Esculturas bien pensadas

Puede haber tensiones entre las implicaciones simbólicas y políticas de una escultura, un conjunto escultórico… y su concreción estética. De buenas intenciones, y de necesidades mal atendidas sabemos mucho. El papel del Consejo para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria y Ambiental (CODEMA) en Cuba debería concebirse como una suerte de filtro —técnico, estético y contextual— que equilibre la carga simbólica de un monumento con su inserción responsable en el paisaje urbano, su calidad artística y su pertinencia cultural.
CODEMA nació en 1982 —y con su consolidación jurídica en 1985 como Consejo Asesor Nacional— precisamente con ese propósito: no solo fomentar la creación monumental y ambiental, sino estructurar un sistema de evaluación rigurosa, interdisciplinaria, capaz de evitar –o al menos moderar– los excesos del voluntarismo o las decisiones de último minuto, favorecidas por efemérides.
La normativa vigente en Cuba define con claridad qué debe ser una escultura monumental y una escultura ambiental: la primera destinada a conmemorar hechos, figuras o acontecimientos de “trascendencia histórica, política, cultural o social”; la segunda un propósito más estético, social o recreativo, con la intención de “enriquecer culturalmente un entorno determinado” —siempre integradas al contexto arquitectónico, urbanístico o paisajístico.
Este marco legal —y la intervención de CODEMA a partir de él— apunta a garantizar que cada obra monumentaria no sea mero adorno o mera propaganda, sino un acto consciente de memoria cultural, territorialidad e identidad colectiva.
Y sin embargo, los desafíos que enfrentan hoy estos procesos son evidentes. Con el paso del tiempo, muchos de los mecanismos que potenciaron a la escultura monumental y ambiental en los años 80 y 90 —concursos públicos, equipos interdisciplinarios, planificación urbana consciente— se han visto debilitados.
La precariedad de recursos, cambios en las prioridades urbanísticas, y una menor centralidad del arte público en algunos desarrollos recientes han llevado a que, en algunos espacios exteriores, prevalezcan “pretensiones monumentarias” mal calculadas: emplazamientos desacertados, materiales inadecuados o incoherencias entre el significado simbólico y el entorno urbano.
Por todo ello, la responsabilidad de CODEMA sigue siendo tan urgente como esencial. No basta con aprobar proyectos: hay que garantizar que cada escultura —monumentaria o ambiental— dialogue con su espacio, respete su entorno social y urbano, y contribuya al patrimonio colectivo sin convertirse en una decoración instrumental.
En tiempos en que el patrimonio cultural enfrenta el riesgo de la improvisación o de la desidia, CODEMA representa una barrera —perfectible, sin dudas, pero necesaria— contra la banalización del monumento y el deterioro de la memoria estética nacional.
