Cultura

¿Quién define qué es “ser Cuba” en Miss Universo?

El algoritmo de las redes me muestra una y otra vez la misma noticia: Lina Luaces representará a Cuba en Miss Universo 2025, certamen –polémico de por sí– que se realizará en noviembre en Tailandia. Los medios replican la información y lo curioso es que, la mayoría, agrega detrás del nombre de la concursante, “hija de la reconocida presentadora Lili Estefan”. Los hilos del poder, y las noticias mediáticas, siempre siguen la ruta del dinero.

Lina no nació en la mayor de las Antillas. Representó a la provincia de Santiago de Cuba en Miss Universo Cuba –concurso que por segundo año consecutivo se realiza en Miami– y nunca ha pisado esta región oriental; ni siquiera habla fluido el español. Vale señalar que no es objetivo de este artículo cuestionar la “cubaneidad” de los residentes en el exterior o su vínculo con el país en el que nacieron, aunque no vivan en él. La esencia del debate es mucho más profunda.

La elección de Luaces ha generado una intensa polémica: la joven de 22 años, nacida y criada en Miami, Florida, pretende representar a un país donde nunca ha vivido. Su designación plantea serias dudas sobre la autenticidad de su conexión con la Cuba actual y refleja un problema mayor: la creciente desconexión entre las representantes de belleza y las realidades nacionales que supuestamente encarnan. Además, este caso reabre un debate necesario: ¿puede alguien ajeno a la realidad cotidiana de un país personificarlo ante el mundo? Y más allá, ¿debería Cuba participar en este tipo de certámenes?

El proceso de selección en sí mismo genera suspicacias. Miss Universo Cuba se organiza desde Miami bajo la dirección de empresarios venezolanos cuya conexión con la cultura cubana resulta, cuando menos, difusa.

Aunque promueven el evento como un “homenaje a la diversidad cultural”, la composición del jurado y los organizadores, así como los patrocinadores que van desde clínicas de cirugías estéticas, boutiques, marcas de ropa, hasta restaurantes de esa ciudad, sugiere que priman los intereses comerciales sobre el conocimiento auténtico de la realidad nacional. Resulta significativo que figuras como Prince Julio César y Faddya Halabi, conocidas en el circuito de concursos, pero ajenas a la cotidianidad cubana, sean quienes decidan qué mujer representa mejor a la nación caribeña.

Por otro lado, la designación de Luaces como embajadora nacional resulta particularmente problemática al examinar su trayectoria. Su carrera en el mundo del fitness y el coaching de bienestar responde a parámetros típicamente estadounidenses, alejados de las prioridades que enfrentan las mujeres en Cuba.

Miss Universo exige que sus candidatas encarnen la esencia de sus naciones, pero ¿cómo podría lograrlo alguien cuyo marco de referencia es el privilegio de la élite de la diáspora en Miami? Pero esta decisión de seleccionar a una cubanoamericana no parece casual. Revela una estrategia de presentar una versión edulcorada de la cubanidad, alejada de las complejidades políticas y sociales que definen la vida en el país antillano.

¿Por qué Cuba no participa en eventos de este tipo desde 1960? La decisión fue consciente y fundamentada. No se puede obviar el trasfondo de una industria que lucra del show, del entretenimiento, de la belleza desde una mirada superficial, concursos que cosifican a la mujer reduciéndola a su apariencia física, imponen estándares estéticos eurocéntricos y clasistas, funcionan como vehículos de propaganda consumista y distorsionan el verdadero rol social de las mujeres. Detrás de supuestas historias de superación, hay un guion pensado para atraer a la audiencia, y entre más consumo, más ingresos. Así funciona el mercado y la industria del entretenimiento.

Frente a este modelo, Cuba construyó un paradigma alternativo donde el valor femenino se mide por contribuciones concretas en medicina, educación, ciencia y deporte, no por medidas corporales.

El caso Luaces no es aislado, sino sintomático de cómo opera esta industria: privilegia a quienes tienen recursos para competir, comercializa las identidades nacionales, silencia las voces de quienes viven la realidad cotidiana y homogeneiza las culturas bajo parámetros occidentales.

Forma parte de un fenómeno más amplio: la mercantilización de la identidad cubana como un producto despojado de su contexto real.

El perfil público de Lina, centrado en el wellness y la moda, responde más a las tendencias del mercado estadounidense que a las prioridades de las mujeres cubanas. Esto no sería problemático si no pretendiera erigirse como representante de una realidad que claramente no es la suya. La pregunta crucial sigue siendo: ¿puede alguien que no ha vivido las contradicciones, logros y desafíos de la Cuba contemporánea realmente personificarla ante el mundo?

La verdadera representación requiere algo más que apellidos cubanos: exige una comprensión profunda y una experiencia directa de la realidad que se pretende encarnar.

Cuba no necesita validarse en escenarios que celebran la superficialidad cuando cuenta con mujeres reales que construyen el país desde diversos frentes. La verdadera belleza cubana no se mide en pasarelas, sino en laboratorios, aulas, hospitales y campos deportivos.

La noticias superficiales sobre Lina, sus rutinas, outfits y estilo de vida se comparten una y otra vez en las redes como si ella fuese la mujer cubana que hay que imitar. Este debate nos obliga a preguntarnos qué tipo de sociedad queremos construir y qué valores estamos dispuestos a defender.

Vea además:

http://www.cubadebate.cu/especiales/2023/06/22/concursos-de-belleza-un-reflejo-superficial-de-nuestra-sociedad/embed/#?secret=JDH4AEFnCE#?secret=OMednYnttU

Tomado de Cubadebate

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Medio de información alternativa que alerta sobre campañas de difamación contra Cuba. Publica noticias y análisis con un tratamiento objetivo de los hechos. Muestra los intereses que el poder global oculta para mantener sus privilegios. UCI, La Habana, Cuba. editor@cubadebate.cu

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