Cultura

Jazz Vilá y su díptico teatral en Santa Clara

Farándula y Candela, dos obras que forman un díptico de un momento en la historia cubana, en el cual, aun cuando no se está contando lo más amable de la sociedad, persiste una búsqueda de lo bueno y lo bello

grupo farandula
Obra Farádula del director de Jazz Vilá Projects

Cuando culminó la obra Candela, del maestro Jazz Vilá, una niña de apenas 15 años fue hasta donde estaba el director y se le abrazó llorando. “Gracias por hacer esto, porque me impulsas a seguir en el mundo del arte” —dijo la muchacha. Delante de mí, la escena era casi tan genuina como lo puede ser el sentido humano de la belleza.

La compañía trajo hasta la sala Margarita Casallas de la ciudad de Santa Clara dos piezas de su repertorio más solicitado. Una, Farándula, que versa sobre una farsa llena de equívocos cotidianos en los cuales se evidencia la carencia moral de muchas personas en el presente que vivimos. Otra, Candela, que es la historia de una chica que transita por el universo del arte, pero de una forma disparatada, llena de accidentes y, sin embargo, encuentra la esperanza y la luz a partir de la catarsis del propio teatro. Ambas obras forman un díptico de un momento en la historia cubana, en el cual, aun cuando no se está contando lo más amable de la sociedad, persiste una búsqueda de lo bueno y lo bello a través del absurdo y la comedia.

Farándula es humor, pero posee el trágico trasfondo de la emigración interna en Cuba, en la cual hay episodios de todo tipo. Los personajes no solo se debaten en el abismo de un conflicto social, sino que transitan por una inmensa soledad. Esa huella tiene que ver con la imposibilidad de hallar un sitio en el mundo y, por ende, de construirse una identidad personal a partir de la cual adentrarse en su ser auténtico. Una doctora y su amiga se debaten entre historias de matrimonios fallidos y de hombres que no las quisieron para terminar tomando juntas un café sin azúcar en la sala de la casa. Un pueblo alejado de la capital provincial no se entera de los grandes espectáculos culturales de las ciudades y por ello no posee elementos que nutran su identidad, lo que hace que se pierda en el marasmo del submundo rural. Dos gays comparten un mismo apartamento, pero uno de ellos es de la región oriental de Cuba y vive una doble vida, solamente, para aprovecharse de su pareja. En esos dolores de la subsistencia diaria está el signo de una nación cuyos hijos no se conforman con una existencia intrascendente, sino que se reinventan en medio de las dificultades y realizan sus sueños. Uno de los miembros de la pareja gay, un artista auténtico, que ama sinceramente y que brinda su vivienda para establecer un proyecto en común, sufre la decepción de verse utilizado, pero sigue adelante.

La obra Farándula está escrita en forma de flashback, en el cual los personajes van narrando ante la policía su versión de los hechos. Eso le da mayor credibilidad a la trama, que está hecha a partir del pastiche y de lo deforme. En ese entrechocar de visiones opuestas el espectador debe encontrarse a sí mismo y también al sentido de la historia.

“En todo hay una arena movediza que hace que los personajes se precipiten hacia un agujero negro que será la escena obligatoria”.

En la estación policial se están recomponiendo los universos emocionales de quienes intervienen en la trama y al final, lo que más sobresale es un gran caos en el cual prima la búsqueda de sentido. El muchacho emigrado desde la región oriental quizás no sea tan negativo, sino que su medio lo llevó a ese punto. Si bien los fallos morales no son justificables en ninguna circunstancia, hay que ver al ser social en su medio y analizar la época y sus contradicciones. El artista, por otro lado, no es puramente virtuoso y aunque sabe de algunas de las cualidades menos halagüeñas de su pareja, sigue con él por huir de la soledad y por mera frivolidad. En todo esto hay una arena movediza que hace que los personajes se precipiten hacia un agujero negro que será la escena obligatoria.

En la galería de arte de la ciudad a la cual han acudido, el artista percibe la infidelidad del muchacho oriental con una mujer (la mejor amiga de la doctora). Todo termina muy mal, porque además la exposición versa sobre desnudos masculinos para los cuales no se obtuvieron permisos de consentimiento por parte del modelo. Acusados de escándalo público y de difusión de pornografía, van detenidos y a partir de allí se establece el flashback que ha narrado la obra.En realidad hay también en el trasfondo de todo un debate entre lo que es erotismo y pornografía, que es una manera sutil de plantearnos una pelea conceptual entre lo que es real y lo que es ficticio. O entre lo auténtico y lo inauténtico. ¿Era real el amor que habían hallado los personajes o se trataba todo de un montaje? ¿Es real el amor o solo una trampa de la soledad? ¿Y qué es lo real, a fin de cuentas?

El maestro Jazz Vilá nos ha planteado una parábola teatral con pocos recursos a partir de la cual podemos llegar a conclusiones filosóficas y a implicaciones estéticas que están por encima de lo representado. La sociedad es un universo moral donde casi todo está construido y donde, quizás, lo único verdadero sea la soledad. De ahí nuestra búsqueda de sentido en el otro. El muchacho oriental no solo busca una casa lejos de su región natal y la prosperidad material, sino un espacio habitable y habitado por otros. Por ende, en él existe también esa pasión ontológica de sentido. En el artista, que posee la necesidad de auto engañarse, ve en las imágenes y en el arte un escape de este mundo de falsedades y de placeres comprados. La doctora pasa por la vida con ese sabor tan amargo del café sin azúcar, ya resignada a que nada va a lograr más que estar sola. Ese agujero de identidad compele a los personajes a la caída y la desgracia. Por eso se trata de una farsa que posee un final trágico, pero un cuerpo en forma de comedia de equivocaciones y de metáforas que se mueven en el universo absurdo. Farándula posee desde el propio título un juego con ese mundo de abalorios que es el arte y que en ocasiones deviene precisamente en la farándula, o sea en una derivación menor que no alcanza los presupuestos más altos desde lo estético y lo conceptual.En cambio, la otra porción del díptico teatral, Candela, va más allá y se adentra en esa penumbra de la frustración profesional y de la falta de espacios para el arte genuino. Una joven, conocida por su sobrenombre de Candela, está a punto de realizar el estreno de una obra que supuestamente la lanzará a la fama, pero percibe que la realidad que la rodea es otra y que producto de diversas circunstancias, su intento no pasará de eso. El choque entre los sueños y las aspiraciones marca sobre su vida una mueca de dolor y de desgarramiento.

Un largo monólogo da paso a un diálogo con una cantante de shows nocturnos graduada de la escuela superior de arte. Ambas artistas comienzan a hacer el recuento de las muchas veces que soñaron con una trayectoria luminosa, pero quedaban en el camino, relegadas por la mediocridad de un proceso de decantación que privilegia, por ejemplo, formas como el reguetón y no las diversas modalidades del canto y de la actuación. Las dos mujeres son una especie de contrapunteo en el cual no solo hay virtuosismo y talento reales, sino la añoranza de que lo que es verdadero, auténtico, sea tenido en cuenta por un universo institucional que no está listo para acoger a dichas jóvenes.

Candela pareciera una de esas comedias que juegan con la estética kitsch del cabaret. En realidad, la apropiación de los códigos visuales y sonoros de ese mundo mayormente nocturno y de farándula es el trasfondo para contar los avatares de una generación joven que se niega a renunciar a su tierra como espacio para realizarse.

Lejos del conformismo, distanciados de lo común y de lo mediocre, los creadores se han de instaurar un submundo de conceptos y de aspiraciones a la belleza, aunque ello no se avenga con la realidad más inmediata, ni con las oportunidades que tienen a la mano. De eso se trata la obra, de una mujer que debe comprender ese sino y enfrentarlo. Su destino trágico es el del artista que lleva como un fardo esa condición y que es capaz de sufrirla y de tenerla como una bendita luz que duele y que muestra el camino.

Jazz Vilá ve en el teatro el vehículo para representar los dolores de toda una muchedumbre de creadores que no logran su sueño concretado y que, sin embargo, persisten en esa fuerza que los lleva más allá. En eso está, en parte, la ganancia de la obra, allí reside el portento de lo que se nos propone como espectadores. La dramaturgia no puede dejar que decaiga ese estudio de la sociedad, sino que sirve como acicate para el hallazgo de fórmulas críticas que deconstruyen los asuntos más álgidos. Nada queda fuera del proceso de representación en este caso, sino que el artista se adentra en un conocimiento de sí mismo, doloroso, del que sale fortalecido. Entre canciones y alusiones a la gran cultura universal, ambas mujeres realizan una velada que pudiera calificarse de espectáculo de lujo. Solo que están en la soledad de sus carreras, en medio de la tristeza de su no realización concreta.

Jazz Vilá posee una gran fortaleza que es el entendimiento del teatro como un todo. Ello incluye al público. La gente que estaba presente en la sala Margarita Casallas nunca va a olvidar los chistes y los momentos graves que, en perfecto equilibrio, están presentes en la trama. Y es que se trata de algo para pasarla bien, pero reflexionando, pensando en lo que somos y en lo que nos hemos convertido. Candela, desde su título, propone prenderle fuego a la realidad y destruirla para que renazca totalmente, a partir de las cenizas.

Si algo tienen en común las piezas de este díptico teatral es la búsqueda de sentido y de esperanza en medio de condiciones agrestes. Metáfora de la belleza en un panorama sombrío, mensaje que nos ilustra acerca del papel del arte en el mundo. Jazz Vilá ha querido que los que presencien las obras se queden impactados por los contrastes entre los personajes y por las resoluciones dramáticas que se proponen como parte de la trama. Trabajo actoral y dramatúrgico que es un portento de la concentración y del talento en el sello de alguien como Vilá, que hace un teatro en forma de farsa para que las personas lo decodifiquen en serio. El absurdo como vehículo para lo racional y lo deconstructivo.

Si en Farándula hay una burla en ocasiones a la propia banalidad del mal de los seres humanos, en Candela esa banalidad es apartada por el gesto hermoso del artista que se muestra capaz de la grandeza a pesar de los pesares. Si el fotógrafo termina siendo burlado en Farándula, las dos mujeres de Candela logran hallar una salida para las burlas que les impone el destino. Por eso hay que ver ambas obras y contrastarlas. Hay un rejuego interesante, un diálogo, una aportación mutua que quizás el propio Vilá ha concebido como una sutil técnica de vasos comunicantes que se contagian y enriquecen.

Farándula y Candela son dos obras que hablan con nuestra sociedad y la interpelan. Hay interrogantes fuertes, referentes, increpaciones de cómo vamos a resolver cuestiones existenciales duras, de nuestra verdad más íntima. Dos piezas que no van a quedarse en la caricatura de un momento, sino que poseen la fuerza para trascender más allá del debate más nimio. Cuba es de por sí un tema complejo, pero los grandes artistas se nutren de esa hondura humana y saben insuflarles a las obras ese aliento sano de la belleza. Hay en Jazz Vilá una pasión que no puede ser retratada por la crítica más tecnicista y es la voluntad de hacer, o sea, la auténtica naturaleza del demiurgo que crea un mundo frente a otro mundo real que no le gusta. El gesto del dramaturgo no se distancia con sofismas ni con fórmulas que están manidas, sino que se lanza a hacer un teatro en el cual están presentes los referentes clásicos, pero tonificados por las aguas de un presente que no se queda en la mudez.

Se trata de una forma de abordar nuestra realidad que no concluye en balbuceos, sino que posee toda la fuerza del teatro. En las tablas de la era isabelina hubo una frase que se ha quedado para el presente y que es signo de éxito para los actores y dramaturgos: mucha mierda. Y es porque el estiércol de los caballos en las afueras del teatro auguraba una gran cantidad de público.

Hoy se puede decir que el discurso estético de Jazz Vilá posee esa amplitud semiótica que alcanza a todos los espectadores y les entrega una parte de su esencia. Desde la niña de 15 años que quiere ser actriz y que se ve reflejada en Candela, hasta el profesional, el creador o el simple ciudadano que desea ver una obra donde se hable de su entorno más cercano. El teatro salva los silencios de las eras y nos empodera como personas, a partir de una belleza elocuente que no termina cuando baja el telón. Al culminar la obra, conversé con Jazz Vilá y es sorprendente la forma diáfana y sencilla con la cual comunica la savia conceptual de su dramaturgia. Pero más allá de eso, se halla a un hombre imbuido en el teatro, que piensa el universo teatralmente, que incluso vive inmerso en proyectos constantes y siempre les otorga una salida humanista, hermosa, alejada de los entornos más agrestes del mundo profesional competitivo.

Así uno se imagina las obras de un verdadero dramaturgo: comprometidas, pero bellas, con la sensibilidad de la mano del deber cívico y un mundo moral a cuestas. Jazz Vilá ha querido dejar este legado para aprendizaje de las generaciones que miran hacia los artistas con admiración, pero también como lo hace el alumno con el profesor. Cada acto que se haga en estas lides posee unas resonancias que trascienden el tiempo presente y a las personas que lo llevan a cabo. Esa es la naturaleza del arte.

Si ubicamos estas piezas en la era isabelina, se tratarían de comedias con un hilarante hilo dramático, pero que realizan una catarsis de su tiempo con hondas resonancias sociales, culturales, económicas y políticas. Pero en nuestro momento, esto va más allá y hay que hablar en el caso de Jazz Vilá de la hermosura transformada en fe en el ser humano. Existe catarsis, pero más que eso, vamos a presenciar lo que más vale la pena de nosotros mismos.

Cuando se sale de la sala Margarita Casallas del Mejunje y se deja atrás un escenario en el cual han sido representadas estas piezas, se siente la renovación. El teatro ha hecho su función estética y hay en las personas ese instante de pureza que les permite adentrarse una vez más en lo nimio de las suciedades cotidianas. Candela y Farándula, con sus propuestas entrechocadas, son el díptico perfecto para que bebamos de una savia infinita de saberes. Vilá ha tejido la contaminación entre estas obras y ya no seremos los mismos luego de probar el cáliz teatral. Más que espectadores somos también, de alguna forma, una creación del propio dramaturgo.

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