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¿Qué hacer cuando te persiguen los recuerdos?

Como la vida es compleja y no color de rosas a veces tenemos episodios que quisiéramos borrar de nuestras mentes y sucede todo lo contrario, están ahí presentes, nos acompañan y emergen en momentos de todo tipo para recordarnos que tiempo pasado no siempre fue mejor. Y nos preguntamos por qué es tan retorcida la mente que es capaz de olvidar hasta la fecha de cumpleaños del ser querido, pero no un pasaje que de pensarlo causa dolor.

Así es. Para esos malos recuerdos que quisiéramos olvidar, en la mayoría de las ocasiones es imposible silenciar lo que nos lastima y aunque no hablemos mucho de ello son verdades incómodas quizás en categoría de herida irreversible. Puede que intentemos callarlo por miedo, educación o comodidad, pero eso no garantiza que desaparezca.

Ciertas remembranzas se instalan muy profundo en la psique y a pesar de repetirnos “no pasa nada” es solo una ilusión peligrosa que puede ofrecer intranquilidad, remordimiento y tanto sentimiento negativo como sea posible. Puede que lo creamos superado y de pronto se manifiesta transformado en un monstruo. Callarlo nunca será la solución.

Querer ignorarlo y al mismo tiempo sufrirlo es un comportamiento común aupado por la vida moderna bajo la falsa narrativa de que silenciar lo que nos molesta es un acto de fortaleza, que aguantarse es de personas maduras o que expresarlo es sinónimo de debilidad, de quejica melodramático.

Importante es saber que si no nos amigamos con el pasado o si no intentamos entenderlo o lo aceptamos como tal, como que ya se fue, no nos dará calma. No sirve desconocerlo o ni siquiera conversarlo y hacer como si no hubiera ocurrido porque entonces es cuando más intenso se siente.

Cada asunto es muy particular, pero parte del “dejar ir” puede radicar en analizar lo ocurrido y concientizar que ya pasó. Tal vez ayude el desahogo y no repetir “no pasa nada” porque muchas veces es una mentira enorme que fractura la integridad emocional y el mal recuerdo se instala como un huésped no deseado porque el silencio encapsula.

No obstante, pasar página es difícil cuanto más doloroso es, y como es imposible manejar la mente como si por un botón oprimido pudiéramos borrar una experiencia, tocará intentar convivir con el recuerdo porque no se evaporará. Para que el daño sea el menor posible conviene acudir a terapia si los pensamientos son recurrentes y torturan. ¿Por qué nos sucede? Pues resulta que el cerebro graba a fuego los eventos cargados de emociones fuertes como mecanismo de supervivencia. Es como si nos dijera, esto te dañó, aprende y no lo repitas.

Existen consejos simples para aprender a convivir con esos recuerdos que creemos que nos persiguen, pero que en realidad somos nosotros mismos quienes les damos vueltas en la cabeza. Ya que existen debemos cambiar la relación que tenemos con ellos. La transformación de cómo los vemos puede ser un proceso largo porque la mente intenta aferrarse al sufrimiento, y cuando pedimos olvidar en realidad lo que deseamos es liberarnos del dolor.

En no pocas oportunidades el desahogo ayuda muchísimo. Y en cuanto a ese fantasma que no tiene la cara muy bonita hay que mirarle de frente y decirle (decirse) “Fue muy doloroso, me permito sentirlo, soy fuerte y me niego a quedarme atrapado en el recuerdo”. Recordemos que intentar olvidar es un sin sentido. No obstante, el mal pasado no es una prisión sino solo una cicatriz. Sanar no significa que el dolor desaparecerá por completo sino que no le permitamos que controle el presente.

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