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En la savia profunda de Cuba

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Profeta de la aurora. Visionario. Humilde interlocutor. Hombre con «ángel»». Gigante. Discípulo de Martí. Elegido. Soñador. El de memoria prodigiosa. Orador que imanta. Rebelde. Líder de la Revolución. El único Comandante en Jefe. Quijote. Por la Historia, absuelto y renacido. Fidel.

Ahí están, en poemas, artículos, testimonios, entrevistas, discursos, documentales»€¦ las huellas por las que conducir a nuestros hijos en el conocimiento de un ser que hizo de lo excepcional, presencia.

Nos parece, sin embargo, que no alcanzaremos a transmitirles el privilegio que significó vivir en el tiempo de Fidel; que las palabras y las imágenes pueden ser insuficientes a la hora de descifrar y hacer suyas las ideas «€“y la leyenda»€“ de quien parecía venir directo del misterio martiano que nos acompaña.

Él tenía la magia cotidiana de la Isla, esa que brota de aguas azules y palomas; el arrojo de maniguas, cargas al machete, y marchas incendiarias; el radicalismo de los convencidos, y la fe en las utopías de quienes aman las mejores causas.

Entendía la poesía como dominaba la guerra, y nunca dejó de sostener proyectos en favor de lo más humano, por retadores que fuesen; creía que «el peor enemigo que tiene la Revolución es el espíritu conservador y tradicionalista»».

A Fidel no le hacían falta los apellidos. Aún parece innecesario llamarlo de nombre completo, porque sintetiza para todas las épocas la savia profunda de Cuba, la asentada en la audacia y, por tanto, en la permanente evolución, el ejercicio del criterio, la irreverencia ante los crueles sentidos comunes del mundo: «aquel que no sea audaz no será jamás revolucionario»».

Quizá baste que sepamos poner en las manos y mentes de nuestros hijos un país fiel a sus caminos, aquellos que costaron sangre y múltiples sacerdocios en favor de lo colectivo; que les enseñemos el respeto a lo pasado como forma de reinventar con atrevimiento su presente; que los eduquemos en el valor de ser; y los ayudemos a entender la Patria no como la tierra que nos sostiene, sino como el paisaje interior que nos eleva. Tal vez solo eso precisemos para que crezcan como mujeres y hombres en el tiempo de Fidel.

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