Cultura

“Paren el mundo: me quiero bajar”

Se desconecta el pasado con el futuro y todo se resume al instante del pequeño acontecimiento que es rápidamente, y a la velocidad de la luz, sustituido por otro que nos borra la memoria y no permite ni la atención ni el asombro

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Dicen que Mafalda no quiere bajarse del mundo, sino que el mundo mejore. (Francisco Mendes/Pixabay)

Es una frase usualmente atribuida al grafiti de las protestas de mayo de 1968 en París. Otros la relacionan al caricaturista Quino, quien se supone que la expresó desde su Mafalda en 1964; sin embargo, Quino negó en varias oportunidades que esta expresión le pertenezca.

Pero hay un dato de interés sobre el origen de la frase, el 2 de octubre de 1962, se estrenó en el Shubert Theatre de Nueva York, el musical de Leslie Bricusse y Anthony  Newley con el título: “Stop the world- I want to get off”. El musical se presentó desde 1962 hasta 1964. En definitiva, se trata de una expresión legitimada en lo popular.

Dicen que Mafalda no quiere bajarse del mundo, sino que el mundo mejore. Lo cierto es que la conocida frase parece venir como anillo al dedo para el mundo en que vivimos caracterizado por la velocidad que proporcionan las nuevas tecnologías.

El conocido urbanista y pensador francés, Paul Virilio, ahonda en los peligros de la velocidad absoluta y su poder destructivo. Nos encontramos ante las puertas de lo que llama, dromocracia o poder de la velocidad que altera la noción de tiempo histórico y del espacio geográfico.

Ya no se trata de la realidad sino del “tiempo real” que nos permite estar en varios lugares a una misma vez sin necesidad de estar presentes, todo sucede desde lo instantáneo que anula el tiempo local. El hombre alcanza el don de la omnipresencia y al mismo tiempo es bombardeado por sucesivas imágenes que aceleran la historia, sin oportunidad de reflexionar, tan solo de reflejar.

Se desconecta el pasado con el futuro y todo se resume al instante del pequeño acontecimiento que es rápidamente, y a la velocidad de la luz, sustituido por otro que nos borra la memoria y no permite ni la atención ni el asombro.

Ante este desbarranco de luces y estímulos, la narración puede convertirse en un camelo, algo falso de una realidad distorsionada a tal punto, que hoy la fotografía no sirve de evidencia y la voz puede ser clonada para robar un discurso o un tema musical.

Mientras todo eso sucede, se ha producido lo que Paul Virilio llama, la “globalización de los afectos”. Se sincronizan a nivel planetario las emociones y las opiniones. Se estandariza el pensamiento, o mejor, el “no- pensar”.  ¿Nos enfrentamos a nuevas formas de esclavitud? Por lo pronto la llamada libertad de expresión, parece que no se ha enterado que vivimos en un mundo que produce cadáveres y mentiras. Y la libertad y la democracia tienen que enfrentarse al empuje de la velocidad.

Ahora el hombre y la máquina se funden, como en la imagen de El Jinete Rojo de Carrá.  Y “La máquina de la visión”, en el pensamiento de Virilio, se encargará de ver por nosotros, expulsando las antiguas formas de representación humana. Hemos llegado al tiempo anunciado por Paul Klee: “Los objetos me perciben” Y todo sucede en la velocidad que seduce, y anula.

No se trata de echar en el basurero de la historia, a la tecnología y el valor de la velocidad, pues nos quejamos cuando la conexión es lenta, el asunto no es ralentizar el tiempo ni regresar a los ritmos medievales, de lo que se trata es de reflexionar sobre nuevas realidades que alteran los cimientos de la identidad y la memoria que sostienen la cultura.

La academia, el arte y la reflexión política, no pueden estar ajenas a que el mundo avanza, “como carretón pal muelle”, como diría mi abuela, hacia lo que Virilio llama, “el totalitarismo de todos los totalitarismos”: El pensamiento único global.

Es necesario el ejercicio de la crítica, la reflexión, el encuentro con lo natural, la revelación del asombro y del acto de mirar con atención. Salvar la palabra como un acto de amor que nos deje reconocer al otro desde la alegría de un abrazo.

Tengo ante mis ojos, “La isla en peso” de Virgilio Piñera, y no voy a decir que “la maldita circunstancia del agua por todas partes” ha sido sustituida por la maldita velocidad por todas partes, solo quiero detenerme, sin prisa, en un verso: “El perfume de la piña puede detener a un pájaro”

Es que no se trata de bajarnos del mundo, no se puede detener el giro de los astros, el asunto es sencillo y difícil, se trata de que la velocidad en la ventanilla del tren no nos deja ver el paisaje, y un hombre sin el paisaje no tiene muebles para el pensamiento y la belleza.

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