Especiales

Una mediocre puesta de sol

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A juzgar por el capítulo final, João Emanuel Carneiro y su equipo de escritores estaban ansiosos por terminar Nuevo sol, porque en la última entrega de la telenovela brasileña todo pareció matar y salar.

Muy poca imaginación, soluciones bastante forzadas y hasta cierto regodeo «humorístico» de dudoso gusto… ¿A alguien le pareció gracioso que el hermano y la cuñada del protagonista terminaran perdidos en el mar mientras todos se divertían en la fiesta previa del carnaval?

Dejar esa historia abierta no es muy gratificante que digamos, por más que se presentara como una nota de color.

Pero no es la única perla. Además de la significativa cantidad de villanos regenerados (en la comida de graduación de Manú celebraban armoniosamente personajes que en algún momento se pedían la cabeza… y trabajaban enfáticamente por conseguirla), además de tantas reconciliaciones casi inverosímiles, hubo que soportar que la villana principal (asesina múltiple, mujer sin remordimientos) tuviera un final feliz.

La delincuente Laureta, que vivió como una reina durante su breve paso por la cárcel, decide hacer carrera política. No es inocente el planteamiento, tiene que ver con el contexto, y no precisamente desde una posición progresista. Jugando a ser incisivo y beligerante, el autor le escamoteó al público la satisfacción de que los malvados tuvieran el castigo que merecían, que es lo que se espera de una telenovela de toda la vida.

Aquí todo lo pagó la desequilibrada Carola, redimida también por su postrer sacrificio.

Esas relativas fracturas de la tradición no parecen motivadas en Nuevo sol por una vocación auténticamente transgresora. Al final esta ha sido una propuesta chata, sin mucha enjundia, con una caprichosa y venial línea argumental.

Ya habíamos comentado acerca de la dilación de la his­toria, la introducción de tramas irrelevantes, que no aportaban mucho al planteamiento gene­ral, con tal de mantener entre­tenido al auditorio. Es práctica habitual, pero demasiadas veces se rizó el rizo.

Y aquí, para colmo, esos regodeos atentaron en buena medida contra la cohesión y la coherencia de la propuesta. De hecho, los autores no dudaron en violentar las concepciones iniciales de algunos persona­jes, con tal de adaptarlos a las necesidades emergentes de la narración.

En la recta final se rectificó en cierta medida el tiro, pues la intriga y la revelación final (los padres perdidos de Carola) parecían lo suficientemente atractivas como para sostener las peripecias… para caer en definitiva en un cierre insustancial, de escaso vuelo, pese a la música y el confeti de la última escena.

En resumen: el espectador debió perdonar no pocas incongruencias y soluciones más o menos drásticas o apre­suradas de varios personajes y conflictos.

No hemos vis­to la mejor de las telenovelas de Carneiro, hubo aquí bastante lugar común y trampas no muy imaginativas. La suficien­cia de la puesta en pantalla y la empatía con el elenco salvaron no pocos escollos… pero el saldo no es particularmente provechoso.

Una telenovela más. Una telenovela menos. Un ocaso mediocre, que seguramente pasará al olvido con el próximo amanecer. 

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