Cultura

Arte para crecer

El arte que se hace para los niños debe partir de una comprensión profunda del público al que se dirige: un público en permanente formación, que transita aceleradamente por diferentes etapas del desarrollo cognitivo, emocional y sensorial. No se trata solo de entretener o de simplificar el mundo para hacerlo accesible, sino de ofrecer herramientas para interpretarlo, para enriquecer la sensibilidad, para abrir puertas a la imaginación y al pensamiento. Crear para los niños implica, entonces, una responsabilidad inmensa.

Resulta imprescindible eludir visiones reduccionistas que entienden el arte para la infancia como un simple vehículo didáctico, como un medio de transmisión de contenidos explícitos, muchas veces revestidos de un carácter moralizante o manipulador. El arte dirigido a los niños debe formar en valores, pero desde la sutileza y el respeto, desde la riqueza simbólica y la exploración emocional… no desde el sermón ni el dogma.

A menudo se subvaloran las capacidades de los niños, tratándolos como un público menor, limitado, que solo puede comprender lo evidente o lo banal. Esa mirada condescendiente es contraproducente. La experiencia ha demostrado que los niños son capaces de procesar niveles de complejidad sorprendentes, siempre que el abordaje sea honesto y sensible. El arte puede ayudar a despertar en ellos preguntas, inquietudes, emociones que ni siquiera los adultos logran poner en palabras.

Por supuesto, sería útil establecer segmentaciones en la creación artística infantil, atendiendo a las distintas etapas del desarrollo. Lo que estimula a un niño de tres años no será lo mismo que interpele a uno de ocho. Sin embargo, también existen obras que logran trascender esos cortes etarios y dialogar con un espectro amplio, apelando a códigos universales y a múltiples capas de significación.

No deberían existir temas tabúes cuando se trata de crear para niños. Lo que importa no es tanto el tema como la forma de abordarlo. Los asuntos difíciles o complejos —como la muerte, la pérdida, la desigualdad, el miedo, el amor— pueden y hasta deben ser tratados, siempre que se haga con la sensibilidad que requieren esas edades. El arte tiene la capacidad de abrir espacios para esos diálogos necesarios, ayudando a los niños a comprender y a integrar experiencias fundamentales.

Es necesario, además, distinguir entre arte infantil y arte para niños. Lo primero puede incluir expresiones creadas por los propios niños —valiosas desde su espontaneidad y su proceso de formación—; lo segundo, en cambio, implica una elaboración profesional destinada a una audiencia infantil. Esta diferencia es importante para no confundir niveles de exigencia ni objetivos.

Desde las primeras edades, el arte puede y debe contribuir a formar un pensamiento crítico, una mirada que aprenda a jerarquizar, a distinguir lo auténtico de lo superficial, lo bello de lo vacío. No se trata de imponer gustos o categorías, sino de propiciar una apertura que permita disfrutar más y mejor del mundo simbólico.

Un enfoque lúdico —aunque no banal— puede ser una vía especialmente fértil. El juego es una de las formas naturales de aprendizaje de la infancia, y el arte que incorpora lo lúdico no solo es más accesible, sino también más eficaz en su capacidad formativa. El juego con los lenguajes, con los sentidos, con los símbolos, puede ser plataforma para la comprensión más profunda del arte y de la vida.

El arte para niños no es un arte menor. Demanda una sensibilidad especial, un conocimiento profundo del desarrollo infantil, una vocación genuina de diálogo con un público exigente, abierto, sorprendente. Crear para los niños es apostar por el futuro, es sembrar raíces de belleza, sentido y libertad.

Un buen ejemplo reciente

La recién concluida edición del Encuentro Internacional Corazón Feliz, celebrada en La Habana, ha reafirmado su apuesta por un arte pleno, comprometido con la formación de valores. Lejos de concebir el arte como simple entretenimiento o adorno pedagógico, la cita se ha proyectado como un espacio de crecimiento espiritual y ético, donde la sensibilidad, el respeto y la imaginación se erigen como pilares esenciales. A través de espectáculos, talleres y espacios de intercambio, se consolidó la idea de que la niñez merece propuestas culturales exigentes y enriquecedoras.

Uno de los aciertos del encuentro ha sido su vocación integradora. Música, teatro, literatura, danza, artes visuales y narración oral se articularon en una propuesta coherente y abarcadora, que dialogó desde diversos lenguajes artísticos con el universo infantil. Esta integralidad permitió no solo una experiencia lúdica y participativa, sino también la multiplicación de sentidos, reforzando la visión de un arte que no fragmenta, sino que convoca a la totalidad del ser en formación.

La vocación humanista del Corazón Feliz resultó evidente en cada actividad: en la mirada respetuosa hacia los niños como sujetos de derecho, en la promoción de la inclusión, en el estímulo a la reflexión crítica desde las primeras edades. En un contexto donde a menudo se trivializa la creación para la infancia, el encuentro se consolidó como una plataforma seria y amorosa para la defensa de un arte que forma, dignifica y transforma.

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