Cultura

La Avellaneda, a la luz de 150 años

Su natal Camagüey recuerda su nombre diariamente, pues una de sus principales avenidas se llama Avellaneda en homenaje a esa ilustre poeta, escritora y defensora del papel activo de la mujer que, aunque brilló fuera de Cuba y murió hace siglo y medio nunca ocultó el amor por su origen cubano
Gertrudis Gómez de Avellaneda, cubana universal.
Gertrudis Gómez de Avellaneda, cubana universal. Foto: Iris Quintero

El primer día de febrero de 1873, hace 150 años, muere en Madrid a los 59 años la destacada poetisa camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda, representante del movimiento romántico cubano, precursora de la novela antiesclavista y defensora del papel social de la mujer.

Conocida en el ámbito íntimo como Tula y en el literario por su seudónimo La Peregrina o La Avellaneda, como también se le conocía, nació en Camagüey un 23 de marzo de 1814 y consagró una de las principales aristas de su talento a la escena, siendo autora de piezas teatrales que despertaron la admiración del público, la crítica especializada y otros dramaturgos en muchos países.

Una de sus obras literarias más conocidas es el soneto de despedida de su Patria en 1836 y el que escribe a la memoria del célebre poeta cubano José María Heredia. Otras muestras de sobresalientes valores fueron sus novelas Sab, Dos mujeres y Guatimozin.

El fértil intelecto de Gertrudis Gómez de Avellaneda fructificó, además, en el periodismo. Fue fundadora, directora y redactora principal de Álbum Cubano de lo Bueno y lo Bello, revista literaria defensora de las ideas femeninas y de fuerte apoyo al trabajo periodístico cubano ejercido por mujeres.

Hija de español y cubana, su padre, Manuel Gómez de Avellaneda, era comandante de Marina española y su madre, doña Francisca de Arteaga y Betancourt, pertenecía a una acaudalada e ilustre familia camagüeyana. Tras la muerte de su padre, en 1836 se traslada su familia a España, terminando por asentarse en La Coruña, donde deciden establecerse y allí publica en 1839 sus primeros trabajos bajo su seudónimo de La Peregrina. En junio de 1840 estrena “Leoncia”, su primera obra, la cual fue bien recibida en Sevilla.

En esa etapa conoce a Ignacio de Cepeda, hombre con quien vivió un apasionado amor a lo largo de su vida y su obra. Sentimiento amoroso que ella recreó con admirable maestría en la Autobiografía y cartas publicadas por Lorenzo Cruz en 1837.

En 1840 se traslada hacia Madrid, donde comienza la etapa más fértil de su vida literaria. Durante los años 1840 y 1846 son publicados su libro Poesías (1841), su novela antiesclavista Sab (1841), sus novelas Dos mujeres (1842-1843), Espatolino (1844), Guatimozín (1845) y se relaciona con los grandes escritores de la época en Europa.

En esos años vivió una relación amorosa con el poeta Gabriel García Tassara con quien tuvo una hija nacida en abril de 1845 y que fallecería a los siete meses.

En mayo de 1846 se casa con Pedro Sebater, gobernador civil de Madrid, quien fallecería seis meses después, debido a una afección en la laringe en la ciudad francesa de Burdeos en agosto de 1846.

Tras la muerte de su esposo Gertrudis se recluye en el convento de Nuestra Señora de Loreto de Burdeos.

Tras su regreso a Madrid, recuperada de las pérdidas de su hija y de su esposo, entre 1849 y 1853 estrena siete obras dramáticas: Saúl (1849) tragedia bíblica calurosamente acogida por el público, Flavio Recaredo (1851), La verdad vence apariencias (1852), Errores del corazón (1852), El donativo del diablo (1852), La hija de las flores (1852) y La Aventurera (1853).

Reedita sus Poesías en 1851 y publica un relato de tema histórico Dolores. Páginas de una crónica de familia. En el Semanario Pintoresco Español aparecen dos nuevas leyendas: La velada del helecho (1849) y La montaña maldita (1851).

Su carácter rebelde y su defensa de los ideales feministas impiden su ingreso a la Real Academia Española de la Lengua en 1853.

En 1855 se casa con Domingo Verdugo y Massieu, coronel y diputado a las Cortes. En esos años escribe varias leyendas que recogerá más tarde en sus Obras literarias y estrena Simpatía y antipatía (1855), La hija del rey René (1855), Oráculos de Talía o los duendes de palacio (1855), Los tres amores (1858) y Baltasar (1858), una de las mejores obras dramáticas de la autora.

Su producción literaria se afecta cuando su esposo resulta gravemente herido en una disputa originada a raíz del estreno de Los tres amores, y en 1859 el matrimonio se traslada a Cuba, donde el coronel Verdugo morirá en 1863 a consecuencia de la herida recibida.

De regreso a su tierra natal continua los trabajos literarios. Dirige en 1860 la revista El Álbum Cubano y en este medio publica sus leyendas La montaña maldita, La dama de Amboto y La flor del ángel. El 27 de enero de 1860 recibe un homenaje en La Habana, donde la intelectualidad de la época rinde tributo a una cubana singular.

Años más tarde regresa a España, donde muere el 1 de febrero de 1873 en Madrid. Durante sus últimos años se dedicó, casi exclusivamente, a la tarea de corregir sus obras y preparar la edición completa de sus Obras literarias, dramáticas y poéticas (1869-1871).

Su natal Camagüey recuerda su nombre diariamente pues una de sus principales avenidas se llama Avellaneda en homenaje a esa ilustre poeta, escritora y defensora del papel activo de la mujer que, aunque brilló fuera de Cuba y murió hace siglo y medio nunca ocultó el amor por su origen cubano.

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