El canto estremecedor de las infancias
¿Qué era el mundo antes de ella y él? ¿Qué era la madre antes de las cabecitas recostadas en su hombro, y esos suspiros tibios, acompasados, que preceden al sueño? ¿Antes del olor a sol, y a playa amanecida, y a dulce rosado y pegajoso? ¿Antes de las barriguitas mullidas, y los pelos revueltos?
¿Cómo podía haber una vida cuando no estaban sus ojos de preguntar, y las voces inconfundibles, y las ocurrencias más bellas, las inigualables?
¿Será que todo empezó con ese dar a luz que es alumbrarse?, ¿que el verdadero Big Bang fue el llanto que anunció la nueva vida, una donde el caos ordena las prioridades, y hay aprendizajes, sobresaltos, orgullos; así como todo el amor para la construcción de un nido en el que puedan crecer sanos, fuertes, respetados, para que su mañana sea de utilidad y de bien?
Cada niña y niño que nace, además de para la familia, es un nuevo comienzo para la Tierra, para la especie, para su país. En ella y en él se perpetuarán los saberes y las historias, y se gestarán las semillas de lo nuevo.
Por eso conmueven: pareciera que todo lo desconocen, pero nos recuerdan las esencias; por eso alegran cualquier sitio donde estén: porque viven desde la sorpresa, el desprejuicio, el atrevimiento.
A quienes han crecido irremediablemente, la niñez les recuerda que el futuro es un hogar siempre por construir, y que nuestro paso fugaz por el universo merece que entreguemos a quienes vienen detrás un mundo más justo, más limpio.
Desdichados los que no quieren oír el canto estremecedor de las infancias, porque no comprenderán el crimen espantoso de hacer llorar a una niña de hambre, ni de sepultar a un niño debajo del escombro, o hacer que el ruido de las bombas impida a los pequeños soñar con olivos verdes, y mariposas de colores, y campos florecidos. Quien les hiere el cuerpo o la inocencia, quien los ocupa en sobrevivir de la metralla, atenta contra la humanidad entera, sea uno, sean miles.
Que toda madre pueda acariciar los cabellos de su prole con ternura, y maravillarse con lo que le ha nacido a ella, y a todos; y ese resto cuide, ayude. Que el Día Internacional de la Infancia pueda celebrarse con globos, y payasos, y papelitos brillantes en todos los rincones del planeta. Que, a cada segundo, la vida se refunde con el asombro alegre de una niña y un niño.