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El periodismo puede sanar a la gente

periodismo cuba

A lo largo de mi carrera como periodista he conocido colegas que poseen un talento inmenso, pero poca precisión para la ética profesional. Las ganancias que pudieran darles sus inmensos dones se van por el caño de acciones que contradicen el legado que nos dejan en sus escritos.

Eso me ha servido como escuela, si bien como dice el refranero popular, nadie escarmienta a partir de la testa ajena. El periodismo es una profesión que posee hondas resonancias morales o sea no se puede realizar si la persona no sabe que se mueve en el siempre pantanoso terreno de las arenas movedizas de la opinión y que ello nos transforma en seres muy fuertes, pero a la vez extremadamente frágiles.

Se trata de un fino ejercicio de equilibrio entre el bien y el mal, pero no en el sentido más pedestre, sino meramente humano, formativo. La carrera no solo se aprende en las aulas, sino que cuando se choca con la realidad se produce un crisol que o te derrumba o te solidifica. De ahí que tantas personas abandonen el periodismo no bien salen de las academias y ven que su destino era trabajar en otras cuestiones.

Los códigos profesionales y gremiales han establecido pautas siempre incompletas que describen el ejercicio y que determinan normativas de respeto. He ahí hacia donde tenemos que ir como garantes de la verdad y de la libre opinión, que no quiere decir que se diga cualquier cosa, ni de la forma que sea. El profesional debe, ante todo, poseer un sentido de las resonancias emocionales, humanistas de su mensaje, preguntarse para qué sirve lo que va a dar a conocer y a quién beneficia.

Y es que las cuestiones más nimias no poseen la misma cualidad cuando las lleva un periodista, que si las propaga otro ser humano. El portador resignifica la verdad y la transforma en una verdad con elementos de contundencia y de búsqueda de sentido. De ahí que la construcción de la conciencia dependa tan hondamente de la labor de los comunicadores y que ello determine tantas cosas buenas y malas que son cruciales en estos momentos en el mundo.

El periodismo cubano además se hace en condiciones materiales muy duras, en las cuales pesan los salarios que no cubren las necesidades, las emisoras de radio o de televisión que no poseen buenos estudios ni cámaras, los asuntos referentes al personal y su éxodo que golpean al sector y lo desprofesionalizan.

Y un largo rosario de temas que establecen un valladar entre la realización de los sueños y la realidad y que determina muchos más procesos lacerantes en materia de ética y de hallazgo de metodologías para el trabajo en conciencia, comedido, centrado en los resultados positivos de una búsqueda de sentido de lo social y no solo en las cuestiones del ego o del periodista que se mira el ombligo.

Porque el gremio nacional posee además la particularidad de que se ha construido con una noción del colectivismo que deviene beneficiosa. Pero esto no es causa para que queden aplanados los estilos, las maneras diversas, las aristas artísticas que construyen un discurso y que debe poseer siempre la originalidad de la cultura de quien lo enarbola.

Eso es lo que se quiere del periodismo cubano, pero que para lograrlo no basta con los congresos, con las reuniones y los mítines de barricada ni mucho menos con cursos que apenas resumen cuestiones generales. Los profesionales deben leer de forma diaria, chocar con los conflictos y hacerse a sí mismo a partir de los caminos más pedregosos.

Conozco al menos de un par de colegas que, al no provenir de la academia, han menospreciado la porción teórica de este asunto. También sé de muchachos graduados de la universidad que no quieren beber de las fuentes de la sabiduría práctica que se derivan del ejercicio sostenido de la carrera. Estos conflictos que existen en los centros de trabajo, hacen que las generaciones se distancien y que no hallen esos puntos medios tan vitales en la necesaria ruta hacia un buen hacer.

Y es que el periodismo también es el arte del equilibrio, ese que se logra entre el saber y el hacer, entre la vida y su observancia, entre la praxis y el estudio. Y nada que pueda ser de peso, significativo, podrá quedar lejos, fuera o marginado. El periodismo no puede ser la profesión de las marginaciones, sino la de las inclusiones, la del progresismo más amplio, ese que verdaderamente sí cree en el ser humano e intenta darle voz, aunque parezca que no valga la pena o que nada va a cambiar.

El periodismo que vale la pena es ese que dice lo que está mal, pero que genera una resonancia de esperanza en las personas acerca del ejercicio del cambio aún en las peores condiciones. Y a eso es a lo que están llamadas las personas que nacen con este don y que desarrollan una vocación de servidores públicos y de buscadores del sentido del universo.

Ser periodista es ser sacerdote o sea profesar una fe en el hombre y la mujer y en la capacidad de generar empatía y transformación a toda costa, aunque sea doloroso el proceso, aunque a veces no se vean los resultados o no exista esa noción básica que nos lleva a creer en nosotros mismos. Comunicar es también un acto de credibilidad en las personas y en su naturaleza. Sin eso, no somos profesionales, sino simples simulacros, sin eso no vamos a ninguna parte, por muchos lauros que ostentemos en la pared de la casa. El periodista es como el médico, que se reconoce por aquella porción de la sociedad a la cual sus mensajes han curado.

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