Novios de cristal
Atracción platónica la que generan las figuras inaccesibles en la tele, pero a veces la vida va al revés…
La crónica hoy no va de la llamada generación de cristal, sino de esos personajes de novelas, deportes y películas que nos roban el alma cuando ocupan pantalla, especialmente en la televisión.
Las amigas de Senti2 hablan mucho de eso, y hasta se disputan a los susodichos, elegidos de manera visceral o por sus cualidades físicas, histriónicas o trayectoria humana. ¡Vaya fantástica expresión de posesividad erótica!
Yo sonrío pensando en que tengo cristales de esos (al menos que recuerde), pero son reales, no platónicos: primero fueron mis novios y luego empezaron a acaparar cámaras por sus oficios, uno en el arte, otro en la política.
Ah, mira, sí: hay un par más que cumplen los requisitos, pero de manera clandestina… O sea, uno fue mi novio de pocas semanas, y resulta que aparecía en la tele furtivamente, como sombra de otras figuras importantes (y mira que aquella sombra estaba grande y apetecible). El otro era figura en sí mismo, pero lo que tenía conmigo era un coqueteo sabrosón sin mucha consecuencia. Al poco tiempo confesó que estaba casado y en esas aguas yo resbalo, pero no me hundo mucho…
Ahora recuerdo otra historia medio graciosa: el protagonista de una de las primeras Aventuras de la tele que me encantaba por su viril ternura, tenía un doble en mi propia cuadra, y yo, niña precoz, suspiraba por el de blanco y negro (años 70) y daba vueltas alrededor del otro, sintiéndome la Aurora de este Lagardere de barrio.
Hasta que se casó, y la recién llegada espantó a las mocosas inofensivas de sus alrededores. Más tarde fue mi profe, y yo lo veía tiza en mano y seguía esperando que sacara el florete en uno de esos movimientos elegantes tan suyos.
El artista de marras siguió haciendo aventuras, pero yo crecí a mi aire y me identificaba más con la conflictiva muchacha vestida de macho hasta el final de la serie que con su salvador, o su padre, o su fiel sirviente.
Una historia del vidrio que pudo ser y no fue es la del artista brasileño del que ya hablé por acá en una crónica. No digo que hubiera llegado a nada físico, pero hubo una química muy linda y si no fuera tan seca para alimentar relaciones en la distancia tal vez hubiera mantenido una linda amistad.
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De los dos que clasifican a todas luces, uno fue el “primer hombre” (qué frase tan picúa), a quien conocí cuando hice las pruebas para entrar al ISA, cuando me dio por ser artista, pero era el año del auge del sida y mi mamá se las apañó para hacerme cambiar de idea. Ese fue más novio de ella que mío, pues por raro que suene, tenían más temas de conversación en común, y eso me hacía flipar de desesperación.
A la larga no se portó nada bien, pero me alegra pensar que la ruptura la puse yo, luego de descubrir que había otra historia paralela con alguien más maduro (qué cliché), según leí en la papelería que ladinamente me dejó a cuidar mientras iba de vacaciones a su natal Guantánamo.
A su regreso dejé suelta a mi gitana interior y por primera vez descubrió a la mujer que (sin saberlo aún) estaba perdiendo. Al otro día lo despaché sin más explicaciones… justo como hizo mi mamá con mi papá en circunstancias parecidas, de las cuales nació esta servidora.
Ese personaje se graduó pronto, hizo teatro, hizo novelas y aventuras y ya despues le perdi la pista.
El otro novio de cristal hizo televisión de forma sistemática por varios años, y como mis parejas sabían quién era y lo que significó en mi vida, los ataques de celos eran épicos si me sentaba a verlo o escucharlo, así fuera el tema y no el ponente lo que llamara mi atención (¡mentiraaa!!!).
En los últimos tiempos sale poco, pero cuando lo hace, Jorge me llama para que lo vea, más por broma que por otra cosa, pues aprendió a admirarlo en las historias de la familia y por su propio desempeño cotidiano.
- Consulte además: El Guardavías de tu corazón (+Video)
Lo divertido del asunto es que tambien me ha tocado al reves: resulta que ahora soy la novia radial o del vidrio de algunos hombres que me llaman o escriben, y un par de ex alardean un poquito de que “la temba sexosa” fue algo suyo.
Uno hasta me visitó en la peña con su actual pareja para que yo le confirmara a ella “lo nuestro”, y en cuanto se distrajo con otro del grupo la doña me preguntó por qué no había hecho mejor trabajo al “educarlo”, a ver si hacía más y alardeaba menos… Aquello derivó en una consejería medio rara, camino al Coppelia, de la que me estuve riendo mucho tiempo después.