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El héroe y el ejemplo

De la coherencia de alguien que siempre supo predicar con el ejemplo, hablan la sencillez con la que asumiera altos cargos al triunfo de la Revolución

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Aquella debió ser su carta más difícil, por el amor incomparable que todo padre siente por sus hijos, y por esa frase estremecedora con la que un Che a punto de partir hacia el peligro, comienza a escribir: si alguna vez tienen que leerla, será porque yo no esté entre ustedes.

Por ello, no hay definición más precisa del legendario guerrillero que la que él hace de sí mismo ante sus seres más queridos: «Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones».

De la coherencia de alguien que siempre supo predicar con el  ejemplo, hablan la sencillez con la que asumiera altos cargos al triunfo de la Revolución Cubana y, sin embargo, siguiera insistiendo en la necesidad de «aprender de la gran fuente de sabiduría que es el pueblo».

Una vez, Alberto Granado, su amigo entrañable de toda la vida, me aseguró que lo seguía viendo «como un hombre intransigente con la mentira, con lo mal hecho y con los cobardes, que no aceptó nunca algo que no le correspondiera».

De su humildad proverbial existen montones de anécdotas. «La Revolución no se lleva en los labios para vivir de ella, se lleva en el corazón para morir por ella», advirtió una vez, y sería consecuente con eso hasta el último de sus días.

Defendió la solidaridad y el internacionalismo. Como Martí, estaba convencido de que Patria es humanidad. Por tanto, no dudó en empuñar las armas para luchar contra la opresión en Cuba, en el Congo, en Bolivia.

«Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades», escribiría en carta a sus padres, en marzo de 1965.

Una vez llegó a afirmar que «en el momento que fuera necesario estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica sin pedirle nada a nadie».

El líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, afirmó que «en su mente y en su corazón habían desaparecido las banderas, los prejuicios, los chovinismos, los egoísmos».

Como Fidel, defendió la necesidad del estudio y de la superación constante, para poder avanzar más rápidamente en el desarrollo del país. El propio Comandante en Jefe recordaría que las luces de su oficina permanecían encendidas hasta altas horas de la noche, porque «era un lector infatigable. Su sed de abarcar conocimientos humanos era prácticamente insaciable, y las horas que le arrebataba al sueño las dedicaba al estudio».

Tenía fama de estricto, pero con el tiempo, muchos se convencieron de que así debía ser. Alberto Granado, por ejemplo, me confesó que al principio «lo consideraba demasiado crítico, demasiado duro, pero después me di cuenta de que no, de que a través de la mentira se va a la traición».

«Tenemos que hablar claramente y decir la verdad. La verdad nunca es mala», expresaría el propio Che, en otra de sus lecciones que mantienen plena vigencia.

Sentía que la Revolución debía ser cambio constante y que no podía perder jamás su arraigo popular. «El día que dejemos de aprender, (…) o hayamos perdido nuestra capacidad de contacto o de intercambio con el pueblo (…) habremos dejado de ser revolucionarios, y lo mejor que podrían hacer ustedes es botarnos», señaló en un discurso ante estudiantes y profesores de la Escuela Técnica Industrial de La Habana.

En una ocasión en que una mujer que llevaba su mismo apellido le preguntó si serían familia, respondió que era poco probable, «pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante».

Fue una idea en la que insistiría una y otra vez. A sus pequeños hijos, en aquella carta triste e inolvidable de despedida, también les pediría, sobre todo, que fueran «siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera».

Quizá, en lugar de esa frase, simplemente pudo exhortarlos a que siguieran su ejemplo, pero era demasiado humilde para decir algo así.

Tras la confirmación de su muerte, sin embargo, en la velada solemne en su memoria, Fidel no dudaría en hacerlo.

«Si queremos expresar cómo queremos que sean los hombres de las futuras generaciones, debemos decir: ¡Que sean como el Che!»

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