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Del amor maternal más puro

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Para un normal y completo desarrollo en diferentes esferas de la vida, el ser humano necesita del apoyo de madres, padres, tutores y otros familiares

Sobre las madres, difícilmente pueda decirse algo nuevo. Hijos e hijas de todas las épocas y generaciones han moldeado alguna definición con mucho acierto. De ahí que cada palabra o frase permanezca viva en líneas convertidas en Poesía, Arte, Filosofía e Historia.

Nada nuevo puede decirse de las madres, pero lo dicho como gesto positivo, tendrá la diferencia correcta, el equilibrio perfecto, si los proveedores saben hacer la tarea. Las madres son únicas —ya lo sabemos—; y así de sublime es también el amor maternal, que aunque en otras formas, puede emanar de cualquier persona de buenos sentimientos.

Las atenciones de las abuelas hacia los nietos encuentran sitio en una dimensión especial, en tanto otra muy conocida y admirada pasión es la de las tías por los sobrinos. Casi siempre, relaciones así son parte de un proceso natural que se convierte en dinamizador de la vida y aportador de sentidos.

Del campo a la ciudad, o viceversa, madrugar no es una opción para la mayoría de las madres, es un ritual diario. A veces con las botas puestas para desafiar el lodo, ordenar la granja y dar los “buenos días” con una taza de café; en ocasiones con zapatos de tacón alto para antes de llegar a la oficina hacer escala en el círculo infantil y dejar un beso que dure hasta la tarde.

En casos de mayor fortuna, las abuelas y las tías contribuyen al cuidado de las infancias y adolescencias. Soportan las “colas” para comprar pan y otros alimentos; ordenan con cuidado la mochila; sugieren modos para aprehender los contenidos de las asignaturas; abrazan en tensos momentos de enfermedad; y hasta toman el mando de cualquier vehículo para generar alivio ante problemas de transporte.  

Los sacrificios van uno tras otro, pero hay instinto maternal al inicio y al final del día. Lo mismo en la insistencia al despertar para que la impuntualidad no marque el destino, que en el regaño necesario si hubo poco cuidado en preservar la limpieza del uniforme escolar. Les pertenece además el don de la compañía oportuna ante el descalabro en un asunto amoroso o en algún examen. Quien quiere de tal forma sabe, y en ello también se implican padres, tutores y familiares de diferentes géneros.

Sabemos además que en la educación compartida entre la familia y la escuela, quien guía desde la casa es pilar esencial. La maestría con que se transmiten enseñanzas validará el actuar de los discípulos en cualquier edad, lugar o situación. Consejos y acciones no estarán desprovistos de defectos, pero la voluntad de encaminar hacia el triunfo será invariable.

Pasados los años, las descendencias conquistarán victorias o no, pero el vínculo prevalecerá como lo más importante, incluso, sin reparar en lazos sanguíneos. De cualquier forma, convendrá desde el rol de hijos e hijas —por derecho o elección—; proveer afecto, dedicación y entrega a quienes ponen su amor, tiempo y esperanza en cada proyecto, en cada sueño compartido. Hermosa forma también de sembrar en nuevas vidas la anhelada semilla del más puro amor maternal.

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