La huella imborrable del crimen de Barbados

Un acto de terrorismo, hace 49 años, arrebató brutalmente la vida de jóvenes promesas del deporte cubano y otras víctimas, convirtiendo su triunfo en luto. Este crimen, que pretendió fracturar el espíritu de una nación, no logró su objetivo y, ante el dolor colectivo, forjó una mayor unidad y un firme compromiso con la resistencia.
Cada 6 de octubre, Cuba recuerda con profundo dolor a sus hijos vilmente arrebatados por el terrorismo. El pueblo guarda en la memoria el crimen de Barbados, una herida que, a pesar de los 49 años transcurridos, no prescribe. Aquel acto de barbarie buscó fracturar el espíritu de la Revolución, pero el dolor, en lugar de quebrantar, forjó una unidad colectiva aún mayor.
Entre las víctimas, viajaban 24 promesas del equipo juvenil cubano de esgrima, quienes acababan de coronarse como campeones absolutos en el Campeonato Centroamericano y del Caribe. Regresaban a casa cargados de las medallas de oro, con la alegría desbordante y la ilusión de compartir sus triunfos. Eran el futuro, truncado en pleno vuelo.
El sepelio en la capital cubana congregó a un pueblo sumido en el dolor. Ante los féretros cubiertos con la enseña nacional, las palabras del Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, conmovieron a la multitud y transformaron la pena en un firme compromiso de resistencia.
Cada aniversario de esta tragedia no es solo un recordatorio, sino una convocatoria a la conciencia universal. El atentado contra el vuelo 455 de Cubana trascendió las fronteras de un acto contra un país para erigirse como un crimen abominable contra la esencia misma de la humanidad.
Los autores, al sembrar la muerte, pretendieron infundir miedo y desunión; sin embargo, de las cenizas de aquel día no brotó el olvido, sino una lección imperecedera de dignidad.