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El camino de Martí

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A 130 años de la caída en combate de José Martí, todavía resuenan voces que, desde una lectura parcial o desinformada, afirman que el Apóstol se dejó matar. Tales juicios desconocen el liderazgo extraordinario de quien fue el principal organizador de la Guerra Necesaria. Martí no era un político de escritorio: sabía que debía validar con su presencia y ejemplo lo que había concebido en el terreno de las ideas y la estrategia. No podía permanecer al margen del escenario donde se decidía el destino de Cuba. Su compromiso era total.

La muerte de Martí en Dos Ríos fue sin duda una pérdida irreparable para la causa independentista. Pero su legado, forjado en la más noble pasión por la justicia y la libertad, trascendió la pérdida física. Su ideario se convirtió en brújula moral y política para las generaciones futuras. En Martí se encarnan los valores más elevados de la nación cubana, no como un símbolo estático, sino como una fuerza viva que ha acompañado los momentos más decisivos de la historia de Cuba.

Aún hoy, Martí sigue siendo guía. Sus postulados, que combinan el más profundo humanismo con una mirada lúcida sobre los desafíos del poder y la dominación, no han perdido vigencia. Su denuncia del imperialismo, su defensa de la dignidad plena del ser humano y su apuesta por una república con todos y para el bien de todos conservan plena actualidad. En un mundo convulso, sus palabras y acciones iluminan con fuerza renovada.

Pocas naciones tienen el privilegio de que su más alta figura política sea, al mismo tiempo, un creador de excepcional talla cultural. Martí fue poeta, ensayista, periodista, diplomático, educador. Su obra literaria y su pensamiento político conforman una unidad armónica y profunda. Esa proyección múltiple lo hace inagotable, fuente constante de interpretación y reapropiación desde las más diversas disciplinas y sensibilidades.

Cuba tiene con Martí una deuda permanente. No basta con honrarlo en fechas señaladas ni repetir sus frases como letanías. Hay que estudiarlo con rigor, analizarlo sin dogmas, llevar su pensamiento al corazón mismo de los debates actuales. Martí no puede ser fósil ni estatua: necesita una lectura dialéctica que lo proyecte hacia el presente y el porvenir. Solo así seguirá siendo nuestro contemporáneo esencial.

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