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Los contrastes de Nueva York

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ueva York posee múltiples rostros. La ciudad no solo es la más poblada del estado homónimo, con sus más de ocho millones de habitantes, sino también de los Estados Unidos. La urbe ha concentrado muchos de los edificios más altos del mundo, entre ellos el icónico Empire State y las torres gemelas del World Trade Center, que fueron derribadas en los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

Importantes personalidades de la historia y la política han vivido en Nueva York. José Martí estuvo radicado allí durante quince años. Cuentan los historiadores que llegó un 3 de enero de 1880 y permaneció en la ciudad, con intervalos de viajes, hasta el 30 de enero de 1895.

Vivió en la Isla de Manhattan y en Brooklyn. Desde Nueva York tendió puentes y construyó alianzas entre emigrados y otros patriotas, haciendo uso de un inmenso poder de persuasión para forjar la libertad de la Isla. Legó un ejemplo imperecedero de austeridad, integridad y patriotismo.

En Nueva York vio la luz Ismaelillo, el libro de poemas que dedica a su hijo, en 1882. Allí escribió sus Versos Sencillos, que no se publicarían hasta después de su muerte.

En 1889 publicó la revista para los niños La Edad de Oro; y en 1892 fundó y publicó el periódico Patria, órgano del Partido Revolucionario Cubano, organización que concibió y creó como el instrumento indispensable para la Guerra necesaria.

En esa ciudad donde tanto pensó y luchó por su Patria, la permanente presencia de José Martí se encuentra en uno de sus lugares más concurridos: el Parque Central.

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En su entrada, por la Avenida de las Américas, se levanta la estatua ecuestre del Apóstol que ahora podemos ver, idéntica, en La Habana, y que lo muestra en el momento de su caída en combate, de cara al sol, enfrentando las balas enemigas.

Allí está nuestro Martí, en medio de una ciudad en constante y desafiante movimiento, que impresiona por la velocidad con la que caminan los lugareños, aferrados a la pantalla de sus celulares y el sonido de sus audífonos.

Aunque en la mayoría de las películas aparece Manhattan, con sus rascacielos, hoteles y tiendas de lujo, la realidad es mucho más compleja.

Nueva York es conocida por su múltiple diversidad étnica y cultural. Y parece que todos llegan tarde a algún sitio. Tienen prisa. En una misma cuadrícula de la Gran Manzana conviven desde la pobreza más absoluta -llena de desesperanza- hasta la riqueza más excesiva y excéntrica.

La ciudad parece aplastar al transeúnte, sobre todo a aquel que no la habita o que llega hasta allí en busca de los lugares conocidos por la cinematografía que ha invadido al mundo, mostrando sus impresionantes rascacielos y su diversidad, imponiendo códigos, modelos y culturas.

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Es a su vez, una «ciudad mundo», que acoge la sede de la Organización de Naciones Unidas (ONU). En el vecindario de Manhattan, en la costa a orillas del río Este, se sitúa el complejo de estilo arquitectónico modernista.

Esta semana, en Nueva York, líderes mundiales participarán en el debate de alto nivel del 78 período de sesiones de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas, bajo el lema «Reconstruir la confianza y reactivar la solidaridad mundial».

Con sus evidentes contrastes, Nueva York es la ciudad que recibe, como cada año, a los mandatarios del mundo. Es una urbe donde el visitante no debe dejarse abrumar, por las insistentes luces que pretenden esconder sus sombras.

Lo cierto es que la dignidad también aflora en Nueva York. Cuba la lleva a donde quiera que vaya.

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