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Una mirada a la distorsión más cuestionada

Poner orden a los precios en Cuba significaría resolver la distorsión de mayor cuestionamiento social. Y nadie aspira en la actual situación económico-productiva, porque este es un pueblo con los pies en la tierra, a que disminuyan todos los precios por decreto.

Lo que la gente aspira es a un stop al desorden muy criollo en que nadie sube un 10 o un 20 por ciento, aquí los precios suben al doble, al triple, y algunos hasta más de cinco veces.  

«Hay que producir más», dicen algunos con desagradable letanía, mientras la mayoría de bajos ingresos se siente desprotegida en esta carrera loca en que nadie baja nada.

Mientras leía hace pocos días que en la sureña Cienfuegos habían regulado el tomate a 50 pesos la libra, y la yuca, el boniato y el plátano a 15 pesos, meditaba: qué pena que no nos pongamos de acuerdo para hacerlo a nivel nacional, si a fin de cuentas los salarios son similares y se evitaría el trasiego de productos de una provincia a otra gastando combustible importado. 

Pero no es solo los productos agrícolas, en las pescavillas, como afirma la amiga Mirita Alba, sube todo de precio. El picadillo de pechuga empezó a 300 y de un día a otro subió a 350 y después a 400. Y quién desmiente a Héctor Carlos Del Sol cuando afirma que ahora te venden un paquete de croquetas de pollo a 150 pesos, que antes costaba 10, o sea, aumentó su precio 15 veces, y en la casa de la miel el último litro de miel lo compró a 145 y ahora vale 500. 

Leo que en La Habana regulan los precios del transporte privado y me pregunto por qué será tan difícil entender que las tarifas por kilometraje deben ser para todo el país como siempre fue. Para Eugenio Martínez «hasta que no se le ponga un bozal al dólar, cada vez que nos levantemos vamos a constatar que nuestra moneda nacional sigue en picada descendente y que ya muchos salarios son simbólicos». 

Si algo nadie discute es que Cuba es un pequeño país de clima tropical y todas las provincias pueden autoabastecerse de productos agrícolas, incluida la capital desde las fértiles tierras de los territorios aledaños. Y en los renglones no agrícolas la regulación sería menos cuestionable aún. 

El desorden de precios trae cambalache, corrupción, desvío de la producción y gasto adicional de combustible, entre otros males. Quien piense lo contrario, que lo explique, a ver si los demás lo entendemos de una buena vez.

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