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Abel Santamaría decidió ceñirse la estrella que ilumina y mata

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El 20 de octubre de 1927 fue un día más en la calmosa existencia del pueblo de Encrucijada, en la actual provincia Villa Clara, pero para el matrimonio de emigrados españoles de Benigno Santamaría y Joaquina Cuadrado, residentes en la localidad, resultó una jornada de alegría por el nacimiento de su hijo Abel Benigno.

Las anécdotas lo muestran como un niño cariñoso, apegado a la familia, quien desde los primeros años sobresalió como alumno aplicado, interesado por la vida y obra de José Martí. Compartía la merienda con otros condiscípulos más pobres.

Muy joven trabajó en la tienda del batey del central Constancia, hoy nombrado Abel Santamaría, donde conoció de las luchas del líder azucarero Jesús Menéndez.

Parecía que su destino, a pesar de su sensibilidad ante la situación desfavorable existente en su Patria, sería consagrarse al estudio y el trabajo honrado para ascender  en la vida.  En 1946, con 19 años, decidió trasladarse a La Habana en busca de nuevas oportunidades.

Pero otra alternativa llegó a su vida cuando después del golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952, conoció a Fidel Castro y le comentó a su hermana Haydée: “He conocido al hombre que cambiará los destinos de Cuba. Se llama Fidel Castro y es Martí en persona”.

La admiración fue mutua y Fidel, quien se encontraba en la preparación de lo que posteriormente sería el asalto al Cuartel Moncada, confió de inmediato en aquel joven alto, que no demostraba ninguna estridencia en sus palabras y lo introdujo en las reuniones preparatorias,  muchas de las cuales se realizaron en su apartamento en las calles 25 y O, en la barriada del Vedado.

Fue, además, uno de los pocos que conocieron todos los aspectos del plan insurreccional y un mes antes de las acciones del 26 de julio, el máximo líder lo envió a Santiago de Cuba  para preparar la llegada de los futuros atacantes a la segunda fortaleza militar del país;  con ese fin alquiló la Granjita Siboney  y creó las condiciones necesarias para el recibimiento de más de 150 hombres.

Minutos antes de partir de la Granjita hacia el cuartel, Fidel lo designó su sustituto en caso de muerte, que consideraba muy probable, y tuvo que imponer su decisión pues Abel quería de todas formas ir en la vanguardia del ataque.

De esa forma, junto al médico Mario Muñoz, su hermana Haydée, Melba Hernández  y otros jóvenes tomó el Hospital Civil Saturnino Lora, aledaño al Moncada.

Refirió su hermana Haydée que al saber que la acción militar del Moncada había fracasado le dijo: “…el que tiene que vivir es Fidel, porque si Fidel vive, la Revolución vive”.

Cuando Abel cayó prisionero la soldadesca lo golpeó salvajemente,  le clavaron un bayonetazo, le sacaron los ojos, pero no habló. A su hermana le mostraron su ojo ensangrentado, pero ella tampoco habló.

El joven de Encrucijada murió a los 25 años, cuando la juventud del Centenario del natalicio de José Martí fue a rescatar al Apóstol de la afrenta en que sumió la dictadura a la nación.

Tuvo otros cuatro hermanos que le sobrevivieron  y todos siguieron su ejemplo y se consagraron a la Revolución: Haydée, Yeyé, la Heroína del Moncada; Aldo, Comandante del Ejército Rebelde; mientras  Aida y Ada también lucharon  contra la tiranía de Fulgencio Batista desde el clandestinaje.

Abel Santamaría, de quien Fidel expresara que era “el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes”, decidió ceñirse la estrella que ilumina y mata, al decir de Martí.

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