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Ese Martí que nos habita

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Resulta sumamente difícil hallar a un cubano genuino, justo y digno que no haya tenido algún tipo de relación o vivencia con ese inmenso «universo»» llamado José Martí.

La biografía, su obra múltiple, el sentido de entrega humanista y emancipadora de su existencia, aquel martirologio en momentos primeros de la insurrección que había organizado, y la posterior proyección de su ejemplo e ideario, han sido fuentes de reflexión, creación de imaginarios artísticos y poesías, referencias éticas inspiradoras y hasta simbologías astrales para personas de distintos géneros y creencias, con objetivos inusitados o búsquedas del mejoramiento humano.

Son muchos quienes sienten a Martí como parte de la familia natural, los signos que perfilan caminos hacia el horizonte, e ícono donde lo histórico adquiere trascendencia intemporal y convive entre mitos positivos, cosmogonías románticas y lecciones fundamentales para escalar «€“mediante el proceder social, cultural y ético»€“ hacia niveles superiores de progreso, solidaridad y realización armoniosa de las numerosísimas tipologías individuales.

No puedo olvidar el nexo vital que tuve con la martianidad desde que, por pura coincidencia, nací un 19 de mayo y era un curioso niño manzanillero: cuando asistía a «paradas»» escolares de primaria y secundaria que concluían depositándole flores al busto del Apóstol en una de las esquinas del Parque Céspedes; las veces que ayudaba a mi padre (pintor comercial y escenógrafo) a ejecutar sobre masonite (a tamaño original) la reproducción de la fachada de la casa natal del hijo de Don Mariano y Doña Leonor, que era colocada cada 28 de enero delante del local ocupado por el Grupo literario de la localidad y la revista Orto; o aquellas lecturas formativas de La Edad de Oro, los Versos Sencillos, sus discursos y las crónicas sobre artistas y literatos»€¦

Y así mismo reconozco la impronta en mi adolescencia de textos, con tema martiano, debidos a Martínez Estrada, Mañach, Vitier, Lisazo y Marinello, que me aportaron sólida visión introductoria sobre el alcance de su fecunda escritura y su gigantesca personalidad.

Tampoco desaparece de mi memoria el montaje de una obra teatral basada en el juicio a los jóvenes «Pepe»» Martí y Fermín Valdés Domínguez, que dirigí con aficionados estudiantiles de la Escuela Secundaria Básica Bartolomé Masó; ni aquella colección de libritos de Martí con carátula en blanco y negro adquirida en 1960, durante la primera Feria del Libro desplegada en quioscos dentro del parque del municipio granmense que cuenta con la célebre glorieta copiada del morisco.

Dos de los sitios que visité en los primeros días de mi estancia en La Habana, como becario, fueron la casa-museo donde el Maestro de nuestra nación había nacido, y la Fragua Martiana.

Los aforismos y juicios martianos se hicieron sustancia en mi conciencia, y paulatinamente llegarían a ser indicadores activos para episodios de amor, tareas en el movimiento juvenil, acciones fundacionales de cultura, y artículos sobre arte y estética que publiqué en el periódico Granma y en revistas. E igualmente se visualizarían en obras pictóricas que convirtieron al fundador del Partido Revolucionario Cubano en objeto de transformaciones estilísticas y búsquedas de visiones que integraran autoctonía y universalidad.

A partir de trabajos de clase propios de mis estudios de pintura en la Escuela Nacional de Arte (que en este 2022 arriba a los 60 años de fundada), hice de la fisonomía de Martí un signo de la subjetividad, iniciado en 1968, y que tuvo su última conformación, hace tres años en la silueta metafórica semiabstracta trabajada sobre la foto de la calle donde radica el inmueble donde nació, que es la misma arteria del centro histórico de La Habana en la cual tengo el taller de creación artística desde 2009.

Esa función de la vivencia martiana no ha sido excepción en mi caso. Incontables son los profesionales de las artes visuales del país «€“desde académicos a modernos, y hasta algunos de los apodados «contemporáneos»»»€“ que lo han abordado según sus ópticas, transfigurándolo en dependencia de concepciones estéticas y maneras de sentirlo.

La valiosa iconografía de ese paradigma del escritor nuestro-americano (sobre la cual escribí en pasadas décadas, y que posee dos libros antológicos con selecciones de Jorge A. Bermúdez uno, y del Consejo de Estado el otro) es tan vasta, que requeriría una minuciosa indagación destinada a instaurar un particular museo del tratamiento de su imagen. José Martí ha sido artísticamente asumido desde lo místico y lo elegíaco, hasta adquirir enfoques líricos, épicos, surreales, paródicos, enunciativos y de hombre común.

Frente a los desagradecidos y de»­shu»­manizados que devalúan su trascendental condición, existe un caudal de gente buena y consecuente que lo lleva por dentro, lo ha estudiado con pasión, ha hecho de él acicate de vergüenza patriótica, y no en pocos momentos lo han tomado como espejo para medirse y medir el alcance de proyectos de vida e independencia necesarios.

Mientras redacto estas anotaciones, me viene a la mente una conversación con Agustín Guerra, el entrañable amigo del pintor Carlos Enríquez (que aparece con éste como jinetes protagónicos en la obra El rapto de las mulatas).

De su relato supe entonces que Celia Sánchez «€“por indicación de Fidel»€“ le había comprado a Agustín el extraordinario cuadro Dos Ríos, del autor nombrado, para situarlo a la vista de los visitantes del Museo Nacional de Bellas Artes.

Quien observe con el sentimiento y la razón la caída «€“ahí en la pintura»€“ del osado intelectual estrenado como combatiente mambí, advertirá que se trata de una peculiar encarnación pictórica del tránsito del ser histórico al símbolo potente, derivada de una conexión vivencial entre José Martí y el cubanísimo artista plástico y novelista.

También me reveló Agustín que Celia le comunicó que la adquisición de esa obra de gran formato tenía como finalidad colocarla en espacio público, puesto que constituye una especie de crimen a la cultura y a la sociedad esconder el arte que enriquece las sensibilidades y sirve de brújula a la creatividad.

Allí quedaba claro el valor proyectado por las vivencias martianas ofrecidas, mediante frutos de la imaginación, al consumo espiritual de todos.

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