Género e inclusión

Sin hijos por decisión: ¿una herejía?

Que una mujer diga que no quiere ser madre, a pesar de poder serlo, no solo escandaliza a muchas personas, sino que desata cuestionamientos invasivos

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¿Por qué una madre de dos decide escribir sobre las mujeres que no quieren serlo? La respuesta es sencilla. No escribo para decir: «La maternidad es lo más hermoso del mundo y no saben lo que se pierden». No. Lo hago para afirmar: las comprendo y las respeto.

Y ese modo de pensar no se basa en estar arrepentida de mi maternidad; sino, por el contrario, de vivirla a conciencia, analizando sus pro y sus contra, sus placeres y sus exigencias.

¿Por qué en el mundo de hoy, cuando hace rato las mujeres han demostrado que pueden hacer mucho más que parir, aún causa tanto desconcierto que algunas se atrevan a decir: no quiero ser madre?

Una respuesta muy resumida pudiera ser: porque rompen las reglas establecidas; y esas reglas siguen pesando en el destino de nosotras las mujeres, y pesando mucho.

El movimiento o generación NoMo (del inglés «not mother») –que ha puesto en la palestra pública un hecho irrebatible, pero soslayado y hasta ignorado: ser mujer no implica per se ser madre–ha acaparado titulares en los medios de comunicación durante los últimos años y suscitado debates «sangrientos».

El NoMo proclama que es posible una vida plena y con significado a pesar de no tener descendencia, y defiende que la maternidad pase de ser una ley natural universal y esperable, a una decisión individual, legítima y respetada.

Dentro del movimiento no solo hay mujeres que quisieron serlo, pero no pudieron por enfermedad, falta de la pareja adecuada, razones profesionales, etc., sino también otras que afirman que ser madres no está dentro de su proyecto de vida.

Para esta última determinación se esgrimen múltiples razones: la creciente población mundial, la complejidad de la existencia, la economía, no sentir el deseo de procrear, querer libertad para trabajar, viajar, etc.

De acuerdo a las propias experiencias vitales, podríamos discutir algunas o todas esas explicaciones. Pero, ¿tenemos derecho? La respuesta, creo, es un rotundo no.

A quienes desestiman la maternidad se les acusa de egoístas, irresponsables e infantiles; se las asusta con el panorama de una vejez solitaria y hasta se pone en tela de juicio su orientación sexual, como si cualquiera no fuese válida.

Tener hijos o hijas no asegura una vejez acompañada (si no, miremos muchas historias de vida que nos rodean) y es un acto que implica tanto sacrificio, tanto darse, que debería partir siempre del más profundo deseo. Debe ser una elección.

El desconcierto ante la negativa tiene en su trasfondo el patriarcado y la carga de estereotipos, muy contradictorios, que de él se desprenden, esos que aseguran que las mujeres sin hijos son «complicadas y amargadas», y a la vez que hay que ser más madre que mujer ( ¿eso qué significa?, deberé escribir de ello alguna vez); asimismo, que ser madre es lo más grande que nos puede pasar; y también que es mejor contratar a mujeres sin hijos.

No hay decisión de mujer que esté libre de cuestionamientos: si eres madre muy joven, o muy vieja, si tienes uno o varios, si priorizas su crianza o tu trabajo…

La población mundial no se extinguirá porque haya quienes no quieran reproducirse (de hecho, a los hombres no se les suele cuestionar por qué no tienen hijos); lo que sí es esencial para el mundo es que nazcan niños deseados y amados.

Desromantizar la maternidad es un proceso revolucionario, porque creará mejores maternidades. Para nadie es ya un secreto que hay madres arrepentidas de serlo, siempre las ha habido; varias personalidades han confesado públicamente que de haber sabido lo que implicaba maternar no lo hubieran escogido para sus vidas.

Las mujeres de hoy, al menos en los países donde se reconocen sus derechos, tienen más acceso a la educación, más responsabilidades y anhelos, y buena parte retrasa la edad de embarazarse, por eso lo piensan más y mejor.  En la actualidad es posible elegir, nuestras abuelas y bisabuelas no podían.

Saber que luego de hacerse madre la falta de sueño es brutal, que la pérdida de la independencia es considerable, que baja el rendimiento laboral y sube el estrés… debiera ser tan natural como decir que te hacen conocer el amor incondicional y llenan las horas de risas y mimos.

Estar preparada para los retos de un trabajo que es para toda la vida, las 24 horas (porque aún cuando los cuide la seño del círculo, la maestra, e incluso el papá, la preocupación está latente) y ejercerlo no por mandato social sino por convicción, puede implicar más gozo en la crianza, menos depresiones y violencias, menos niños con madres ausentes, criados por abuelas y abuelos; en resumen, más felicidad.

Realmente a nadie debieran importarle las decisiones ajenas en cuanto a la reproducción, ni debiéramos agobiar a una persona ( sea familiar o amiga) con la pregunta de «para cuándo la barriga», porque no conocemos las luchas que otras y otros libran, o simplemente sus deseos.

No obstante, mientras ese momento ideal llega, es esencial hablar sobre estos temas. Hay un dicho que dice que cada cual hace con su pellejo un tambor, pero no es tan simple. A veces se discute mucho sobre el tambor ajeno. Preguntarnos por qué nos dice de los muros a deconstruir.

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