Cultura

Los libros digitales y la fe en los sueños

Los libros electrónicos no dependen de que haya papel, pero sí que exista el lector, el interés y la buena obra

libro electronico
Los libros electrónicos no dependen de que haya papel, pero sí que exista el lector, el interés y la buena obra (universoabierto.org).

Voy a volver a soñar. Pensaré que el libro digital lo va a resolver todo, que vamos a ver un cambio en el sistema editorial cubano y que cada año tendremos un colchón de obras excelentes para leer. Pero la experiencia ha demostrado que carecemos de las maneras tecnológicas para realizar ese traspaso, de hecho, existe en nuestro país hace tiempo una crisis de la lectura como hábito establecido. Las nuevas formas de soportes han venido a reforzar desviaciones como los videojuegos, entretenimientos puramente lúdicos y sin contenido, vicios que no edifican.

Hay un saldo positivo, sí, pero el costo ha sido que generaciones de niños viven pegados al celular consumiendo unas redes sociales donde el algoritmo dicta lo que es bueno y no la libertad de la persona empoderada a partir del conocimiento, del acercarse por su propia voluntad al mundo. El libro digital es una herramienta pensada para este momento, pero que requiere de un cambio total de las dinámicas y de repensar lo que somos como consumidores de la cultura.

¿A qué nos referimos? A que la posibilidad material de realizarnos nos está a la vuelta de la esquina. El país posee una obsolescencia de su parque tecnológico dada por las condiciones del bloqueo y por la imposibilidad de comprar piezas de repuesto. El precio de una computadora o de un lector digital es exorbitante y ello va en contra del acercamiento con respecto al acto de lectura de este formato que se quiere defender. No debería ser la falta de papel el móvil de un interés por el libro digital, sino que desde antes tendría que haberse pensado en ello. No se trata de un sustituto total, sino de una forma, una cultura distinta de ver el acto de la literatura.

En todo caso los consumidores no han atravesado por un proceso de adaptación en el cual puedan asumir las normas y los moldes del volumen en formato electrónico. Pero actualmente se nos compele a mudarnos forzosamente. No hay de otra, es imperioso, o nos hundimos como industria de la lectura. Eso es lo que se impone prácticamente.

Pero el arte no es una cuestión de emergencias, sino que posee la fuerza de la originalidad y se sabe defender a sí mismo mediante los meandros de la propia creación. No existe un valladar lo suficiente fuerte que pueda frenar al escritor en su búsqueda de la realización. Y aunque es cierto que el libro digital posee aun pocas potencialidades en Cuba, hay plataformas nacionales que llevan un tiempo prudencial como Claustrofobias y en las cuales conviene que nos detengamos para repensarnos como sistema editorial, como huella en el camino de la cultura cubana y como consumidores de libros.

La vida en el país se nos ha hecho dura a partir de la inflación y hay que pensarlo bien entre comprar un Tablet para leer volúmenes digitales y una libra de arroz. A esa realidad material apremiante hay que referirse en todo momento porque los contextos condicionan la existencia de los actos estéticos. Todo elemento de comunicación está inscrito en un devenir social y económico que lo condiciona. Y en efecto cuando se habla de los libros digitales, estamos en presencia de un fenómeno de países del primer mundo en los cuales lo más natural es comprar en Amazon y leer de manera instantánea. Pero aquí tampoco se tiene acceso a plataformas de dicha índole y por ahora pensar en un mercado internacional competitivo a partir del libro electrónico es utópico, de ahí no sacaremos la sustentabilidad de las editoriales cubanas.

Los libros digitales son un universo con su propia riqueza, con sus sombras y peleas. No se trata del paliativo que va a buscar el país para suplir la falta de papel. Debió crearse una política previa que le diera a este programa una vida independiente de las crisis y de esta forma otorgarle la dignidad que lleva. Ahora cuando se está apostando por un formato que no requiere de las imprentas, no existe el público ni va a gestarse el mercado. Todo lleva su tiempo, todo posee una manera idónea que deberá estar representada por políticas públicas coherentes.

Es loable por ejemplo cómo revistas digitales han tenido cierto éxito desde un tiempo a esta parte. Publicaciones que previamente eran impresas y que mudaron al mundo de internet como La Jiribilla pueden mostrar un pedigrí de logros, pero ello debió transitar por un camino de tropiezos, de dolores, de sucesos que no eran del todo saludables. Y es así como surge lo que es genuino y real, de la dialéctica y no del ordeno y del mando. El libro electrónico tiene hace un tiempo un stand en la Feria Internacional de La Habana, pero ello no ha estado situado en donde debería. No es un mercado de segunda línea, sino de primerísima. No se preparó al público ni se dio paso a la adquisición de implementos. Por ejemplo, ¿por qué en las aduanas se sigue cobrando y prohibiendo la entrada de determinada cantidad de laptops y de readers? Se supone que las medidas de protección tienen sentido cuando hay una economía nacional o una industria a la cual el extranjero no podrá hacer competencia. Y de ahí las restricciones a mercancías elaboradas. Pero Cuba no produce estos utensilios. Y ahora más que nunca son necesarios.

Lo que ayer era un lujo hoy es vital para los estudiantes universitarios, por ejemplo. Allí en las casas de altos estudios, muchos no poseen una computadora y es necesaria para el consumo de la literatura electrónica. Para pensar en las condiciones de los países del primer mundo y exigir a partir de ello, hay que crear una base al menos para el desarrollo. Lo ideal no puede ir por delante de lo material y de lo concreto del país. Y así, teoría y praxis son primas hermanas en la realización de cualquier proyecto. Los libros digitales no son ni buenos ni malos, son otra forma de consumo de la cultura y por ende deberán tener el apoyo necesario, pero no en detrimento de mercados que ya existen y que privilegian el papel. Hay que hacer para que las cosas sean orgánicas y no abruptas, fluidas y no de un salto a otro. En eso se basa la buena política pública, que ha estado en la base de la cultura nacional.  

Los libros electrónicos no dependen de que haya papel, pero sí que exista el lector, el interés y la buena obra. A ello deberíamos estar abocados y no a abaratar los procesos. Nada es mejor que invertir en el mañana y cuando se imprime un libro le damos un aliento más a ese joven que va a convertirse en algo extraordinario y aportador. De nada vale hacer el libro si no hay readers o tablets. Nadie lo va a adquirir. Y el otro tema es el derecho de autor, que resulta muy deficitario ante las posibilidades de hackeo y robo de obras. En todo ello no estamos ni de cerca en la avanzadilla, sino que andamos a gatas e intentando aprender sobre la marcha y guiados por los acontecimientos últimos que hacen de nuestra economía una crisis profunda.

Ojalá y la dureza de los tiempos no nos roben lo más esencial. Creo en que los sueños no mueren, sino que están siempre allí, y que le otorgan sentido a la existencia, aunque sea dolorosa y terminal. Sostengo esa fe contra todo pronóstico.


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