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Para no autodestruirnos como nación

En lo que dijo Fidel a estudiantes, hace 18 años, hay esencias que hoy nos definen como país y como Revolución

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«Este país puede destruirse a sí mismo. Esta Revolución puede autodestruirse. No pueden destruirla los imperialistas, pero nosotros sí podemos destruirla, ¡y sería culpa nuestra!». Así de tajante lo alertó en 2005 Fidel, que siempre andaba pasos por delante. Pocas veces había hablado tan crudo de la reversibilidad del socialismo y del proceso revolucionario cubano.

Tenía la historia fresca de lo sucedido en el llamado «socialismo real»: errores internos, la desconexión del Partido con las masas, un mal tratamiento de la historia, que hicieron que calara en las generaciones más jóvenes la ideología del capitalismo, vendida como lo moderno, lo actual, lo mejor. Las consecuencias fueron incalculables, gente que perdió títulos universitarios, casas, trabajo, gente que conoció el odio después de que ellos mismos derribaron el muro de Berlín.

La Revolución no puede ser solo historia, el día que eso suceda estaremos al borde de esa autodestrucción. Conectar los tantos años de épica revolucionaria ya vividos con las actuales generaciones de cubanos es uno de los más grandes desafíos a la supervivencia del proceso que más ha transformado a Cuba y un poco más allá.

La épica revolucionaria no puede estar solo en los libros. Vivirla día a día, entender lo que hacemos cotidianamente como parte de esa misma historia que escribimos en presente y que no está terminada es nuestro mejor aporte al proceso que heredamos.

Las revoluciones llevan consenso, el nuestro tiene que ser el de los rebeldes que le plantaron cara a una Cuba que no daba más, y también tiene que ser el de nosotros, el de los cubanos que hoy seguimos construyendo un país, sin hacer concesiones en sus esencias, a tono con los códigos actuales y las dinámicas sociales del presente; y quienes debemos ser parte activa de un proceso que está obligado a renovarse constantemente, a cambiar siempre que sea necesario, que necesita de la participación popular.

Por eso no está permitido que existan quienes, a nombre de la Revolución, le equivoquen el trazo. Eso le resta credibilidad a un proceso que surgió del pueblo, de la confianza del pueblo en su líder, y que lo sostiene hoy. Un proceso como este no puede permitirse a quienes se autotitulan revolucionarios conscientes y mal obran, se corrompen, se alejan de las posiciones del pueblo, defienden intereses

personales, cuando el socialismo es una obra colectiva. La unidad, que tanto nos han tratado de quebrantar, sigue siendo, en los planos simbólico y real, algo vital, en tiempos en que parece más frágil que nunca.

Muy peligrosas son también las fracciones a lo interno de la sociedad. Las fincas, la defensa a ultranza de ciertas posiciones, la falta de ética, el lenguaje de odio, el gatillo disparando a otro de nosotros… actitudes de moda en las redes sociales digitales y que están subyacentes en la sociedad.

Tan peligrosa es la desunión que acabó con guerras por la independencia, y cada vez que hemos caído en miserias humanas, en egocentrismos y ansias de protagonismo, estos han sido mayores que las ganas de aportar a este proyecto colectivo de país, y se ha fracasado. Precisamente esa es la forma en la que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben.

Nuestro socialismo no fue impuesto por nadie, este que es típicamente cubano, es el resultado del desarrollo endógeno de nuestra conciencia de país, y estamos en el deber de hablar más del tema, de teorizar, y también de llevarlo a la práctica revolucionaria, sin temor a usar la palabra; demostrar que nuestros padres y abuelos no se equivocaron en elegirlo como la solución para los problemas de la nación.

Para que sea irrevocable, como declara nuestra Constitución, hay que construir todos los días esa irreversibilidad, y hablar sin tapujos de cómo llegamos a él, de por qué seguimos esta idea, y de los errores que se vuelven heridas mortales para un sistema que, si bien no es perfecto, sí es más justo que otros; y entender por qué nuestro socialismo no puede ser blando, ni coquetear con la socialdemocracia y el liberalismo. Hay que crear, hoy más que nunca, una cultura de resistencia que siga privilegiando los valores del anticonsumo, las esencias y el ser por encima del tener.

No por gusto Fidel fue a la Universidad aquel 17 de noviembre, a hablar de un tema tan sensible y trascendente. Allí está buena parte de las esencias de este proceso revolucionario.

A mi generación le resultará muy difícil recordar el discurso, recordar a Fidel en acción, pero ese Fidel no puede ser consigna, hay que llevarlo al actuar diario y desterrar de nuestras maneras de hacer todo lo que nos alertó aquel día.

En los tiempos actuales puede parecer más difícil hablar de irreversibilidad de la obra revolucionaria, pero los que nos trajeron hasta aquí lo advirtieron: es complicado plantarse al capital, a quienes se acostumbraron a tener más que los demás. Es muy difícil apostar por un modelo alternativo y propio, pero en hacerlo nos va la vida como país. Que la mayoría siga construyendo, amando y creyendo en la Revolución, obra humana, imperfecta y perfectible, por empinado y difícil que sea el camino, es el principal desafío, para no autodestruirnos como nación.

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