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Halloween en Cuba y la copia de la copia

El gesto inocente de los niños corriendo por los vecindarios para proponer la famosa fórmula de dulce o truco no es toda la realidad de este asunto

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Y no está mal Halloween en sí,sino su instrumentalización como mecanismo rentable y de guerra cultural(Andreas Lischka/Pixabay).

Lo primero es que no está mal celebrar Halloween. El hecho en sí resultaría inocuo, de no ser porque viene aparejado de todo un andamiaje mucho más complejo y que se acrecienta con el decurso del tiempo: la importación de símbolos vinculados a un sistema de mercado internacional. Quienes miren hacia el interior de los orígenes de la festividad hallarán una historia hermosa, que vincula la celebración cristiana del Día de Todos los Santos con la mitología celta que habla de un día en el año en el cual vivos y muertos coinciden en este mundo. De hecho, fue en el Reino Unido en tiempos anteriores a Roma donde se gestó la génesis de la tradición y allí precisamente hoy existe una lucha entre los nativos para que la fiesta no se contamine con las versiones que se le han hecho en los Estados Unidos de la compraventa y el dinero. Sí, el proceso de aculturación del Halloween comercial está lastrando al Halloween original, restándole sus esencias míticas y sagradas.

Y es que cuando en Iberoamérica se habla de esta fecha, hay que tener en cuenta la influencia de las grandes cadenas comerciales, que poseen su sucursal en estas tierras. Los conceptos de venta en los tiempos de Halloween suben exponencialmente y, en especial en los hogares norteamericanos, el gasto es cada año mayor. Entonces, no se trata de imitar sanamente la tradición celta, la cual reivindicamos, sino de importaciones en el más llano sentido. Cuba, como país que se sigue globalizando, no está exento de esta realidad impostada. De hecho, cada año se celebra más este tipo de Halloween. Si en el 2018, La Jiribilla le dedicó al tema un dossier debido a la presencia de esta fiesta en el corredor del Vedado en La Habana, hoy en las localidades del interior se pueden observar bailes y motivos con temáticas afines.

Halloween responde a una lógica anglosajona, que no es parte del tronco cultural cubano. Incluso en los tiempos de mayor influencia norteamericana, entre 1902 y 1959 no se trajo esta fecha, sino que prevalecieron otras, como los carnavales, las parrandas, las charangas; todas con un origen socioclasista acorde con el devenir de la isla. Pero entonces no había redes sociales. Porque de lo que se trata todo esto es de crear potenciales compradores, de conquistar un mercado cada vez mayor. Ahora bien, ante la lógica avasallante, vale preguntarse ¿qué hacen nuestras instituciones culturales? Las Parrandas de Remedios por ejemplo, este año, van a hacerse con un mínimo de presupuesto de apoyo estatal. Es comprensible, dadas las condiciones en que se halla el país, pero no olvidemos que ante la arremetida del mercado siempre se van a resentir tanto nuestras tradiciones como la identidad y sus más altos exponentes. Las Parrandas de Remedios en particular tienen una gran fortaleza y es que son capaces de asimilar desde sus códigos cubanos las tradiciones de otras partes del mundo, sin que ello implique un acto de colonización ni de importaciones vacías. En 2017 por ejemplo un trabajo de plaza del barrio San Salvador tenía como temática la celebración de Halloween. Tanto la pieza en sí misma, como la leyenda realizada con música y locutores locales le daban al espectáculo un matiz propio, original, certero. Por ahí van las líneas de trabajo de lo que deberíamos hacer como cubanos y como obreros del campo simbólico.

Las fiestas de Halloween son en los Estados Unidos y en la esfera anglosajona un fenómeno casi enteramente del mercado. Prima la competencia por los disfraces más caros, por los eventos más exclusivos y por supuesto que hay toda una industria detrás. El gesto inocente de los niños corriendo por los vecindarios para proponer la famosa fórmula de dulce o truco no es toda la realidad de este asunto. Pero más allá de eso, la expansión del mercado hacia Cuba es un hecho evidente, producto de la globalización galopante en la que estamos viviendo. Todo ello es comprensible. Lo que sí no debe verse con buenos ojos es la aculturación, que no es otra cosa que sustituir lo que somos por lo que otros quieren que seamos. Y allí es donde Halloween no es nada inocuo ni vacío, sino que está repleto de los contenidos de la agenda global de occidente y sus valores, los cuales se manifiestan de acuerdo a intereses concretos. Nada en la cultura está desligado de su basamento real, de su índole reproductiva en cuanto a relaciones socioclasistas. En todo momento nuestro país tomó de aquí y de allá y ese proceso no se detiene. Quedan en el camino unas tradiciones y vienen otras. Pero el problema surge cuando la aculturación es inducida y nosotros mismos no hacemos nada para participar del proceso de la construcción del sentido.

Las instituciones y los programas patrimoniales deben asumir un rol crítico en estos procesos, no simplemente dejar que acontezcan. La formación de los públicos y del consumo está a cargo del tejido socioclasista y de las formas a través de las cuales el Estado ejerce su hegemonía como sostén del proyecto social. No es lo mismo transculturación que importación, no es igual una copia que una asunción crítica y desde presupuestos creativos. Con esto quiero decir que fenómenos como por ejemplo el trabajo de plaza de las parrandas con temática de Halloween son preferibles en términos culturales a una simple fiesta que imite lo que acontece en el norte del continente. Porque lo triste es eso, hacer algo para encajar y no para proponer una cosmovisión, una transformación y a fin de cuentas una idea propia. Lo duro de este Halloween imitativo es la falta de originalidad y el esnobismo y que por ende no da paso a nada nuevo, más allá de traernos el modelo y sus ideas foráneas. No es ni bueno ni malo, porque no se trata de un asunto moral, sino que no aporta, no crea, no dice nada.

Vivo en una de las ciudades con una identidad más definida en cuanto a lo cultural. En San Juan de los Remedios se habló de patria en una fecha tan lejana como el siglo XVII. Aquí tuvo lugar la formación de la única fiesta cubana que es Patrimonio de la Humanidad y que amalgama elementos europeos, africanos y asiáticos. He vivido a lo largo de mi existencia cómo en las carrozas y los trabajos de plaza son asumidos códigos propios de la globalización, de hecho cuando comenzaron a utilizarse los softwares para animar las luces eléctricas el escándalo en la ciudad fue grande, pues se dejaban de lado un conjunto de tradiciones como el bombo de madera que databa de inicios del siglo XX. Todo proceso de transculturación es fuerte, trae consigo transformaciones y hay mentalidades conservadoras que nunca van a adaptarse. Pero precisamente por conocer cómo se dan estos choques en una de las partes más identitarias del país, sé que este Halloween no ha transcurrido por las contradicciones que conlleva un proceso de debate creativo. El carácter impostado, artificioso y de nulo aporte con que ha ocurrido su celebración aquí responde más bien a una expansión natural del mercado producto de que nos hemos globalizado más que nunca.

En el universo agreste de la batalla cultural, proteger nuestras fiestas desde el Estado resulta prudente. Dotar a las parrandas de un mecanismo legal que las haga sustentables o al menos darles lo necesario para su producción pudieran ser respuestas coherentes con nuestra preocupación por lo propio, por lo nacional. Pero sucede que todo proceso de choque de culturas en ocasiones va acompañado de ingenuidades y de la debilidad de la parte colonizada. Hacia allí debe dirigirse el despertar de las instituciones cubanas, de las oficinas de patrimonio y de las instancias del Estado. No somos un país que esté al margen del mercado, de las ambiciones de las empresas y del poder corporativo. Manejar nuestros sueños –por parte del colonizador– es el primer paso para hacerlo con todo lo demás. Y no está mal Halloween en sí, el original, el de los monstruos, los muertos, la tradición celta; sino su instrumentalización como mecanismo rentable y de guerra cultural. Podemos asumirlo dentro de nuestra creatividad, como parte de los códigos que ya nos definen, incluso es posible incorporarle algo cubano; pero lo inaceptable es que nos obliguen a copiarlo, sin que cuestionemos su por qué y para qué. Cuba existe en el mundo y tenemos que saber que la cultura no se detiene y que seguiremos bebiendo de la savia universal. Hacerlo con conciencia, con alertas tempranas, desde la inteligencia; siempre será mucho mejor que desde la ingenuidad y la importación. Sobre todo porque en los lugares donde no hay parrandas, ya se perdieron otras tantas tradiciones como verbenas y carnavales, lo cual dio paso a la aculturación más fría.

No hay nada malo con Halloween, porque incluso el verdadero Halloween está en peligro. Divertirse es sano, necesario. No importa si se elige esta u otra fecha. Halloween mismo, en Inglaterra, donde surgió, está enfrentándose con el embate del mercado. Allí hay gente sensibilizada con el pasado celta y que no quiere que su identidad se torne en un pico de oportunidades para vender. En cualquier sitio existe  una batalla entre la espiritualidad y los intereses. No es este un asunto meramente cubano, porque la globalización nos atañe a todos.

No es para nada un secreto que la guerra de símbolos sí tiene un impacto en Cuba y en el contexto político en el cual se inscribe el proyecto nacional.  Como proceso de la cultura, este enfrentamiento entre dos sistemas y cosmovisiones –marxista y liberal– deriva en posicionamientos morales, en valoraciones sobre exponentes de la vida cotidiana, en impactos en el propio desenvolvimiento de los ambientes festivos y otros fenómenos productores de sentido. Por ende, no debe haber ingenuidad de nuestra parte y sí la sana suspicacia que cuestiona y que analiza.

Nosotros, por desgracia, hemos tenido aquí la copia de Halloween y no el original. Nos toca darle una visión propia, tenemos que ejercer la crítica que busca significados y que se preocupa por las esencias. Nada en cultura es baladí, ni carente de otras implicaciones.

Quizás el debate sirva para expandir la tan necesaria discusión en torno a nuestro patrimonio y su lugar en un mundo dominado por la colonización cultural. De ser así, habrá valido la pena que alguien celebre esta copia de la copia.

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