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José Martí: vocación de justicia

La vocación de justicia del más universal de los cubanos, desde los primeros años de su vida, lo hizo convertirse muy temprano en un jurista justo

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Acercarnos a la vocación de justicia de José Martí es algo trascendental por cuanto nos conecta con una de las facetas del pensamiento martiano que amerita –sobre todo en los tiempos actuales, ante la crisis humanística que sobre nosotros se ha vertido– de un acercamiento mayor, de un tratamiento coherente, intencionado y bajo la perspectiva de continuar promoviendo el legado ético, humanista y antimperialista del Apóstol.

La vocación de justicia del más universal de los cubanos, desde los primeros años de su vida, lo hizo convertirse muy temprano en un jurista justo.

Y era Martí un jurista justo no solo porque hubiera estudiado Derecho, sino también porque supo comprender que la esencia del oficio estaba en realizar constantemente la justicia, en acudir a él y tomarlo como arma para enfrentar su gran batalla libertaria, emancipatoria, por la dignidad plena del ser humano.

¿Acaso no era Martí un hombre justo?

Recordemos su sentir ante las injusticias cometidas contra los esclavos, su reacción (de hombre de derecho y justicia) ante los crímenes de los que él fue testigo, e incluso víctima, en el presidio político.

Alcanzó en su adolescencia, a partir de la formación patriótica que recibiera de su maestro Rafael María de Mendive, de la convicción que se hubo de formar de la propia realidad vivida por los cubanos bajo el brazo de hierro ensangrentado del colonialismo español y de las influencias éticas y patrióticas tomadas de los padres de nuestra nacionalidad, esa condición de hombre justo.

Entonces vale decir que el Apóstol de Cuba es un jurista justo atendiendo a que, ante todo, es un hombre justo.

Luego podremos extraer, de su propia vida, que sus estudios de Derecho resultaron de un ejercicio serio y consciente de pensamiento, que lo llevó a estudiar aquello que le permitiría salir al camino con la adarga revolucionaria al brazo, para luchar por su Patria, que es también luchar por la humanidad.

No olvidemos aquella máxima que dice que los hombres luchan por pan y por derecho; entonces Martí vio, con su capacidad innata de prever, que para realizar la justicia, esa que era necesario poner tan alto como las palmas, había que concebir y preparar una batalla jurídica, con las herramientas que nos dota el Derecho, con el ser y el deber-ser, con una plataforma ideológica capaz de establecer el necesario programa que luego devino elección martiana «con los pobres de la Tierra».

Fue un hombre justo Martí porque fue, además, un hombre bueno; he ahí un aspecto medular del Derecho una vez que se traduce en forma de la conciencia social (jurídica): el arte de lo bueno y lo justo, desde la tradición romana de la cual somos hijos, y creo que debemos defender, pues mientras más nos aferremos a las esencias de nuestro sistema de Derecho (romano-francés), seremos más inmunes a los antivalores que nos muestra el sistema anglosajón.

Una breve hojeada al humanismo martiano nos coloca al Maestro en su justo lugar. Es Martí un exponente esencial en el enfrentamiento a la cultura dominante hoy en el mundo, la del sistema capitalista, la del «tener»; la que no aboga por la justicia social, por la eticidad del comportamiento humano, por el humanismo concretamente.

Y no es casual, no es una anomalía del capitalismo, es así como funciona; esa es su razón de ser.

No son el humanismo, la dignidad, la sinergia entre derecho y ética, el equilibrio en la propia materialización de la justicia, caracteres del sistema de derecho anglosajón (y es loable aclarar que nos referimos específicamente, en esta relación, a Estados Unidos de América: su sistema de derecho es proporcional a la cultura que promueve).

Es así que no podemos esperar menos de Martí que su afiliación a la cultura del «ser», ella tiene su base en el respeto a la dignidad humana, a la facultad de los seres humanos de asociarse, al ser bueno y justo.

Estas ideas nos hacen reflexionar en el peligro que representa para la humanidad, y por supuesto para Cuba, la guerra cultural que se nos hace, de dimensiones inimaginables, dominadora de las mentes humanas, al basarse en la construcción de modos de vida que nada tienen que ver con los «valores» del socialismo.

Y traigo a la cuartilla el término socialismo, porque precisamente esta guerra cultural va direccionada directa e indirectamente a que la «percepción del socialismo» sea la de un sistema de miserias, pobreza, decadencias; en fin, toda una construcción cultural en los seres humanos para continuar sosteniendo el capitalismo. Aun hoy, en su cara monopolista, dominando las trasnacionales, bajo la cárcel que representa el cerco mediático, tergiversador, inductor de los valores del sistema capitalista; estos se reproducen, son acatados por quienes no han despertado del sueño embrutecedor que constituye la cultura aludida.

Ahora bien, ¿en qué nos puede ayudar Martí? Su obra, su pensamiento emancipatorio y actual constituye sin lugar a duda una fortaleza para todos nosotros.

Martí es el alma moral de la nación, la guía espiritual de Cuba, la luz que nos hace ser militantes por la justicia social.

No por azar su elección fue estar al lado de los pobres, de los desposeídos, de aquellos a los que les fue negada toda posibilidad de ejercitar sus derechos. He ahí el electivismo martiano, su carácter entero, su condición humana al servicio de los pobres y necesitados, elemento que no quedó solo en el pensamiento de Martí.

Su elección hubo de practicarla, él hizo de su vida un desvelo de justicia. «Hacer es la mejor manera de decir», nos enseñó, e hizo mucho por ideas que constituyen un basamento importante en su pensamiento y acción: la utilidad en la virtud, el equilibrio del mundo, la idea del bien y la cultura de hacer política.

Vamos a encontrar en Martí el antídoto a la crisis humanística, sus postulados éticos, su vocación de justicia, su antimperialismo sustentan la contracultura socialista (o de la resistencia en el caso nuestro), y nos arma consecuentemente en la batalla cultural (que es ideológica también), así como en la búsqueda de un socialismo próspero y sostenible; empresa que no puede asumirse sin una mirada crítica a la subjetividad o espiritualidad; siguiendo las claves martianas de la actualidad que vivimos, de los seres humanos que son colonizados a diario.

Por eso Martí es un jurista actual. Él nos enseña a mirar con ojos judiciales el convite imperialista que continúa haciéndonos daño; él nos sigue dotando de las herramientas éticas para legislar, para ejercitar el derecho, realizar la justicia.

Su universalidad, carácter que desde su autoctonía se desprende, nos muestra a un Martí integral en la asunción del Derecho como arma natural de esta batalla actual que es también jurídica, y hay que ganarla desde el Derecho y la justicia.

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