Luís Hernández: Un duende de Caibarién
Era un día de esos de parrandas donde las pasiones de los cangrejeros se desbordan cuando puse mi mirada en aquel hombrecito blanco en canas y penetrantes ojos azules..
No podía creer que fuera él quien me había herido mi orgullo de lomero empedernido con el colosal trabajo de plaza que se elevaba al cielo ante mis atónitos ojos llenos de lágrimas y rencor. Mi barrio parrandero perdía por causa de aquel hombre bajito, canoso y de ojos azules que se me parecía a un duende. Fue así, no por casualidad, diría cualquier caibarienense, que descubrí a Luís Eugenio Hernández Hernández.
Carpintero
Pero al paso del tiempo y algo más curtido en mi acervo cultural, fue que vine a conocerlo, y su inmensidad de hombre multifacético me hizo limar poco a poco mis resentimientos de lomero apabullado por su innato talento de carpintero que supo aplicar de maravillas a la más importante manifestación popular de mi pueblo. Varios fueron los trabajos de plaza fruto del talento de Luís Hernández y que hoy algunos recuerdan todavía.
Músico Y tal como sentencia el refranero popular, a quien no quiere caldo se le dan tres tazas, yo era de aquellos que acudía alguno que otro domingo a la retreta de la Banda Municipal y, ya con gusto, me tropezaba allí también con aquel hombre de pequeña estatura, de pelo blanco como la nieve y ojos azules como el mar, para disfrutar verlo tomar la batuta con sus prodigiosas manos y dirigir la más prestigiosa institución cultural de Caibarién.
Pintor Luís Hernández es un pintor libre, si embargo no puede disimular su preferencia por Caibarién y su gente, el mar es un elemento imprescindible en su inmensa obra que supera los doscientos cuadros.
Maestro
La casita de Luís Hernández le sirvió de cobijo a muchos jóvenes, algunos motivados por la pintura, otros por la música y otros por la carpintería, es además la casa de Luís una inmensa galería a la que acuden hoy estudiantes de varias escuelas de su querido Caibarién.
Duende Hoy, quizás por aquella primera impresión que ocasionó en mi aquel personaje pequeño, canoso y de ojos azules como el mar, lo sigo viendo como un duende, un duende sabio, altruista, bueno, que cada vez que me asomo discretamente por una de las pequeñas ventanas de su humilde casita de tejas, me parece que aún me reta a sus 91 años.
Con los pinceles en las manos continúa este duende cangrejero plasmando en el lienzo, quizás, alguna parte de su querido Caibarién que no quiere que se quede dentro de su alma.