Cultura

De buenas intenciones secuestradas

Sound of Freedom es más que un thriller policial, un deseo de llamar la atención sobre el secuestro y tráfico de niños

Sound of Freedom
Sound of Freedom salvaguardó la preeminencia del personaje principal que cumple su programa dramático bajo una lógica fácilmente reconocible por el público .(Angel Studios)

Por: Berta Carricarte

Les juro que no sé por dónde empezar. Sound of Freedom (Estados Unidos, 2023) es la película de la cual se habló hasta el cansancio hace unos meses, y mientras más testimonios escuchaba y más anécdotas se conjuraban en torno a su proceso de filmación, distribución y exhibición, menos ganas tenía de verla. Sin embargo, sospechaba que me iba a tocar decir un par de cosas sobre ella, y aquí estamos… Sound of Freedom es más que un thriller policial, un deseo de llamar la atención sobre el secuestro y tráfico de niños, negocio abominable que produce ganancias billonarias y que está extendido por gran parte del mundo. La intención es aplaudible, humana, honestísima, relevante, pertinente y valiosa en un mundo que ahora mismo está sacudido por una nueva masacre entre Israel y Palestina, y cuyas primeras víctimas en cualquier circunstancia de desventaja social son los niños. Pero no siempre la intención es lo que cuenta.

Espero que usted esté de acuerdo conmigo en que Bud Bunny y Freddy Mercury se han dedicado a la misma actividad artística. Sin embargo, entre ellos dos existe una distancia cósmica, que ubica a uno casi en los márgenes de su ejercicio profesional y al otro en el tope de su disciplina. Pues lo mismo pasa con la película dirigida por Alejandro Monteverde, se quedó en los márgenes; es poco menos que un desastre. Lamentablemente.

El protagonista es un apuesto gringo, Timothy Ballard, quien a punto de su retiro como agente especial de Homeland Security Investigations pide la liberación para infiltrarse en una banda de pedófilos, con la intención de rescatar a un par de hermanitos: Miguel, de ocho años, y Rocío, de diez. Para encarnar a este magnífico superhéroe fue escogido James Patrick Caviezel (The Passion of the Christ, Mel Gibson, 2004). La historia está basada en hechos reales. Y ahora que he visto el filme, estoy segura de que las eventualidades que rodearon la producción, contadas por los participantes a raíz del estreno mundial, son mucho más atractivas que la propia cinta.

El guion, desarrollado por Monteverde y Rod Barr, dio como resultado una especie de caricatura del crimen que incomoda muchísimo, porque no se detiene ante las pésimas actuaciones, los diálogos insufribles, la fibra romanticoide y lacrimógena que intenta hacernos tragar. No. Va más allá. Se desliza barranca abajo sin miedo a hundirse en el estercolero de su bochornosa mediocridad. Vamos, que ni Mercedes Sosa cantando “La masa” (de Silvio Rodríguez) ni una quejumbrosa cancioncilla interpretada por Shakira, alcanzaron a salvar esta fallida denuncia de uno de los delitos más deleznables que se pueda imaginar. Ya ve usted qué difícil resulta a veces representar y defender una causa justa.

Siempre lo digo. Si un director escoge el modelo cinematográfico narrativo yanqui, debe atenerse a su fórmula genérica —correspondiente al cine de acción en este caso—, que por lo general implica montaje transparente, relativa verosimilitud, dada la presunción de que se representa una realidad preexistente. Pero sobre todo, se deben respetar las necesidades dramáticas de ese modelo, que responden a una ortodoxia cuasi inviolable, so pena de terminar en fracaso, ya sea porque la historia se torna ininteligible o aburrida. Si bien Sound of Freedom salvaguardó la preeminencia del personaje principal que cumple su programa dramático bajo una lógica fácilmente reconocible por el público, por otra parte se violentó el specific timing, los ritmos que iban a garantizar un sólido last minute rescue, arrastrando consigo hasta la credibilidad misma de los hechos en los términos en que el cine de acción ha pactado su credibilidad narrativa.

Encima de todos los clichés que pueda usted imaginar a partir de la breve sinopsis ya aportada, alguna crítica ha advertido otros empañadísimos alegatos en boca de Bill Camp, quien interpreta a Vampiro, el confidente y adyuvante de Ballard. Camp tiene un monólogo supuestamente desgarrador en torno a una especie de despertar epifánico ante el abuso sexual infantil. De pronto suelta el título de la película y prepara a Ballard para que diga su forzado lema “Los hijos de Dios no están a la venta”.

Dentro del propio argumento del tráfico sexual de menores, he visto hace un par de años un ejercicio fílmico mucho mejor concebido: Whistleblower (La verdad oculta, Canadá-Alemania, 2010). En este caso, una exagente de la policía de Nebraska, Kathryn Bolkovac, descubre una red de tráfico de niñas en Sarajevo. Su responsabilidad como supervisora en una compañía dedicada a gestionar el proceso de reconstrucción posbélico en Bosnia Herzegovina la induce a tomar cartas en el asunto. Este drama social con pespuntes de thriller político constituye el primer largometraje de Larysa Kondracki y está basado en hechos reales, contados con tanta inteligencia, energía y eficacia que, tras la presentación del filme, el secretario general de la ONU en ese momento, Ban Ki-moon, abrió una mesa de diálogo sobre tan espinoso suceso, aunque los presuntos implicados no fueron detenidos o procesados. Ahora me pregunto: Después de una cosa como Sound of Freedom, ¿aumentará la conciencia global y la lucha contra el delito denunciado en el filme? ¿En serio?

(Tomado de Cartelera Cine y Video, nro. 216)

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