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¡Nuestra!

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La Plaza empieza siendo un murmullo apenas, el de quienes llegan con la madrugada naciente y se tienden sobre la hierba a descansar el poco o ningún dormir; y el de aquellos que arriban luego en una afluencia tranquila, sostenida.

Poco a poco los murmullos se hacen los cientos, los miles de voces que comentan lo del día a día, el chiste, la peripecia, el 1ro. de Mayo aquel del otro año, y si se llenará ese largo sendero que lleva a la Plaza; porque la Plaza no es solo la explanada hacia la que Martí mira, sino –y sobre todo– los caminos que en ella desembocan.

Clarea el cielo, y los ojos se vuelven al punto a lo lejos, el que hay que alcanzar, y que nunca es tan hermoso como en la hora antes de que todo empiece.

Hacia el corazón de la Plaza se va formando un río, y entonces ella se vuelve el «viste que se llenaba», «péguense a la orilla que después perdemos la formación», «nunca había estado en un desfile aquí», «esa única vez en que yo vi a Fidel…», «esto es impresionante».

Suena el Himno que cada garganta multiplica, se oye el discurso, y el río avanza, inmenso, y ya la Plaza es un algo vivo, donde uno dice bajito: «aquí no se rinde nadie», y luego lo grita, y la voz se quiebra en el «viva Cuba», y llora una extranjera que no se cree lo que ve y es, de pronto, cubanísima.

La Plaza es la conga, el «nadie goza como yo, nadie baila como yo», el «imagínate a mi Cuba sin bloqueo», y el «yo soy el punto cubano que en la manigua vivía cuando el mambí se batía con el machete en la mano». Así como es el avance lento pero gozoso donde se mezclan la pancarta de una empresa con el cartel de otra, y este bloque con aquel, y todos responden «aquí» cuando llaman, porque nadie hay que no sea la misma cosa, ni el joven norteamericano, ni el mecánico, ni la periodista.

Al fin Martí. Ampara allá en lo alto y, bajo su mirada, en el pecho de quien oye que mencionan el lugar donde trabaja cabe la Plaza, que es el país, y la bandera, y el sol que empuja con la fe en el mañana del se podrá.

Nuestra la Plaza. Nuestra la Revolución. Nuestra la Isla. ¡Nuestra!

Foto: José Manuel Correa

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