La «Ley» del disparate
Supongamos que por giros de la historia, norteamericanos opuestos a Washington hubiesen ocupado por más de siete decenios la isla de Manhattan con la anuencia extranjera, creado un gobierno ajeno a la Casa Blanca, llegado con igual socorro a usurpar en la ONU la representación oficial de los Estados Unidos, y finalmente, siempre con el impulso ajeno, calculasen eternizarse como fístula presuntamente independiente de la Unión.
¿Admitiría acaso Washington semejante dislate? ¿Quedaría en paz ante el cercenamiento de su geografía local? ¿Cómo actuaría frente a los secesionistas y aquellos que desde el exterior les aupasen, estimulasen, y hasta desplegasen buques y naves militares en los cauces del Hudson y el East River parar forzar un no retorno a lo sensato, legal e indiscutible?
Pues si hubiese una respuesta digna, coherente, apegada a la historia y la realidad, seguramente los Estados Unidos actuaría de la misma forma en que China lo hace hoy cuando la primera potencia capitalista y algunos de sus socios se muestran febrilmente ocupados en crear un severo conflicto entre Beijing y las autoridades de Taiwán de manera de socavar la estabilidad, la integridad territorial, la seguridad y la impetuosa marcha del gigante asiático hacia los planos cimeros a escala global.
Desde luego, vale indicar que el explosivo y riesgoso tema al que hacemos referencia, y que muy bien puede desembocar en un conflicto militar sin retorno, no es más que una parte del absurdo seguimiento por Joe Biden de la estrategia supremacista de su antecesor Donald Trump, como expresión de que demócratas y republicanos apenas se diferencian por lo que dicen y en nada por lo que hacen.
Golpear a China es por tanto una obsesión imborrable y muchas veces proferida en público, incluida la Asamblea General de la ONU, donde, por el contario, el gigante asiático ha reiterado que «valora el concepto de la paz, la concordia y la harmonía», y por tanto «nunca ha invadido o tropellado a otros ni buscado hegemonía. No lo ha hecho, ni lo hará.»
Desde luego, nada de lo anterior supone que China admita ser vapuleada sin repeler la agresión. Y mucho menos en el caso concreto de Taiwán, porque no se trata ni mucho menos de un arrecife allende los inconmensurables mares del mundo.
Ese contiguo territorio insular, parte de China desde hace más de seis mil años, según los textos de historia universal, y denominado también Formosa, devino desde 1949 en refugio, con apoyo militar norteamericano y de sus socios occidentales, de las tituladas «tropas nacionalistas» desalojadas del continente por los combatientes populares liderados por el Partido Comunista Chino.
Fueron Washington y sus comparsas también las que mantuvieron a Taiwán como presunto representante del gigante asiático en el seno de la ONU hasta 1971, en que finalmente Beijing ocupó el asiento que le correspondía en el más alto podio internacional.
Bajo la política de una nación dos sistemas, China ha logrado recomponer el mapa nacional mediante la reincorporación de porciones nacionales que como Hong Kong estuvieron por siglos en manos de potencias extranjeras. En el caso de Taiwán, Beijing no ha abjurado de su legítimo derecho a incluirlo en este esquema unificador como parte inalienable del territorio patrio.
No obstante, y en estrecha alianza con autoridades locales que pretenden la escisión y favorecen abiertamente el establecimiento de un espacio estratégico proclive a la acrecentada agresividad hegemonista contra la República Popular, la Casa Blanca ejecuta todo un programa que combina las presiones y provocaciones militares, el rearme taiwanés, y una «diplomacia» tendiente a imponer la visión de que esa isla constituye un espacio exótico y ajeno al gigante continental.
Y en ese empeño de total hechura gringa se reclutan compadres de toda especie, como legisladores europeos que visitan Tawián por sus fueros a la usanza de sus pares norteamericanos, o gobiernos como el de Gran Bretaña y Australia, que acaban de sumarse a la creación con USA de la controvertida alianza militar AUKUS, con declarado carácter anti chino.
Rejuegos que poseen un elevado grado de peligrosidad porque, entre otras cosas, implican el total irrespeto a la integridad territorial y la soberanía de una novel potencia de armas tomar a la hora de defender sus legítimas prerrogativas.
Lo ponían en blanco y negro el reciente e inédito despliegue de modernos aviones chinos de combate y unidades navales en las cercanías de Taiwán, como clara advertencia a los efectivos extranjeros desplegados también en la zona y a las irresponsables autoridades isleñas, así como tajantes pronunciamientos de prensa como el que recoge el rotativo oficial en inglés Global Times en el sentido de que «la situación en el área casi ha perdido margen de maniobra, al estar al borde de un enfrentamiento», de manera que «ha llegado el momento de advertir a los secesionistas taiwaneses y sus fomentadores externos que la guerra es real.»
Y a buen entendedor debería bastarle»¦