Cultura

Lágrimas de aire

Lágrimas de aire tiene olor a tiempo y olor a fresco

“Amo a mi amo. / Recojo leña para encender su fuego cotidiano. / Amo sus ojos claros. / Mansa cual un cordero / esparzo gotas de miel por sus orejas. / Amo sus manos / que me depositaron sobre un lecho de hierbas (…) Amo sus pies que piratearon y rodaron / por tierras ajenas”.

La primera vez que escuché este fragmento inicial del poema “Amo a mi amo” en la voz serena, invocadora, de su propia autora, agucé el oído, sentí que me hundía en arenas movedizas, que vivía acaso un “suspens lírico”. ¿Por qué trillos desconocidos me empujada la poeta? Y anclé mi mirada en su mirada, mis ojos en sus ojos, adiviné el ancestro estremecido, tembloroso, ante esta chica que confesaba algo tremendo, algo que adquiere en este libro una eufonía distinta en la lengua de Shakespeare, una encarnadura semiótica, otro espesor: “I love my master”, según la traducción de David Frye.

Luego, hilando las palabras, cuando sobrevino el final, mi cabeza rodó:

“Amo a mi amo pero todas las noches, /  cuando atravieso la vereda florida hacia el cañaveral / donde a hurtadillas hemos hecho el amor, / me veo cuchillo en mano, desollándolo como a una res sin culpa. /  Ensordecedores toques de tambor ya no me dejan / oír ni sus quebrantos, ni sus quejas. / Las campanas me llaman…”

Esas campanas están sonando siempre, unas veces a rebato, otras en un tintineo íntimo, profundo, inevitable. Y la culpable, la grandísima culpable, es Nancy Morejón, una de las voces más notables de nuestras letras, Premio Nacional de Literatura en 2001. La Casa Editora Abril, siempre joven, apuesta al vigor de la creación, una marca que no conoce edad.  Una vez más, es cobija y es nido, al entregarnos un libro a varias bandas, al confirmar aquella certeza del legendario coreógrafo Mijaíl Fokine, de que “un arte inflama al otro”.

Y es que, en este título no solo está la poesía, es decir el delirio, es decir lo inasible; sino que asoma como mancuerna perfecta, como cuerda pulsada por similares pasiones y similares angustias, el grito sordo, el arcano, el palenque creativo del reconocido pintor, escultor e instalacionista Juan Roberto Diago Durruthy (Roberto Diago). Y, por si fuera poco, se suman el trabajo fotográfico alrededor de sus piezas y la traducción de los poemas al inglés. Traducir poesía, ya se sabe, es como bordear un acantilado.

Una voz notable en los estudios del arte y las letras del Caribe, especialmente de la heredad afrocaribeña, como la doctora Juanamaría Cordones-Cook, deja sentado en el prólogo el origen de esta antología “generada a partir de una lectura bilingüe de poemas que Nancy Morejón realizara escoltando tres magníficas exposiciones de instalaciones, esculturas y pinturas de Juan Roberto Diago (…) en la Universidad de Missouri y Stephens College (Ciudad de Columbia, abril de 2024)”.

El libro Lágrimas de Aire, que ha sabido recorrer todos esos caminos, devela como pórtico una pieza de Roberto Diego cuyo pie reza: “De la serie Hombres libres”. Apenas dice, pero acaba diciéndolo todo en esa obra de madera ensamblada. Su hendidura es un surco, es una oda, es una advertencia. Y luego, como si fuera poco, como un solo de flauta, llega Nancy:

“Mi madre no tuvo jardín / sino islas acantiladas / flotando, bajo el sol,

en sus corales delicados. / No hubo una rama limpia en su pupila /

sino muchos garrotes”.

A lo largo de este libro hay muchos sacudimientos: ora una pregunta, una rama, ora una espina. O una caja de luz, una madera, una foto, como la pieza “Mi señora” (procúrese la página 76). Hay que decirlo, Nancy y Roberto, Morejón y Diago son dos cimarrones con ese “sentido de pertenencia intransferible”, que bien le apunta la Cordones-Cook.

Ambos creadores se funden en estas páginas, cada uno a lo suyo, y sin embargo, ya no es posible desligarles. Hay en estas páginas una curaduría fina, una urdimbre de letras, de objetos, de resonancias, de sentidos. La editora Nayelis Herrera Martínez, el diseñador Carlos Javier Solís, el colectivo que  hizo posible el libro, que lo pensó, merece encomio.

Presentar un libro de poesía es una tarea ardua: la poesía es siempre un diálogo de subjetividades, es tal vez la más personal de las creaciones. En estos tiempos tan desangelados, tan “reparteros”, la poesía tiene mucho que hacer, mucha paja seca por convertir en oro. Digámoslo al modo martiano: no hay para “exacerbar el fuego poético, como morar entre los que carecen de él”.

Lágrimas de aire no necesitó demasiados versos, tuvo los justos. Es una aventura con su tinte guilleniano, en ese develar “el parche duro de roncos atavales”. No por gusto su autora estuvo (está) cerca del poeta que dio vida a José Ramón Cantaliso, aquel de “Duro espinazo insumiso”.

Lágrimas de aire tiene olor a tiempo y olor a fresco. Será un libro que marcará, con la misma gracia, con igual donaire, con la imponente sencillez de esas mujeres que anota Nancy: “(…) que van  alzando / marchando, / cosiendo,/ martillando;/ tejiendo,/ sembrando, / limpiando,/ conquistando, / leyendo,/ amando”.

Nancy Morejón

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