Cultura

La vida en versos: afrodescendientes

Hace unos años, para conmemorar el Día de África, me sumé al reto de publicar en redes sociales fotos con turbantes y agradecí la herencia de la cual me siento parte y deudora siempre:

Maferefun la tierra de nuestros ancestros, los hombres libres que arrastraron como esclavos hasta este lado del mundo. Ellos cambiaron el odio al opresor, el rencor del destierro, por una nueva patria; aplatanaron a sus dioses entre nosotros; abonaron nuestros surcos con sudor de sus cuerpos; sangraron cada milímetro de nuestra libertad, brazo con brazo, corazón de hermanos: negros, blancos, mulatos hombres y mujeres, que nos ganaron el derecho a llamarnos nación. Maferefun la tierra que ha alimentado al mundo al precio de su propia hambre, benditos los que le sanan las heridas, los que la saben madre, los que la defienden y la respetan…

Maferefum se traduce en el diccionario de yoruba a español como amar, pero en la práctica los religiosos ponemos en ese vocablo alabanza, homenaje, agradecimiento. Por eso lo repito hoy, cuando el mundo celebra el Día Internacional de los Afrodescendientes, mientras el continente más rico sigue siendo explotado y empobrecido y sus hijos siguen sufriendo el estigma de la discriminación.

El hashtag de aquella campaña, #TodosSomosAfrodescendientes, cobra sentido en los versos que publicó nuestro poeta nacional, Nicolás Guillén, en su libro West Indies, Ltd. (1934).

El abuelo

Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea
un negro el parche duro de roncos atabales.

Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.

¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;

que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.

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