Género e inclusión

Nombrar para transformar

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El lenguaje ayuda a hacer visible la realidad en sus matices, a nombrar las desigualdades y cambiarlas. Obra Dormida en el metro, de Viviana Mederos. 

La primera obligación de la igualdad es la equidad.

Victor Hugo

El lenguaje es un instrumento de cohesión social. La expresión lingüística nos define culturalmente, en tanto nos inserta en un proceso de comunicación en el que las palabras son vehículos de transmisión de ideas.

¿Cómo actuar frente al persistente sexismo en los medios? Cada vez hay mayor interés por mejorar las prácticas periodísticas, de ponerlas a tono con la voluntad mundial de potenciar la equidad de género, y sin embargo resulta fácil encontrar ejemplos de lenguaje sexista y androcentrista en la prensa nacional y foránea. ¿Por hábito, desconocimiento, falta de prioridad…? Es difícil saberlo.

Como lectores sensibilizados, como operadores de la comunicación cotidiana, pensamos que si todos los espacios educativos (y la prensa lo es) utilizáramos adecuadamente un lenguaje inclusivo, estuviéramos más capacitados para defender lo que representa esa visión equitativa en otras áreas de la sociedad, como la economía, la cultura, las relaciones humanas. En Cuba y a nivel global.

Nueva realidad, nuevas palabras

Como soporte universal del pensamiento, el lenguaje traduce la realidad como la percibimos y refleja lo que la sociedad «es» a partir de lo que se dice u oculta de sus procesos y fenómenos, como el polémico tope entre femenino y masculino.

Pero la lengua es un recurso vivo y creamos constantemente nuevas formas de usarlo (a propósito o no) según el modelo de sociedad en la que como hablantes deseamos vivir. Esas nuevas referencias lingüísticas se instalan a través del arte, la publicidad, las noticias, la política… y reafirman o deconstruyen un mundo que, aunque compartido, resalta las diferencias por regiones, edades, culturas, ideologías y sexos; diferencias que pudieran no ser importantes, pero alimentan una discriminación multicausal.

En esa cuerda, el sexismo es el uso discriminatorio del lenguaje en razón del sexo. Como afirma la académica Eulalia Lledó, «el lenguaje no es sexista en sí mismo, sí lo es su utilización. Si se utiliza correctamente también puede contribuir a la visibilidad de la mujer». Y a eso apelamos, sobre todo en los medios e instituciones sociales.

Si la lengua, junto con otras convenciones sociales, ha conformado una situación de privilegio masculino, es preciso cambiar esa «rutina» comunicativa para legitimar la presencia de las mujeres, su aporte social, espiritual, intelectual, tras siglos de ignorancia y exclusión.

Esa demanda de socializar un lenguaje inclusivo sí tiene fundamentos lingüísticos y además cumple objetivos sociales, como democratizar un instrumento de uso general y dar mayor vista a lo que piensa, hace y desea la mitad de la población, en aras de un mundo más igualitario y transparente.

Uno de los aspectos que ha suscitado mayor debate es la desigualdad de valor en el género gramatical, que no admite inversión: el masculino es el genérico y jamás el femenino designa un colectivo mixto, aún cuando prevalezcan, como en «las reuniones de padres» y los claustros de «maestros».

Para revertirlo no hace falta romper las reglas básicas de la comunicación, sino aprovechar su riqueza y flexibilidad, ser coherentes y mostrar las relaciones humanas como actualmente fluyen en la sociedad.

En esta era digital es importante cuidar también los nuevos lenguajes iconográficos, útiles para romper con el sexismo y naturalizar miradas neutras o más inclusivas.

Muchos nuevos sustantivos nacidos en este siglo pueden utilizarse sin una marca sexista. Incluir la perspectiva de género en la comunicación implica hacerle un lugar en el lenguaje (y en las imágenes) a las mujeres, y no solo como víctimas o proveedoras de servicios, sino en toda la variedad de actividades que realizan (o aspiran realizar), sus intereses, aportes y necesidades.

Esta paridad, además de ser un derecho, es cada vez más una necesidad mundial: tanto en el sector público como en el privado hay una correlación demostrable entre el aumento de oportunidades para mujeres, niñas y otros grupos diversos y la obtención de avances significativos en la eficacia y eficiencia de las operaciones económicas, comerciales, sociales, políticas… Es simple: lo que se nombra, se visibiliza, se escucha y se respeta, tiene más posibilidades de aportar el máximo al bienestar común.

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