La peña de Federico: una huella necesaria*

La madurez y fortaleza de La peña de Federico no es solo el resultado del empeño del colectivo que lidera el dramaturgo, actor y escritor Maikel Chávez, es también la conjugación de saberes y oficios dispuestos a ser parte de una obra que evoluciona, por los acentos de la investigación y el compromiso de sus hacedores con nuestros niños.
Estas ideas las compartí en la red social Facebook desparramando complicidad con un proyecto que amerita socializarse todavía más entre los nichos de las familias cubanas, donde se decide el destino y el horizonte de los más pequeños.
Es, además, competencia de los medios reciclar las potencialidades de la Peña como sujetos con un encargo social relevante y apuntar sobre esta plaza de confluencias artísticas, más allá de lo estrictamente informativo. Incluyo en este inventario a los decisores de políticas culturales; por la lucidez de dicho empeño amerita bocetar una gira por todo el país. Será de utilidad, no solo para los niños, niñas y adolescentes; también para los que edifican y promueven cultura en los más exigentes espacios comunitarios de la isla.
Los signos de La peña de Federico transitan por los derroteros de lo performativo de largo aliento escénico. Inspirando resortes que apuntan a construir voluntades y aquilatar certezas educativas, estos hacedores se imponen con cada entrega. Sus acciones en el retablo cinematográfico parten de estudios y abordajes experimentales que trascienden lo meramente lúdico.
La razón de este proyecto o al menos una de las más trascendentes, es edificar valores, saberes y grandezas en los niñas, niños y adolescentes. Así de sencillo, así de grande, así de hermoso.
El telón de fondo de la Peña no resulta secundario. Una pantalla de cine se erige como un abrazador telar que acoge símbolos, palabras, sonidos y bandas sonoras, donde emergen metáforas, estímulos y relatos. Dispuesta a ser parte de una puesta en escena jerarquiza los estímulos de una fiesta de yuxtaposiciones, enriquecida por legítimas apropiaciones y se desnuda con la luz y el calado de resonancias cómplices. Es el recurso del mestizaje que evoluciona como un puzle de sorpresas ascendentes, erigidas narraciones y puntos de giro.
¿No es acaso esta experiencia lúdica, secundada por el poder del cine, un probado recurso formativo? Sí, solo que tan vigoroso arte nos emplaza, nos conmueve, nos interpela, como parte de un nimbo de significados donde el centro es la confluencia del todo participante.
La sociabilidad, el dialogo entre iguales y diferentes, la convergencia de generaciones, mezcladas en un espacio excepcional, son parte de los resultados visibles, resueltos en un solo acto, a veces en dos; toda una dramaturgia secundada por muchas escenas. La posición de los actuantes no define su protagonismo, ese rol cambia en correspondencia con las pautas de un guion, a veces impredecible.
Los comportamientos y las actitudes cívicas se aprenden también en estos escenarios, generalmente asumidos en diálogos y jerarquías donde la privacidad importa. Esa premisa se practica en La peña de Federico como veladas insinuaciones, sin denostar o suplantar los mandatos de la familia, que es el centro de nuestras vidas. Despojados de didactismos baldíos sus gestores materializan este propósito, proyectando respuestas artísticas donde la palabra tiene un poder, no solo metafórico, también narrativo.
En otro plano del espacio cine los públicos toman por asalto las lunetas, convertidos en actores de las ocurrencias y retos de Maikel Chávez y un dialogante: Federico, de orejas prominentes y descollante desenfado. Estos conductores del todo le dan riqueza y vitalidad a cada cita de los sábados.
En torno a ambos personajes se incorporan, —en pensadas latitudes— titiriteros, trovadores, poetas del ingenio, actores circenses, payasos, más toda una gama de voluntades, no siempre perceptibles.
Sobre los cimientos del cine La Rampa se congregan también otros plurales participantes poco visibles y anónimos, dispuestos a desgranar pasión en un espacio de luces y sombras, distingos de una sala que merece reverencias.
La delgada altura del proscenio se diluye entre el flujo de actores y público, anclando su existencia en una ruptura del horizonte lo pone en visibles interrogaciones. No es un asunto matemático; tampoco un desafío sobre planos vertebrados que son parte de heredadas convenciones en torno al espacio cinematográfico. Este se advierte como parte de la intencionalidad de los gestores de este juego, dispuestos a sembrar estelas de expresiones que habitan en nuestra memoria.
La naturaleza social de nuestra especie nos exige diálogo de idas y vueltas. Sin apenas darnos cuenta, se produce una expansión de reacciones sembradas en el minuto uno de cada secuencia sabatina. Los nichos del cine emergen como un poderoso aposento de humanismos; ataduras sinuosas que nos labrábamos con el tiempo en este lugar de culto se desgranan sin necesidad de puentes o puntos de fuga.
La vitalidad de los públicos se exacerba como expresión de los influjos de los muchos que interactúan, que son partes de las trampas de empeños multiplicados.
Son tan solo estos, unos discretos apuntes sobre un proyecto que exige de escrituras mayores. Mientras algún otro se anima a escribir un texto de mayor calado, lo dejo claro: La peña de Federico, es una huella necesaria.
La Habana, 19 de agosto de 2025.
Galería de fotos (cortesía de La peña de Federico)





*Artículo tomado de https://cinereverso.org.