Dice el doctor

«¡Feliz Día de la Medicina Latinoamericana!

«Salud es la gloria de prevenir y cuidar, con ética y humanismo»€

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En honor al Dr. Carlos J. Finlay, eminente médico cubano y benefactor de la humanidad, al ser quien descubrió el agente transmisor de la fiebre amarilla y el pionero en comprobar la transmisión de enfermedades por agentes biológicos, la fecha de su natalicio quedó instituida como el «€œDía de la Medicina Latinoamericana»€.
Su ejemplo constituye un estímulo para quienes, como él, consagran su vida a forjar una conciencia salubrista, promover y asegurar el cuidado de la salud, investigar, combatir las enfermedades y epidemias, hacer de la atención médica un derecho de todos los ciudadanos del planeta.
Sea cada 3 de diciembre un día para reconocer resultados y renovar compromisos, para reflexionar sobre el cómo formar y superar mejor, cualificar la atención e investigar para avanzar.
La Dirección Nacional de Posgrado, de la Dirección General del Ministerio de Salud Pública, reconoce y felicita a todos los profesionales que dignifican la Salud.

Al homenajear a Carlos Juan Finlay (1833-1915), cuando se cumplen 188 años de su natalicio, vale también el reconocimiento a todas las generaciones de trabajadores de la Medicina Cubana, combatientes por la salud y la vida.

El eminente Dr. Carlos Juan Finlay Barrés, Médico epidemiólogo, cuyo principal aporte a la ciencia mundial fue su explicación del modo de transmisión de la fiebre amarilla (hembra de la especie de mosquito que hoy se conoce como Aedes aegypti), por sus investigaciones y aportes científicos fue propuesto en varias ocasiones para el Premio Nobel.

Como Carlos J. Finlay transcendió en la historia, pero realmente fue bautizado como Juan Carlos; nació en Puerto Príncipe (actual ciudad de Camagüey) el 3 de diciembre de 1833, y se hizo acreedor de la gratitud universal, no sólo por su trabajo en relación con la fiebre amarilla, sino porque también descubrió y solucionó el terrible problema del tétanos infantil.

Su nombre de pila era Juan Carlos, pero firmaba «Carlos J.». Su padre fue el doctor Edward Finlay y Wilson, médico inglés, natural de la Ciudad de Hull, condado de Yorkshire y su madre, Marie de Barrés de Molard Tardy de Montravel, de origen francés, natural de la isla de Trinidad.

Era amante del deporte, y de acuerdo con el periodista Jesús González Bayolo, Finlay fue uno de los fundadores del muy famoso Club de Ajedrez de La Habana, en 1885, y su afición por el juego ciencia se pudo comprobar en las múltiples partidas efectuadas y sus profundos análisis de determinadas posiciones sobre el tablero. Este Club, conocido por algunos como «€œEl Dorado»€, agrupó a los principales seguidores del llamado juego ciencia, entre los que estuvieron destacados ajedrecistas como Celso Golmayo, Enrique Delmonte y también Finlay.

Intervino en varios torneos de Ajedrez y uno de ellos se celebró en mayo de 1892. Este evento, en el que participaron 20 jugadores, fue seguido por el Periódico «€œLa Discusión»€. Finlay compartió el quinto puesto; pero en el match de desempate cedió frente a Guillermo Serrano y concluyó finalmente en la sexta plaza. El gran favorito, Celso Golmayo, fue el ganador; aunque el médico causó tan buena impresión que le otorgaron, como premio, dos libros de ajedrez.

Una de las partidas más célebres jugadas por Finlay y que afortunadamente se conserva fue su enfrentamiento, en 1889, contra el norteamericano George H. Mackenzie, en el Club. El estadounidense era un ajedrecista famoso en esa época y como se acostumbraba en aquel tiempo, los favoritos ofrecían ventaja material a sus oponentes, por tanto, Mackenzie jugó con un caballo de menos. Finlay aceptó el reto de chocar ante un jugador con muchísima mayor experiencia y le fue tan bien en la partida que, a la altura del movimiento 26, la situación de

su oponente era desesperada, así que Mackenzie no tuvo más remedio que aceptar la derrota.

Sus años infantiles los vivió tanto en La Habana como en el cafetal de su padre en la zona de Alquízar. A la edad de once años en 1844, lo enviaron a estudiar a «€œLe Havre»€, en Francia, regresando a Cuba dos años más tarde debido a una enfermedad. Regresó a Francia en 1848, para completar su educación.

Después de un período en Londres ingresó en el Liceo de Ruán, donde permaneció hasta 1851, cuando regresó a Cuba, convaleciente de un ataque de fiebre tifoidea.

No habiendo podido ingresar a la Universidad de La Habana, pasó a Filadelfia donde cursó la carrera de medicina en el Jefferson Medical College, doctorándose el 10 de marzo de 1855.

En 1857 revalidó su título en la Universidad de La Habana.

Entre 1859 y 1861 realizo estudios en Francia.

Desde 1868 llevó a cabo importantes estudios sobre la propagación del cólera en La Habana. Sus estudios mostraban que la propagación del cólera se realizaba por las aguas de la llamada Zanja Real, probablemente contaminadas por los enfermos en las fuentes mismas de donde se surtía aquel primitivo acueducto descubierto. Esas investigaciones epidemiológicas de no fueron publicadas entonces debido a la rígida censura de tiempos de guerra establecida por las autoridades coloniales. Se temía que la diseminación del cólera se atribuyese a la desidia del gobierno colonial. Sin embargo, la Real Academia de Ciencias de La Habana logró publicar este importante trabajo de en 1873, cuando ya había pasado la epidemia. En 1872, fue elegido Miembro de

Número de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y en 1895, Miembro de Mérito. Se desempeñó como Secretario de Correspondencia (a cargo de las relaciones internacionales) de esa institución, por espacio de casi 14 años.

También estudió el muermo, y describió el primer caso de filaria en sangre observado en América (1882).

Incursionó ocasionalmente en cuestiones científicas de un carácter más teórico y practicó la oftalmología, que era la especialidad de su padre.

Paralelamente, se dedicó a investigar la etiología de la fiebre amarilla, partiendo de la considerable experiencia acumulada en Cuba en la caracterización y el diagnóstico de esta enfermedad, algunos de cuyos síntomas fueron descritos originalmente por médicos cubanos. En representación de la Academia de Ciencias, colaboró activamente con la primera comisión investigadora de la fiebre amarilla enviada a Cuba por el gobierno estadounidense, en 1879.

Desde las primeras décadas del Siglo XIX, un buen número de médicos había descartado que la fiebre amarilla se trasmitiese por contagio directo (es decir, por contacto con un enfermo o con sus secreciones, excreciones o pertenencias). Predominaba la versión anti-contagionista de este mal, la cual lo atribuía a ciertas condiciones del medio natural o a la presencia de un «miasma» (algo así como efluvio contaminante).

El 18 de febrero de 1881, en una conferencia sanitaria internacional celebrada en la capital de los Estados Unidos, (a la cual asistió como miembro de la delegación española, en representación de Cuba y Puerto Rico), explicó que, al no ajustarse el modo de propagación de la fiebre amarilla a los

esquemas del contagionismo y del anti-contagionismo, era preciso postular un agente cuya existencia sea completamente independiente de la enfermedad y del enfermo, capaz de trasmitir el germen de la enfermedad, del individuo enfermo al sano. Esta fue, en esencia, la TEORÍA del modo de trasmisión de la fiebre amarilla expuesta por Finlay.

El 14 de agosto de 1881, presentó ante la Real Academia habanera su trabajo «€œEl mosquito hipotéticamente considerado como agente de transmisión de la fiebre amarilla»€. Gracias a una serie de precisas deducciones, a partir de los hábitos de las diferentes especies de mosquitos existentes en La Habana, Finlay indicó correctamente -en la mencionada memoria- que el agente trasmisor de la fiebre amarilla era la hembra de la especie de mosquito que hoy conocemos como Aedes aegypti. Dicho trabajo se publicó en ese mismo año en los Anales de la referida Academia.

Aunque, con anterioridad, médicos de diferentes países habían sospechado del mosquito como ente propagador de la enfermedad, ninguno había supuesto, hasta entonces, que trasmitiera enfermedad alguna de persona a persona, y nadie había propuesto una identificación taxonómica precisa de especie alguna considerada trasmisora. La identificación precisa del posible agente trasmisor abrió la posibilidad de comprobar experimentalmente la teoría de Finlay.

Aunque dicha teoría era bien conocida por epidemiólogos extranjeros (sobre todo franceses y norteamericanos), además de sus colegas cubanos, no fue sometida a comprobación independiente por otros científicos durante veinte años. A ello contribuyó no sólo la absoluta novedad de esta concepción, sino el auge de los estudios (en los cuales también participó Finlay) encaminados a la búsqueda del microorganismo causante de la enfermedad, que en alguna

medida opacaban las investigaciones epidemiológicas. Casi una docena de especies de bacterias fueron propuestas, en las dos últimas décadas del Siglo XIX, como posibles agentes patógenos de la fiebre amarilla, aunque la que mayor atención recibió fue un bacilo descubierto en Uruguay, en 1897, por el médico italiano Giusseppe Sanarelli.

Finlay, y su único colaborador, el médico español Claudio Delgado y Amestoy, realizaron, entre 1881 y 1900, una serie de experimentos para tratar de verificar la trasmisión por mosquitos. Llevaron a cabo un total de 104 inoculaciones experimentales, provocando al menos 16 casos de fiebre amarilla benigna o moderada (entre ellos uno muy «típico») y otros estados febriles, algunos no descartables como de fiebre amarilla, pero de diagnóstico impreciso.

En 1893, 1894 y 1898, Finlay formuló y divulgó, incluso internacionalmente, las principales medidas a tomar para evitar las epidemias de fiebre amarilla, las cuales tenían que ver con la destrucción de las larvas de los mosquitos trasmisores en sus propios criaderos, y fueron, en esencia, las mismas medidas que, desde 1901, se aplicaron con éxito en Cuba, y luego en Panamá, así como en otros países donde la enfermedad era considerada endémica.

La segunda y tercera comisiones investigadoras del estado de la fiebre amarilla en Cuba, enviadas por las autoridades sanitarias de los Estados Unidos a La Habana, en 1889 y 1899, no prestaron atención a la teoría de Finlay. La cuarta comisión, presidida por Walter Reed, e integrada por James Carroll, Arístides Agramonte (cubano que residía en los Estados Unidos) y Jesse Lazear, fue creada en 1899 por el cirujano general del ejército de los Estados Unidos, George Sternberg, a solicitud del gobernador militar de Cuba, Leonard Wood, cuyas medidas de higienización habían fracasado frente a las epidemias de fiebre amarilla.

Sternberg, por cierto, era miembro corresponsal de la Academia de Ciencias de La Habana, había estado varias veces en Cuba (formó parte de la primera comisión de fiebre amarilla, en 1879), y conocía bien, pero no compartía, las ideas de Finlay sobre la etiología de la fiebre amarilla. Aunque el programa de trabajo de la comisión presidida por Walter Reed incluía varias cuestiones, la «teoría del mosquito» no se hallaba entre ellas. A Sternberg le interesaba sobre todo comprobar si el bacilo de Sanarelli era el agente causante de la fiebre amarilla.

Cuando la comisión llegó a Cuba, en junio de 1900, la enfermedad afectaba ya a un buen número de soldados del ejército de ocupación estadounidense, instalado en la isla desde 1898, después de finalizada la guerra con España. Al no poder hallar indicios de la presencia del agente patógeno, la comisión se encontró sin pista alguna que seguir ante la crítica situación epidemiológica existente. En estas circunstancias, pasaron por La Habana, a mediados de julio de 1900, dos médicos británicos, Walter Myers y Herbert E. Durham, quienes conocían trabajos recientes, realizados por el médico inglés Ronald Ross, sobre la trasmisión del paludismo por mosquitos del género Anopheles (identificados como tales por el investigador italiano Giovanni Grassi).

Los médicos británicos se familiarizaron en La Habana con el descubrimiento, realizado en Estados Unidos por el médico estadounidense Henry R Carter (presente entonces en Cuba), de que entre un caso y otro de fiebre amarilla, en un lugar dado, mediaban unas dos semanas. Myers y Durham indicaron a los miembros de la comisión que este intervalo parecía sugerir la existencia de un agente intermedio en la trasmisión de la enfermedad y les sugirieron verbalmente (y luego publicaron esta sugerencia en Inglaterra, en septiembre) que prestaran más atención a las ideas de Finlay. A ello

parece haberse debido la visita que los miembros de la comisión le realizaron, en su casa, en agosto de 1900, donde Finlay les entregó varias de sus publicaciones, hizo algunas recomendaciones y les donó huevos del mosquito Aedes aegypti, obtenidos por él en su laboratorio doméstico.

Jesse Lazear, el único miembro de la Comisión familiarizado, durante una estancia en Europa, con trabajos sobre posibles vectores biológicos, parece haber convencido a otros de sus miembros de que no podía desecharse la posibilidad de que la fiebre amarilla fuese trasmitida de un modo análogo al paludismo. Lazear tuvo en cuenta que el intervalo descubierto por Carter podía corresponder a un «período de incubación» del germen en el mosquito.

De acuerdo con investigaciones históricas realizadas en los Estados Unidos, la serie de inoculaciones experimentales que Lazear llevó a cabo en septiembre de 1900, se realizaron sin el conocimiento o, al menos, sin la aprobación formal de Reed. En estos experimentos Lazear hizo que algunos voluntarios y él mismo fueran picados por mosquitos (obtenidos de los huevos suministrados por Finlay), que habían ingerido sangre de pacientes de fiebre amarilla unas dos semanas antes. Carroll, un soldado de apellido Dean, y el propio Lazear contrajeron la enfermedad. Lazear llevó un detallado cuaderno de apuntes de la evolución de ésta durante los 13 días que transcurrieron entre su autoinoculación y su fallecimiento, ocurrido el 25 de septiembre de 1900. Carroll y Dean sobrevivieron. Fue Jesse Lazear, por lo tanto, quien dirigió la primera comprobación experimental de la «teoría del mosquito», independientemente de los experimentos llevados a cabo por el propio Finlay.

Walter Reed se había mostrado escéptico, hasta entonces, respecto a la teoría de Finlay, y se hallaba en Estados Unidos al producirse el fallecimiento de Lazear; pero regresó

rápidamente a Cuba y, se supone que a partir del cuaderno de notas de Lazear, preparó apresuradamente una comunicación, que presentó el 22 de octubre de 1900 ante un evento científico que se celebró en Estados Unidos. Este informe fue publicado como «Nota Preliminar» acerca de los resultados obtenidos por la comisión que Reed presidía.

En dicha «Nota», basándose sobre todo en el caso de Lazear, de diagnóstico indudable y documentado, pero producido en condiciones distantes del rigor experimental que Reed luego exigiría, admitió como cierta la teoría de Finlay, pero afirmó que éste no había logrado demostrarla (aun cuando había reportado, ya en 1881, un caso no fatal, pero casi tan típico como el que la «Nota» mencionaba). Argumentó posteriormente que Finlay había utilizado mosquitos que todavía no habían incubado el germen de la enfermedad, por lo que los resultados experimentales de éste debían ser desechados. De esta manera, los 20 años de trabajo de Finlay y la importancia decisiva que tuvo la identificación por él del agente transmisor fueron relegados a un segundo plano. Años más tarde, en 1932, quedó demostrado que la velocidad de la incubación del virus por el mosquito depende de la temperatura ambiente, por lo que algunos de los mosquitos empleados por Finlay en sus experimentos sí podían haber incubado el virus de la fiebre amarilla.

En 1901, Reed dirigió una serie de meticulosos experimentos que reafirmaban la función del mosquito Aedes aegypti como agente trasmisor. Reed trabajó dentro del paradigma (como se diría en términos modernos) formulado por Finlay, y con la especie de mosquito identificada por éste. En realidad, se limitó a comprobar de manera rigurosa la teoría del científico cubano. Sin embargo, de algunas cartas escritas por Reed se deduce que llegó incluso a convencerse de que era no ya el (segundo) verificador, sino el autor de la teoría

claramente formulada por Finlay veinte años antes, y se refería a ella como «mi teoría».

En los Estados Unidos se elevó a Reed, injustificadamente, al rango de «€œdescubridor de la causa de la fiebre amarilla»€, sobre todo después de su fallecimiento en 1902, causado por una peritonitis.

En realidad, ni siquiera después de los experimentos de Reed se dio universal crédito a la teoría del mosquito, por cuanto no se había logrado probar que Aedes aegypti era el único portador posible. La función de este mosquito quedó demostrada convincentemente, no por los experimentos de Reed, sino con la virtual eliminación de la fiebre amarilla en La Habana en 1901, como resultado de una campaña dirigida por el médico militar estadounidense William Gorgas.

Las medidas aplicadas se basaban en las recomendaciones formuladas anteriormente por Finlay, por lo que su éxito resultó ser, a fin de cuentas, la demostración más palpable de que su autor había tenido razón. Así lo reconoció el propio Gorgas en carta que dirigió a Finlay años más tarde, desde Panamá, donde también puso en práctica las medidas propuestas por el médico cubano lo que posibilito terminar el Canal de Panamá, una placa en el propio Canal reconoce la contribución del Dr. Carlos J. Finlay en el éxito de esta magna obra.

En 1902, Carlos J. Finlay fue nombrado Jefe Superior de Sanidad, y estructuró el sistema de sanidad del país sobre bases nuevas. Desde este cargo le tocó encarar la última epidemia de fiebre amarilla que se registró en La Habana, en 1905, y que fue eliminada en tres meses.

Falleció en La Habana el 19 de agosto de 1915. Su principal aporte a la ciencia mundial fue su explicación del modo de

trasmisión de la fiebre amarilla. También realizó valiosas investigaciones científicas que han aportado mucho a la ciencia en su desarrollo a nivel mundial.

Recibió muchos otros homenajes y reconocimientos, entre ellos:

 Un banquete de honor, organizado por el gobernador Leonard Wood.

 La Medalla Mary Kingsley, del Instituto de Medicina Tropical, institución que dirigía Ronald Ross en Liverpool, Inglaterra.

 Orden de la Legión de Honor de Francia (1908).

 Presidente de Honor de la Junta Nacional de Sanidad y Beneficencia (1908).

En memoria del Dr. Finlay, el 3 de diciembre fue instituido como Día del Médico en varios países de América.

Entre 1905 y 1915, varios eminentes investigadores europeos (entre ellos dos ganadores del Premio Nobel, Ross y Laverán) propusieron oficialmente la candidatura de Finlay al Premio Nobel. Aunque nunca se le otorgó la referida distinción (las razones para ello no han sido totalmente dilucidadas). También recibió el Premio Bréant, otorgado por la Academia de Ciencias de Francia.

Destacamento Carlos J. Finlay

El Destacamento de Ciencias Médicas «Carlos J. Finlay», agrupa en sus filas a los ciudadanos cubanos residentes en el país, que decidan cursar las carreras

Universitarias de las Ciencias Médicas en los cursos regulares diurnos.

Acoge en sus filas a los estudiantes con vocación revolucionaria; probadas cualidades humanas, intelectuales, académicas y político morales, que cumplan su Reglamento y, una vez graduados, las funciones correspondientes a los profesionales revolucionarios de nuestro Sistema Nacional de Salud.

Imagen: tomada de Cubadebate.

Dr. José Luis Aparicio Suárez

Dr. José Luis Aparicio Suárez

Asesor de MINSAP. Especialista de 1er y 2do grados en Hematología y Jefe de Departamento Nacional de Posgrado en la Dirección de Docencia Médica del MINSAP.

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