Todo el mundo quiere ser sexy

Hace tiempo lo vemos, hay un boom erótico, una obsesión por proyectarse siempre de manera seductora. Podemos notarlo en hombres y mujeres, pero mucho más en ellas. Y ahora con el uso de las redes sociales es más evidente. Encontramos que así quieren mostrarse tanto desde la farándula más extravagante hasta la influencer de cocina, pero también es igual off line.
No me refiero a cuidar la apariencia o estar arreglado hasta para estar en casa o a enseñar el lado que más nos enorgullezca de nosotros mismos. Es esa idea constante de marcar el cuerpo, hacerlo más curvilíneo, adoptar poses desnaturalizadas, sexualizar los movimientos, usar ropas más cortas o con escotes y aberturas muy provocadoras, incluso trabajar la expresión del rostro para llegar a una sensualidad preconcebida de labios entreabiertos, mirada como perdida. Eso, sin contar con quienes se manipulan para agrandar o empequeñecer zonas con objetivo similar, pero ya ese es asunto de otro texto.
Se trata de un tema muy interesante desde muchas aristas. Confluyen psicología, cultura y lo social. Estudiosos en el tema y gente común concuerdan en que nos gusta gustar, ser deseados, y esto está bien. Sin embargo, me alarma que también afirmen que importa ser «aceptados» y que si no encajamos en un prototipo, no ocurre.
Ese último es un análisis muy superficial, pero es evidente que para muchos es así. Y la cuestión es más seria de lo que se cree porque estamos hablando también de un instinto primitivo y salvaje. La búsqueda del «sex appeal» está ligada a deseos universales porque desde que el mundo existe el atractivo sexual es un elemento fundamental para la elección de pareja y la procreación.
Y eso está muy bien, pero pareciera que se fue de control y ahora la mayoría parece gata en celo contorneando curvas para aparearse.
Por otra parte, tiene que ver con la autoestima. Para muchos sentirse sexy, deseable, es una manera de recibir validación externa y por tanto es como una inyección de confianza y seguridad.
Y todo esto pasa también por la influencia de los medios y la cultura popular, que puede llegar a ser abrumadora. Desde hace demasiado tiempo la industria publicitaria utiliza la sexualidad para vender. Por eso el marketing y el consumo son de los factores más visibles y potentes, y no importa si la campaña es para promocionar un carro, un helado o servicios dentales, siempre le ofrecen una mirada sensual.
De ese modo recibimos de manera constante y solapada la idea de que ser sexy está bien, abre puertas. Lo podemos ver muy marcado en redes sociales, pero también en el mundo del arte y el entretenimiento. En la actualidad se premia el contenido visualmente impactante y sexualizado. Pero detrás de esas personas que parecen perfectas y son sensuales y seguras habría que ver cómo se encuentran consigo mismas, si de verdad están conformes, si son felices, qué más tienen en la cabeza.
El problema es que así se establece una pauta distorsionada a seguir, un estándar de belleza casi inalcanzable pero constantemente presentado como la norma. Y por eso la gente «normal» que tiene cuerpos moldeados por su propia genética o hábitos alimenticios o rutinas, no se sienten identificadas y a veces se frustran porque se comparan y quisieran acercarse en apariencia a aquellos modelos que cree ideales.
La presión social y cultural es muy fuerte. Genera una competencia persistente por la idea errada de que la belleza trae felicidad y éxito en todos los niveles, incluso se le atribuyen más cualidades positivas, cuando en realidad muchas veces comprobamos que la bondad no tiene cara.
No quiere decir que esté mal cuidar el físico, ir al gimnasio y comer pensando en el cuerpo, incluso querer mejorar a toda costa una parte o andar maquillada e impecable las 24 horas del día. Lo aberrante es que sea manía, narcisismo, que se convierta en lo único importante, que se valore a los demás por ello, que se crea que si no se es de determinada forma no se tendrá aceptación ni encontrará felicidad.
Ya sé que muchas mujeres se sienten empoderadas cuando se perciben lindas y que lo hacen para sí mismas, y está bien si esa es su fórmula. El problema no es querer sentirse atractivo porque sí, sino cuando es la fuente principal de la autoestima, cuando trae ansiedad, trastornos alimenticios y cirugías a cualquier costo.
La imagen personal no es el centro de la identidad y la autopresentación, también influyen otras de nuestras características que nos representan y hablan más de quiénes somos.