Cultura

Telenovela cubana: Pipo, Muñeca y el derecho de soñar (Parte II)

ania ortega

Que soñemos dormidos, ni la más rancia discriminación puede evitarlo, pero el derecho de soñar despiertos y realizar esos anhelos, que equivale a crecer, intentar, equivocarse y volver a intentar, amar en medio de todo… ese derecho, más de una vez resulta vulnerado o, cuando menos, discutido.

¿Qué va a pasar con María Luisa en la emisora de radio? ¿Fue un disparate contratarla? ¿No se puede confiar en alguien así? El vínculo laboral es otro de esos tabúes que persisten y que nos trae a debate El derecho de soñar a través de María Luisa y Pascual.

Aquella socorrida frase de Einstein de que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio, la confirman algunos personajes y personas, a pesar de ejemplos como el que nos cuenta Leydi, desde Marianao, en la capital:

«Las personas con discapacidad tienen derecho a ser aceptadas, hay que enseñarlas a convivir como personas normales, sin diferencias. Por eso lucho a diario. Recuerdo que en el pediátrico hay un señor en situación de discapacidad que trabaja en el ascensor y con muy buena forma orienta cómo llegar a cada consulta o sala. Su trabajo es importante para todos».

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Foto de la página oficial de la telenovela El derecho de soñar en Facebook

La holguinera Liutmila confiesa que El derecho de soñar la atrapó «solo por la pareja de Muñeco y Muñeca», y agrega: «a mi entender, los personajes se podrían mejorar en la parte de la integración social; con su discapacidad, Muñeca pudiera ser mejor trabajadora. Aún falta mucho en la novela, tal vez aparezca la ayuda en ese centro laboral y ella se enfoque y logre mantener el empleo responsablemente, sería importante transmitir eso al pueblo cubano. El amor como derecho, y con él, la reproducción, se muestra de manera maravillosa. Esta pareja está rompiendo mitos, enfrentando prejuicios, algo muy importante para la Cuba que queremos construir».

No falta quien se pregunte si deberían dos personas como María Luisa y Pascual estar en pareja, vivir solos. Es otra de las polémicas que ha desatado la trama de la telenovela de turno. 

Idania vive en Arroyo Naranjo, La Habana, y es madre de una persona en situación de discapacidad intelectual. Para ella hay algo muy claro: «Yo lo veo muy bien, porque ellos son seres humanos igual que todos, lo que pasa con la polémica es que quien no tiene un familiar con necesidades especiales no sufre en su propia piel, como una película hecha por Almodóvar, lo que es eso».

Belkis Hernández Blanco es una abogada artemiseña, también vinculada con ACPDI: «Considero, como ser social primero y como jurista después, que por supuesto tienen el derecho a tener una relación de pareja y también a vivir juntos, a tener un hogar y a compartir las tareas en el mismo, como parte de la emancipación a la que tienen derecho. Pero sucede que, sin afectar la individualidad, su privacidad y la autonomía progresiva de cada uno de ellos, esta pareja en específico requiere un acompañamiento familiar y social más intencionado, en función de lograr que sean más responsables, más organizados, y proveerlos, además, de medios para que juntos puedan enfrentar y resolver las dinámicas especiales que la discapacidad propia les impone. Dos ejemplos claros, que ponen de manifiesto mis consideraciones: el suceso de la playa y el de la llave del gas abierta con ambos bajo los efectos del alcohol. En el primer caso, encontraron personas empáticas que los ayudaron, y en el otro, llegó la madre de ella y felizmente no ocurrió un desenlace fatal».

El acompañamiento es también clave en la visión que aporta Dayamí, de Santiago de Cuba: «Las personas en situación de discapacidad se enamoran y forman parejas, pero la familia debe apoyarlas y orientarlas, respetando siempre sus espacios y modos de comunicación en su relación amorosa, ya que como todo ser humano tienen la capacidad de amar y ser amados, así sea de una manera especial».

El llamado de Yohania, una habanera que forma parte de la dirección de la Asociación de Personas en Situación de Discapacidad Intelectual (ACPDI), llega con una carga enorme de compromiso y sentimiento: «La persona en situación de discapacidad intelectual es dueña de su vida y su cuerpo, al igual que los demás seres humanos. Los padres somos su apoyo en la adultez, quienes la guiaremos, según sus decisiones. Para esto existe un Código de las Familias que nos ampara. Rompamos los estigmas sobre las personas en situación de discapacidad intelectual».

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