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Por ahí vienen los inspectores

Son funcionarios de un necesario servicio público, que exige un alto rigor ético

Esta mañana no encuentro la carretilla del rodante puesto de viandas; está cerrado el timbiriche mipimero de la esquina; ha desaparecido el que, sentadito y discreto, dice bajito; medicamentos… medicamentos.

El asunto se hizo claro cuando en las puertas de la panadería escucho, como un susurro: “Por ahí vienen los inspectores”

Y llegan los que vienen a inspeccionar; es decir, a vigilar, comprobar, investigar, auditar. Son funcionarios de un necesario servicio público, que exige un alto rigor ético.

Un inspector se convierte en un personaje que es tentado cada vez que sale en el ejercicio de sus funciones. Algunos no aceptan el soborno y defienden el duro trabajo de poner la cosa mala.

Otros, caen, o se dejan caer, se rinden y pasan por los establecimientos como quien cobra un salario adicional, y con el sombrero bocarriba; si pagas no hay preguntas ni chequeos, y todo va bien. Y te avisan con tiempo cuando aterriza la próxima visita.

Un inspector sale con la jaba llena, cobra en billetes o en especie, con productos de primera necesidad o de segunda; y termina por convertirse en socio del proyecto emprendedor.

No intente crear un cuerpo de inspectores para chequear a los inspectores, ni cortar cabezas; que esto se parece a La Hidra de Lerna, el mitológico monstruo de muchas cabezas, que cuando le cortaban una le salían dos. Hércules pudo al fin vencerla. Pero el héroe de este mito, no podrá vencer esta realidad que se mueve con un defecto que vienen desde los tiempos coloniales: La ley se acata pero no se cumple.

El asunto se vuelve dramáticamente cotidiano cuando pagar un servicio por la izquierda agiliza un trámite: Esto es, el muerto alante, y la gritería atrás El tema se complica cuando el despelote, descontrol y desorden, se convierten en evasión fiscal a gran escala.

El espacio de servicio público es privatizado en silencio, o cada vez con menor discreción. Los cubanos de a pie,y los de a carros también, se encuentran bajo el dilema de la necesidad de conseguir algo, y los medios ilegales para alcanzarlo: los valores normalizan otras conductas.

Por ahí vienen los inspectores, la visita anunciada; y se monta el escenario, y comienza una obra de teatro que no es la verdad sino la simulación de pequeñas y dulces estafas para sobrevivir con los tejidos dañados de la corrupción.

¡Ah, escobita  de Chibás!: vergüenza contra dinero. Tú sí que no te retiras de la escena, ni te manchas; sigues ahí, inspector de la ética, dando timbres en la conciencia.

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