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El delicado camino de la infertilidad

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Hay días de celebración para todo desde a nivel local hasta global. Muchos no son motivo de fiesta, y algunos invitan a reflexionar.

Hace poco, el 4 de junio, se conmemoró el Día Mundial de la Fertilidad-Infertilidad. Casi siempre para quienes clasifican en el primer grupo —y quieren ser padres— significa lo más grande, aunque este criterio no es absoluto porque la maternidad-paternidad también es una tarea titánica. Obviamente, para los segundos los sentimientos son diversos mientras sienten sus planes frustrados. Hablemos de esos.

Existen personas que quieren tener hijos y no lo consiguen ni con ayuda de la ciencia. La infertilidad es una condición que puede suceder por muchas razones, a veces por enfermedades tratables o no, o incompatibilidad, pero en ocasiones por causa desconocida. Cuando es irreversible, resulta un ejercicio muy complejo para quienes están pasando por ello, y dependerá en gran medida de su fortaleza mental, de ajustar sus aspiraciones y aterrizarlas a las circunstancias.

Sin embargo, no importa cuán fuerte se sea o convencido se esté, en muchas oportunidades en ese proceso de resignación media mucho la opinión de terceros, y en ocasiones no es suficiente la coraza que se inventa, o se cree tener, para considerar que no le daña un escenario en el que poco aporta la voluntad. El afectado establece barreras para el dolor, elige luchar en silencio con esos demonios que lo carcomen para pretender que no sucede. Y está el extrovertido que, sin tapujos, lo cuenta a todos.

Indudablemente pasa por la decisión personal de elegir cómo llevar su tema médico, de manera discreta, hacia adentro, o con apoyo en sus seres allegados. Antes tuvo que admitir que no estaba bien, y también fue difícil el escepticismo, buscar asistencia, y comprobar que no era cuestión de resolver con una pastillita o un ultrasonido, sino un demorado y espinado camino, lleno de inseguridad, maltrato y dolor físico, soportable únicamente por la idea futura de concebir. Sin embargo, ese momento puede no llegar.

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Ilustración cedida por la ilustradora y realizadora española Lyona. En su cuenta de Instagram @lyona_ivanova trata temas como el feminismo, la sexualidad y la infertilidad, basada en su propia experiencia al padecer endometriosis.

TESTIMONIO

En ese recorrido, muchas ideas manidas acompañan nuestra existencia, llegan a condicionar nuestro pensamiento y comportamiento, sobre todo cuando pasamos por la etapa de negación, cuando todavía nos conmueve y no queremos que nada ni nadie nos recuerde el proceso en el que estamos, no por esconderlo con saña sino para, un poco, relajarnos y aislarnos de esa sensación constante de espera al tiempo que buscamos en la cotidianidad herramientas para salir del trance, aunque a solas no hagamos más que darle vueltas al asunto. Hasta que decidimos hacer caso omiso y vivir sin prescripción.

Mientras tanto no llega ese momento de resignación nos molesta, por ejemplo, cuando dicen que hay una edad determinada para parir, que tener hijos es la misión de nuestras vidas; cuando tratan, a pesar de las evasivas, de escudriñar por qué a los 40 años no nos hemos embarazado. Entonces llegan muchos cuestionamientos incómodos que no queremos responder porque entendemos que nunca debieron formularse, y porque la intimidad es de cada quien y cada persona tiene derecho a reservarse lo que de su vida le interese. En pocas palabras, lo que no se dice no se pregunta.

Por otro lado, en esa época vulnerable y sensible también pesan los días de las madres y de los padres. A veces se convierten en un suplicio impuesto por la sociedad porque nos recuerda que no cumplimos el encargo ancestral de procrear. A la incómoda fecha le acompaña el presagio anual familiar e indiscreto de que para el próximo año ¡sí! haremos abuelos a los padres y tíos a los hermanos como si fuéramos una fábrica de felicidad para los demás. Es demasiada responsabilidad.

MARTIRIO

La incertidumbre es la palabra de orden, se empieza a sufrir desde la antesala, con la sospecha y la desesperación, antes de comenzar a valorar opciones, de manejar el temible concepto infertilidad. Y toda sensación va en aumento con cada paso, se acrecienta al no encontrar respuestas y al conocer otros términos que atemorizan como histerosalpingografía, antimülleriana, endometriosis, IA, FIV. Luego se intenta de todo, y no importa ateísmo ni la falta de sustento científico porque de repente la fe se encuentra lo mismo en un rezo que en un brebaje de yerbas que mal no pueden hacer, o en un baño de flores blancas.

La presión psicológica acompaña desde que la persona aquejada se percata de que su cuerpo no funciona como quisiera. Para cuando decide arriesgar todo y acudir a la consulta de reproducción asistida empieza a tropezar con las paredes de un laberinto desconocido que no parte de donde presume sino del nivel más bajo de la asistencia médica, con los doctores comunitarios, y esto hace que sea aún más tedioso porque pareciera improductivo.

El protocolo suele ser desgastante y pasa por aspectos burocráticos y otros menos nobles que hablan de miserias humanas. Se requiere mucha tolerancia y fortaleza para persistir y no abandonar el propósito porque, además, duele en las emociones y en el cuerpo. Esto se traduce en muchísimos exámenes que lastiman, procedimientos riesgosos, inyecciones por todos lados con demasiada frecuencia, hematomas en el ombligo y las nalgas, cuerpo hinchado por la carga hormonal, síntomas fantasmas, aparte de asuntos relacionados con la escasez de material gastable y de medicinas vitales que no se encuentran en la red común de farmacias.

En el camino de las instalaciones hospitalarias pesa también algún trato deshumanizado. La falta de sensibilidad hiere mucho en momentos de indefensión, cuando se tiene bastante ya con querer y no poder. Es más fácil derrumbarse cuando se empeña en ser hermético y sufrir encerrado para protegerse y cuidar a los demás.

A la ilusión de las molestas ecografías transvaginales para el constate conteo folicular le sigue un miedo horrible a la Beta hCG porque la decepción ha sido la palabra que ha marcado todo el estudio, y casi en ese punto ya poco se espera. Por lo general se vive demasiado tiempo así en ese vaivén sentimental que puede durar años de deterioro físico y psicológico hasta que se llega a la trifurcación siguiente: feliz embarazo, diagnóstico definitivo que certifica la imposibilidad, y deserción del proyecto por cansancio.

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Fotografía tomada de https://nextfertility.es

La salud reproductiva es importante para la humanidad. Asimismo, la fertilidad influye en el desarrollo personal y en la estabilidad emocional y psicológica de la pareja, provoca angustia, estigmatización, aislamiento, prejuicios.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) el problema es cada vez más grave: alrededor del 17,5 por ciento de la población adulta padece alguna condición vinculante, esto quiere decir que una de cada seis personas puede padecerla en algún momento de su vida.

En abril de este mismo año la OMS presentó un informe al respecto, y su Director General, Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, instó a que la atención en consulta especializada sea más accesible y de calidad, ya que se trata de una dificultad que puede afectar a todos, no distingue en raza, género, nivel social, ni región geográfica.

Es por eso que en el mundo cada año en el mes de junio se organizan jornadas de actividades para crear conciencia sobre los desafíos que enfrentan las parejas con infertilidad y se estimula a que cada quien pueda recibir atención médica que encamine su diagnóstico. Se realizan iniciativas en apoyo a las personas que no consiguen tener hijos, así como crear conciencia ciudadana e impulsar políticas públicas para garantizar información.

EPÍLOGO

Infertilidad no es solo una palabra que indica nulidad. No es tan simple. En ella se encierran emociones angostas y cuesta bastante ejercicio mental adaptarse a mencionarla sin rencor.

Asumir el futuro sin descendencia no es fácil, a menudo se imagina la vejez en soledad, sin ese amor que solo sienten los hijos. Por eso deberíamos practicar la mesura y ser más empáticos porque no sabemos quién libra en silencio batallas de esta naturaleza. Por eso, hasta que las personas decidan contarlo, no deberíamos entrometernos ni con juicios, ni con indiscreciones, pues quizás en ese momento se encuentra aún susceptible.

El camino hacia el convencimiento no es lineal sino con altibajos, con regresiones, y requiere tiempo hasta que se asimila por completo, hasta que ya no se siente dolor, fastidio, tampoco ansiedad. La resignación es un camino al que se llega solo, sin compañía, es totalmente personal y cada uno lo vive distinto y lo supera a su ritmo.

Claro que nadie tiene un cartel de sensible en la frente, pero seamos más observadores, menos irrespetuosos, permitamos que los demás fluyan con sus propios universos y que sean ellos quienes pidan ayuda justo cuando estén listos para recibirla. Tampoco merecen lástima. Superado el proceso, ya nada duele: la vida continúa, no todos pueden o quieren ser padres, y ese no es el fin del mundo.

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