmigo?”

Esta afirmación de un estudiante de una secundaria básica capitalina se complementa con lo que asegura una profesora igual de Secundaria: “Siempre ha habido golpes y burlas, pero ahora es peor. Yo creo que están más agresivos. Si se les atraviesa uno, no lo dejan vivir. La sociedad es violenta y las familias también”. 

Son testimonios recogidos por la reciente investigación Encrucijada entre violencia escolar y desarrollo humano sostenible, de la Dra. en Ciencias psicológicas Lourdes María Ibarra Mustelier, publicada el año pasado por la Revista Cubana de Psicología.


Foto ilustrativa: Jorge Luis González / Granma (archivo)

No pueden generalizarse sus resultados a todas las escuelas cubanas, pero sí sirven de bombillo rojo, de alerta luego de estudiar una muestra de 410 estudiantes de noveno grado, con edades 14 y 15 años, de tres secundarias básicas de La Habana; y 30 docentes con 43 años de edad como promedio, 16 de ellos con una experiencia profesional de más de 15 años, y 14 con más de de 5 años en ese bregar.

Al menos en los casos analizados, la violencia escolar ha dejado de ser un fenómeno ocasional para convertirse en una dinámica naturalizada, tanto por estudiantes como por docentes.
Los participantes en el estudio reconocen la existencia de violencia física, verbal y psicológica en la institución educativa, donde se percibe la triada de la violencia: víctima, victimario y espectador. 

Fue identificado hostigamiento, intimidación, exclusión, malos tratos, abuso de poder, acoso, así como como la agresión verbal y física, todo lo cual interfiere con el estado de bienestar y seguridad que debería caracterizar a una institución educativa.

Los profe

La autora asegura que “se observa una tendencia a culpabilizar a la familia del comportamiento violento de los adolescentes en el escenario escolar”. 

Así lo suscribe una de las profesoras entrevistadas: “Es difícil resolver aquí, lo que traen de la casa, que podemos hacer nosotros que no sea evitar hechos graves”.

La indagación indica que los docentes intentan ubicar las causas de la violencia escolar en el contexto social y en la familia en particular.  


Foto ilustrativa: tomada de elements.envato.com

Además, asumen el estereotipo de que las familias promotoras de los comportamientos violentos en sus hijos son aquellas de bajos niveles socio económico y cultural; lo cual la realidad se encarga de desmontar muy a menudo.

También el estudio recoge cómo, a diferencia de tiempos pasados, en el presente los padres establecen alianza con el hijo para enfrentar al docente, en vez de apoyarlo. 

Afirmaciones de los profesores como “Los estudiantes son así”, “No es para tanto” , “Ellos se entienden entre sí”, “Son muy inmaduros”, “Cuando crezcan cambian”…  recogidas por la investigación revelan cómo se pretende referir la violencia escolar entre estudiantes a las características de la adolescencia, minimizando así esos hechos.

 A la vez , también buscan atribuirlos a los rasgos psicológicos de algunos alumnos: “Lo que pasa es que él es agresivo, lo está viendo un psicólogo” o “Él es muy tímido, apenas habla, por eso se burlan, si se vinculara al grupo a lo mejor, las cosas cambiarían”.

Sin dudas, el entorno social se ha vuelto hostil. Las carencias y difíciles condiciones que hoy marcan la existencia en esta Isla han arreciado las manifestaciones de violencia en todos los órdenes; pero, al decir de la estudiosa, no se puede desconocer que una dimensión en la dinámica causal de la violencia escolar  es el propio contexto escolar, concretamente si existe una convivencia escolar distante a la concebida.

Lamentablemente, si se obvia el contexto escolar como una dimensión causal, ello condiciona una actitud ante el manejo de las situaciones violentas. 


Foto ilustrativa: tomada de depositephotos.com 

En consecuencia, los profe apelan a establecer vínculos controladores, autoritario para imponer la disciplina. “Si no te pones dura, se te montan y no puedes dar la clase; ya no tengo voz de gritar no dando la clase, sino regañándolos”, ilustra una docente. 

La investigación detectó que “Los docentes se sienten impotente ante una realidad que consideran los trasciende y pueden asumir una posición pasiva o de malestar por lidiar con esos hechos”.

Los muchachos

La Doctora Ibarra Mustelier detalla en ese estudio las conductas de victimarios, víctimas y espectadores.

En cuanto a los primeros, señala que aprovechan el desequilibrio y la relación de poder para someter a las víctimas, y no requieren de motivos para maltratar, hostigar, abusar, no aceptar lo diferente entre coetáneos.


Foto ilustrativa: tomada de juventudrebelde.cu

“Se cree cosa por las notas que saca”, “Parece un tanque, nada le queda bien”, son frases de esos agresores, quienes dañan la  autoestima de la víctima, a la vez que se perpetúa la relación de desequilibrio y se naturalizan pautas relacionales violentas como habituales.

Estudiantes y profesores reconocen diferencias entre quienes desempeñan el rol de victimario: Unos, se aprovechan de sus habilidades sociales, su popularidad en el grupo y lideran y manipulan a los otros para cometer acciones violentas con la aceptación del grupo. 


Foto ilustrativa: tomada de reporteconfidencial.info

Otros, enmascaran su baja autoestima y falta de confianza en sí mismo, buscando ocupar un lugar privilegiado en el grupo y para lograrlo apelan a intimidar, acosar o maltratar.

Por su parte, los testigos, observadores o espectadores son identificados por los participantes de la investigación como aquellos que permiten o propician las situaciones violentas y no reconocen que ellos también son violentados.

“Algunos, se convierten en compinches del victimario, hacen alianzas y lo ayudan. En otros casos, no abusan directamente, aunque observan, aprueban y estimulan los hechos. También, se observan testigos indiferentes, guardan silencio por miedo a que cambie la relación de abuso y se convierta en víctima. Se destacan los testigos defensores capaces de auxiliar, brindar y solicitar ayuda para cambiar las relaciones de desequilibrio de abuso imperante entre los coetáneos”. 

Cuando la rutina silencia el daño 

Una de las conclusiones de este estudio resulta particularmente dolorosa, preocupante: la violencia escolar está naturalizada, es vista como algo “normal”.

Y algunos estudiantes y profesores no identifican las conductas descritas como VE o minimizan su impacto en la subjetividad y en el entramado social. Solo admiten que existe violencia escolar cuando se trata de una  “manifestación de elevada intensidad, en la cual la víctima toma la decisión de autoagredirse o intentar suicidarse como vía de escape”.
 


Foto ilustrativa: tomada de westchesterhispano.net

La violencia escolar es multicausal y los contextos necesitan actuar con corresponsabilidad para prevenirla y contribuir al Desarrollo Humano Sostenible, asegura la investigadora, quien enfatiza: “ La habituación, la naturalización y la familiarización de la intimidación, el maltrato y el acoso, son vías para hacer aceptable lo inaceptable, para hacer admisible lo inadmisible, para internalizar una cultura patriarcal que admite, resignifica y reproduce la lucha, la agresión, el control y la competencia como un modo de ser en el mundo y de ejercer el poder al relacionarse con el otro”.

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