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Contracrítica: Dilemas póstumos de García Márquez

en agosto nos vemos

Los círculos literarios de este momento solo hablan de una sola novedad: la novela póstuma de Gabriel García Márquez “En agosto nos vemos”. Este libro concebido en paralelo a “Memorias de mis putas tristes” viene siendo como el remake de aquel mismo conflicto, lo que en clave femenina. Una mujer, Ana Magdalena Bach, decide, luego de 27 años de fiel matrimonio, reencontrarse con el placer y el deseo. El texto de exactamente 71 páginas comenzó a surgir en la década de 1990 y se dejó de largo varias veces, ya que el Gabo tenía otras preocupaciones como por ejemplo sus memorias. Se trata de una obra que presenta un trazado estilístico irregular, en el cual se nota que la redacción estuvo detenida por largos intervalos. Eso posee un peso en la psicología de los personajes, muy minuciosa en el caso de la protagonista, pero pobre por ejemplo en el caso de su esposo, cuya alma queda en las sombras de un esbozo apenas pobre. Siendo esta una novela que lleva la firma de uno de los grandes del siglo pasado, tomó vuelo una expectativa sin límites, hasta que finalmente dio a luz este mes de marzo del 2024, cuando el mundo está en medio de rumores de una tercera guerra mundial, recién salió de una pandemia y no se halla sosiego ni paz en ningún sitio.

En este contexto, la lectura de “En agosto…” nos trae un aliento de tranquilidad. En las sociedades del cansancio, como dijera el pensador Byung Chull Han, lo que más se nos pide es trabajar de forma compulsiva, sin que tengamos tiempo para un ejercicio de contemplación y ello determina que nuestro silencio como civilización afecte fenómenos de apreciación como los de las artes. No es posible que el hombre retorne a un estado zen de belleza y de pensamiento si debe ser siempre productivo, so pena de caer en esa porción desechable de la vida. Entonces, el encuentro con la obra de Gabo, que proviene de un ritmo mucho más lento en la historia de la civilización, no solo es sanador, sino que nos impone un asunto harto importante: el individuo no solo quiere salirse de una lógica social que lo rompe y lo colapsa, sino que aspira a una realización interior desde los deseos. Ana Magdalena se lanza a un desenfreno que existe con ausencia de culpas ni de mandatos de fidelidad a su matrimonio. La felicidad que creyó establecida y única no era otra cosa que un espejismo que pronto se quebró ante la evidencia de que hay más proyectos de vida que no han sido explorados. La maldad de la civilización que nos clasifica y nos coloca en estancos se evidencia en el cuestionamiento de la mujer hacia la imagen de sí misma que hasta ese instante ella misma tuvo y que no iba acorde con sentimientos largamente reprimidos.

No ha faltado una crítica oportunista y de facilidades de juicio que ha visto en la obra póstuma de Gabo un vuelco político en el sentido de los más recientes movimientos relacionados con la mujer (en muchos casos enfermos de egocentrismo y de una frialdad materialista cruel); sin embargo, habría que colocar la novela en el candelero para verla más como un homenaje a la libertad del ser humano, que no mide si es de un sexo u otro para buscar su plenitud. En ese punto, el trazado de García Márquez falla y nos lega solo una versión parcial del conflicto. Con esto, nos faltan elementos para determinar la hondura de la relación entre Ana y su esposo, piedra angular que desata el arco de acciones. Si la novela posee una fuerza en cuanto a la psicología femenina, no se adentra en lo masculino en conflicto con el propio tema de la obra. Así, nos queda un sabor unilateral que ha sido aprovechado por los trasnochados críticos que, literalmente, quieren ver feminismo hasta en la sopa ya que para eso les pagan en sus medios hegemónicos del occidente colectivo.

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La novela parte de un cansancio, o sea de la sociedad que Chull Han ha dicho que está enferma no ya de las prohibiciones de la que fuera una colectividad marcada por las autoridades y el disciplinamiento, sino por la compulsión a ser competitivos y plenos en la producción material. El hombre y la mujer, además de este eje capitalista de la plusvalía, merecen amar, ser amados, descubrir el placer y establecerse en un punto que esté más allá de lo que les dieron como correcto y moral. Lo que existe en la obra de García Márquez es una pasión por la libertad que se nota en el tema de la vida de sus personajes y de esta forma podemos decir que este autor no tuvo tapujos para hacer de sus textos un vehículo de cambio. Sin embargo, teniendo en cuenta las ineficiencias de estilo y de trazado dramático de la novela, hubiera sido preferible que el escritor la trabajase más en la línea que nos tenía acostumbrados.

Hubiera sido hermoso si además de la libertad de ella, se hablase de la libertad del mundo. Quizás el tono hedonista y centrado en el cual se desenvuelve el personaje se torna por momentos alienante y distanciado de una racionalidad en el entendimiento de las relaciones humanas. Necesaria estructura psicológica del personaje que solo puede construirse desde la verosimilitud con una idealidad colectiva, aunque sea para refutar dicho orden establecido. La humanización de Ana Magdalena pasa por un tamiz en el cual solo se alude al deseo, especie de pulsión de vida de la que hablara Freud en su obra “El malestar en la cultura” y que no es otra cosa más que el propio eros. Si bien el personaje razona en concordancia con su experiencia y se compara por ejemplo con la vida de su madre, a cuya tumba va a llevar flores; se extraña ese salirse de sí misma y observar un mundo más amplio, aunque no lo logre comprender. A fin de cuentas, la finalidad de la literatura es esa, saber en qué punto todo comienza a volverse arte y cómo dicha transformación puede impactar a las personas para que asuman un cambio como seres humanos. Se opera a partir de emociones, pero se requiere ese instante de extrañamiento en el cual nos hallamos en presencia de una otredad. García Márquez era un maestro en dichos efectos de la técnica, logrando que los personajes hicieran inmensas traslaciones desde sus zonas de confort hacia el mundo del conflicto y de la ruptura coherente que no es otra cosa que la propia trama. Pero, aunque la novela sí se propone ir hacia esos horizontes en un inicio, su desarrollo a saltos la transforma en un intento polifónico que se queda en una sola voz y en el cual se extraña no solo la presencia del coro, sino la propia musicalidad.

La complejidad de la psicología de los personajes está dada por los matices en los cuales aparecen aquí y allá figuras que los sostienen y que le otorgan entidad. No se trata de la movilidad de arquetipos en medio de las sombras de acciones que no expresan una transformación del concepto o tema de la obra. Muy al contrario, el escritor sabe que tiene que asumir el reto de la otredad si quiere que su historia tome fuerza y coherencia. Y aunque Ana Magdalena es vehemente en la explicitación de su propia inconformidad con la vida que le tocó, no se trata solo de eso, sino de ser de alguna manera capaz de salirse de ese yo femenino y verlo desde afuera. En ese espacio ausente, Gabo debió construir una psicología otra que sirviera de antagonista y de contrapeso, una humanización de lo opuesto y por ende un andamiaje que no se caiga tras el soplo de la lectura de las primeras páginas. Difiero de la crítica que ve en esta obra de Márquez un desastre total, no se trata de un agujero de vergüenza en la producción literaria de este autor, aunque sí de una obra menor que no le hubiera dado el reconocimiento que él posee. Pero gracias a los dioses del arte y las musas, Gabo nos legó otros textos de inmensa trascendencia que incluso dialogan con esta novela póstuma y le dan en empréstito una parte del rédito que poseen.

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García Márquez no podía ser un autor totalmente posmoderno, de hecho, palpita en él una pre modernidad que lo acerca más a los maestros de la Edad Media que trazaban sus obras más de acuerdo a un universo emocional que racional. No quiere esto decir que no haya una coherencia en las propuestas del autor, sino que las imaginerías estaban en la cuerda de un mundo muy propio, en el cual las ideas y no las realidades eran lo válido. Claro, que todo ello determina en cuanto a los personajes una especie de tour de forcé. Hay que seguir siendo creíbles y verosímiles a pesar de que tus personajes salgan volando envueltos en una sábana o posean poderes telepáticos. La fuerza de un gran autor está en que es capaz de construir con respeto hacia el lector, pero llevando a las personas siempre hacia zonas en las cuales queda roto ese pacto y se nos hace vital reconstruirlo a partir de un efecto de estética. Eso se extraña en la novela póstuma, ya que más que un texto para conmover hacia una traslación, un cambio, se respira una inmanencia de la propuesta que intenta no apartarse del cliché que era la figura del Gabo. Es como si los editores lo hubiesen hecho a conciencia y de esa forma dejaran incluso elementos en la trama que a la postre son defectuosos. La calidad desigual y la exposición al mercado y la crítica de una novela como esta no solo son violaciones flagrantes a la voluntad de Márquez, sino que colocan al autor ante un juicio del cual no tiene la oportunidad de defenderse. Llegados a este punto, hay que analizar el peso que el mercado tuvo en la decisión de sus hijos y herederos.

Si Max Brod no hubiera desobedecido las órdenes de Franz Kafka hoy no tendríamos pasajes inmensos de nuestra literatura. Una porción de lo que es el alma del hombre atribulado del siglo XX hubiese persistido en el silencio. El albacea en tuvo la sabiduría de ver el valor de las obras y no quemarlas, como era el pedido del autor. Hubo, en todo caso, un interés estético e intelectual y no meramente de mercado. Con “En agosto nos vemos” no se asiste al mismo escenario, sino que por el contrario lo que se produce es una irrupción del comercio en la propia voluntad del autor. Lo que era honesto, preocupado por la obra, centrado en la propuesta narrativa; queda en un segundo plano y se impone el valor del proceso monetario. Hay una traslación del foco y ello deriva en una recepción bien especifica. Las personas no van a disfrutar de un libro en sí, sino del volumen que los hijos dieron a imprenta para poder ganar rédito. La marca de la bestia es indeleble, aunque el texto posea valores remarcables. No imagino a Brod pensando en el precio de “El proceso” en un escaparate de tiendas. Además de que el silencio posee valor intelectual, la voluntad no solo va de la mano de la honradez del autor, sino del reconocimiento del mismo sobre sus límites. Gabo nos lega, con su novela póstuma, la prueba de que el genio no siempre toca con afinación y hay que respetarle eso que es propio de la naturaleza humana y de nuestra sencillez como individuos.

“En agosto nos vemos” nos hace un guiño a dos símbolos universales y que están presentes en la obra de Gabo. Por un lado, el título hace alusión de alguna manera a “Luz de agosto” de William Faulkner, uno de los autores de cabecera del García Márquez. Dicho escritor norteamericano es un genio en el trazado de situaciones que constituyen viajes hacia el interior de los personajes, en los cuales ellos se desatan de los estancos y las cárceles psicológicas que los prejuicios les imponen. Por otro lado, existe en el título de la novela de Gabo una promesa, un optimismo, un reencuentro que se espera. Esto último presente en varias de sus mejores obras y que alude a la inmortalidad del autor, quien aún desde la muerte nos dice que nos veremos. Agosto, mes del calor en el hemisferio, de los veranos tórridos, es también una especie de sol ardiente en el cual se consuman todas las pasiones. El tema de García Márquez es la autenticidad de las emociones a costa de todo lo que parece estable, construido, racional. Por eso los personajes actúan dentro de un marco de acciones que para nosotros puede parecer incoherente o mágico, pero que expresa una realidad única, inobjetable.

La obra en cuestión puede moverse en paralelo con otras tantas y ser una especie de espejismo necesitado de esa polifonía con el resto de la producción del Gabo, pero eso es pretender que el juicio justo no se ejerza sobre un texto desigual, con zonas inacabadas, con intermitencias de estilo, con un trazado deficiente de los personajes y, para colmo, con silencios que son llenados de forma política por la crítica oportunista y pagada. Si “En agosto nos vemos” llega a verse en vida del autor, estoy seguro de que él no hubiera permitido que esos elementos se expusieran a la vista de todos. Cada quien conoce sus límites y se respeta a sí mismo.

Sin importar cuanto se le critique a la novela, lo cierto es que resulta esencial como ejercicio para conocer el arco de acción literaria de un autor que no solo ha sido clave en la segmentación de la narrativa actual, sino que incluso es capaz de llamarnos la atención con sus errores. Si bien no podemos aquí hablar del deber intelectual de un Brod, sino de la voracidad del mercado, es loable que el gesto comercial sea traspuesto en uno que se base en la propia movilidad de las artes, con lo cual queda zanjado todo hueco en la construcción moral de la obra del Gabo. Hay que leer esta novela y verla desde las circunstancias de una verdad polifónica en la cual García Márquez nos sigue hablando, pero ya convertido en una voz que escapa del mercado, que nos susurra detrás de los estantes de las librerías y que nos pide disculpas por los fallos que no alcanzó a arreglar y que ahora muchos le están atribuyendo.

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