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Pensar el año nuevo

Pensarnos a nosotros, continuar y recomenzar, asumir el ritmo de la ola que retrocede para tomar fuerza, y vuelve más vital

somos como el mar

Cada vez que vuelvo a mi ciudad natal, busco el mar. Necesito esa paz, esos olores, los sonidos. Desde que no vivo en Matanzas, cada fin de año es una ocasión para reencontrarme con los pedazos de costa en los cuales he pensado muchas veces mi vida y mis rumbos.

Ahora voy con mis hijos y mi pareja. Juntos recolectamos los pedacitos de vidrio que el mar ha transformado en bellas piezas inofensivas, y los caracoles y conchas que decoran nuestro hogar y mi oficina. También escudriñamos cada espacio buscando la botella con el mensaje de algún náufrago.

Hasta ahora la botella no ha aparecido, pero esta vez, el mar embravecido por un frente frío había sacado mucho de los desperdicios que la inconsciente existencia humana hace llegar a él.

Zapatos, juguetes, bolígrafos, pomos, piezas plásticas, cuerdas… todo roto, arremolinado entre algas, haciendo la maravilla de mi hija que se asombraba ante la muñeca sin brazo y el pelo repleto de corales, y por las tapas brillantes bajo un tímido sol vespertino.

Allí, ante aquel paisaje, pensé que somos un poco como el mar: en tiempos convulsos, sale de nosotros lo que llevamos dentro: los hermosos restos de corales, y también los desechos inservibles. De la proporción en que hayamos cultivado cada cosa, u otras personas nos las hayan ofrecido, será el resultado que llenará nuestras orillas en tiempos de tormenta.

El mar saca lo que sobra
El mar siempre saca de él lo que le sobra. (Yeilén Delgado Calvo / Cubahora)

Claro que el mar no tiene opción, rendido está ante la acción humana; nosotros, por el contrario, podemos escoger llenarnos o no de luces y dejar entrar o permanecer en nuestras vidas a quien realmente lo merezca y nos aporte dicha y bondad.

Al despedir el año y empezar uno nuevo es inevitable ese balance, y la decisión de empezar o sostener proyectos personales, profesionales o familiares; y, asimismo, cambiar lo que ya no marcha.

El peligro está en hacer promesas para el nuevo año y no cumplirlas; quizá por eso el «monitoreo» a nuestras vidas debe ser constante y no solo de fechas especiales, para ajustar en el camino.

Yo, por mi parte, allí al lado del mar hice mi propio análisis de ganancias y pérdidas, de suertes y dolores, y confirmé que para sostener el planeta Felicidad lo esencial es mantener una actitud serena y recta frente a lo inesperado, y no dejar de sonreír y agradecer. Al final, aunque parezca frase de libro de autoayuda, la maravilla llega.

Lo que no depende de nosotros no se arregla por arte de magia, sino por una actitud coherente y sosegada ante el temporal; y por el afán de nunca dejar de sembrar en nosotros mismos, haciéndonos cada día más anchos de mente y de corazón.

Cuando vivimos la maternidad resulta imprescindible ese equilibrio: no podemos dar la paz que no tenemos.
Quiero poner al interior de mis hijos muchas conchas relucientes, y a la vez dejar que ellos me llenen a mí de sus algas fantásticas y que en los días difíciles y largos de ser madre, salga de mí siempre mucho más de lo hermoso, y que en su futuro no cedan fácil a la ira, la autocompasión o el desaliento.

Pensar el año nuevo es pensarnos a nosotros, es continuar y recomenzar, es asumir el ritmo de la ola que retrocede para tomar fuerza, y vuelve más vital, dejándonos en ese vaivén un sonido hermoso de piedra contra arena y en el aire el olor delicioso de millones de gotas de sal esparcidas en el aire.

Puede, claro, que acontezca un naufragio, pero también que alguien encuentre nuestro mensaje en la botella, o seamos nosotros quienes tropecemos con el mensaje ajeno.

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