Cultura

Marcos Urbay y los grandes sucesos

Todas las ciudades poseen una memoria viviente, un ser que camina por las calles y que encarna lo acontecido durante generaciones. Marcos Urbay en cierta medida ocupa ese sitio en el imaginario de Caibarién

Marcos Urbay
Marcos Urbay, más que un genio, fue ese obrero.

Todas las ciudades poseen una memoria viviente, un ser que camina por las calles y que encarna lo acontecido durante generaciones. Marcos Urbay en cierta medida ocupa ese sitio en el imaginario de Caibarién. El hecho de que en el último Cubadisco dicha figura resultara reconocida solo habla acerca de la grandeza del músico.

Raúl Ernesto Gutiérrez, conocido popularmente como el Yuca, llevó al celuloide la vida y el legado de este hombre. En las imágenes del material no solo quedan impresas las anécdotas, sino que se trata de un álbum en el cual desfilan el pueblo y todas las manifestaciones de consagración, de apego a las raíces y de amor por una idea de patria que no claudica ante la mediocridad, la abulia. Se trata del documental Marcos Urbay, un obrero de la música, que, a partir de un lenguaje cinematográfico llano, sin grandes giros, va narrando los diversos planos del devenir de un hombre que trasciende desde la obra y que termina sus días en un rincón de la Isla, sin pretensiones, sin que ello signifique demérito alguno.

Recuerdo al maestro Marcos Urbay de mi etapa como periodista en la emisora local de Caibarién. Su andar sereno, con una pasividad que impresionaba, iba de la mano de una palabra sabia y de un carácter firme. Nada en él traslucía pobreza de espíritu, sino que, al contrario: era una especie de dios para los lugareños. Alguna vez, en medio del fárrago de un pequeño pueblo, se le vio atareado con los proyectos de llevar adelante una banda municipal. Tarea esta última que sufrió carencias y desatenciones.

El Yuca, que también se ha movido por los entornos culturales de Caibarién, tuvo la oportunidad de acercarse a la última memoria viviente de una era ya perdida. Se trata de un documental que busca las fuentes esenciales y que sabe realzar las zonas dormidas de la figura. Las contradicciones entre la luz y la sombra, entre la gloria y lo pequeño, entre la ciudad inmensa y el pueblo al cual se va al final de una vida de bregar fructífero. Así transcurre la narrativa de esta pieza, que no posee ni dramatizaciones, ni se detiene en sensiblerías; sino que posee la fuerza de lo real, de la cotidianidad, de lo que sucede a diario y que quizás a nadie le interese grabar, establecer como imperecedero. Este documental pudiera inscribirse en la tradición de los estudios de la oralidad y de las causas efímeras.

El Yuca llega a la historia a través de azares de la vida. En palabras suyas, se trata de un trabajo que le llevó mucho esfuerzo, que incluso quedó interrupto en medio de la pandemia y que debió reanudarse. En todo ese tiempo, la existencia cultural de Caibarién había variado. Ya no solo una terrible enfermedad global arrasó con el mundo, sino que el maestro Urbay partió desde el 2019. Uno de los últimos videos donde se le ve hablando y tocando la trompeta es este documental. Para el equipo de realización se trataba del rescate no solo de esta persona, sino del tiempo que le dedicó a la cultura en un pueblo apartado en el interior de Cuba. En los propios planos de la obra se observa a Urbay ensimismado en la vida del villorrio, buscando el pan de cada día, con la camisa a cuadros de casi siempre, con el rostro ensombrecido por la cotidiana existencia. Lo hermoso es sacar a relucir lo bello a partir de estas vivencias menos amables, ver las pepitas de oro a través de la ingratitud. Uno de los panoramas más duros que propone la cinta está descrito a partir de las entrevistas con los integrantes de la Banda de Conciertos de Caibarién, quienes refieren cómo el maestro los motivaba a pesar de las dificultades y carencias. Hay que ser realmente artista para afrontar lo peor, incluso el olvido, y seguir con la frente en alto.

En una de las secuencias más memorables, el maestro camina por los portales de la villa y se detiene a conversar con personas vulnerables, incluso con un hombre ya bastante mayor que carece de ambas piernas. Allí, el gesto de Urbay es humano, se preocupa por cómo están viviendo, por lo que están haciendo, los trata con la ternura de los espíritus buenos. Uno termina preguntándose cómo es que alguien con ese talento pudo estar entre nosotros, siendo a la vez tan humilde. La historia va de cómo creó un método para enseñar la trompeta mucho más efectivo y universal que es adoptado en toda América para las escuelas de arte, de que participó junto a otros como Nat King Cole y Frank Sinatra, de que fue figura cimera en la Orquesta Riverside y en Tropicana. Incluso la saga de sus fundaciones resulta increíblemente inmensa. Pareciera que estuvo en todas partes, que bebió de las aguas más poderosas en las cuales se adquieren la fuerza y la juventud. El maestro Marcos Urbay surge en estos minutos del celuloide y rompe el silencio para mostrarnos cómo la cultura se hace en los pueblos pequeños del interior y permanece en el más absoluto estado de pureza. No hay mediocridades en el material, no se detiene a darnos nada nimio, sino que lo grande se dibuja a partir de su propia naturaleza.

En todo ello, la historia de los vecinos, de los familiares, del hermano que también es músico y que lo admira; son elementos que construyen una narrativa paralela y que coadyuvan a que no se pierda ni un instante. Marcos Urbay no depende de que le hagan documentales, ni de que lo coloquen en las portadas de las revistas; pero estos gestos del arte son justicias que envía la vida cuando se ha existido con tanto dolor y resignación, cuando el paso del tiempo nos endurece y entonces nos cae sobre el rostro una gota de rocío de la mañana. Así hay que ver el documental Marcos Urbay, un obrero de la música. La obra del Yuca no se queda en lo descriptivo, sino que nos muestra las profundidades, se hunde en las raíces y logra dibujar de manera inmensa todo lo que antes parecía soterrado, intrascendente, solo propio para las valijas polvorientas. Hay entonces un tratado de la vivencia, de la construcción de lo cotidiano, en lo cual el hombre deviene genio. La obra no solo está en los escenarios grandilocuentes, sino en enseñar a un niño con discapacidad y sacar de sus entrañas a un excelente músico. Urbay posee en este pasaje la sabiduría de los viejos filósofos, capaces de mostrar el universo a partir de un solo gesto.

Este tipo de documentales tiene una larga tradición en el mundo. No se trata de una monografía, aunque toma de este género. Lo biográfico es el pretexto para ilustrar cómo vive y muere un grande, en medio de una sociedad en la cual se inserta. El tema no es la vida de esta persona, sino lo que se desprende, lo que subyace. De esta forma, se logran efectos en cuanto a lo emotivo y lo informativo que van a justipreciar el género del documental y a sacarlo de las fórmulas manidas. El material, si bien sigue el formato de las entrevistas sucesivas y no plantea una narrativa complicada, ni mucho menos una edición experimental, apuesta por este retorno a la memoria, por el regreso de los tiempos gloriosos. Sentimos en medio de esta pieza la nostalgia por lo que no hemos vivido, pero que se intuye entrañable, más puro, con una conciencia inmensa. Se huele la atmósfera del Caibarién republicano en el cual caminaba Urbay. Los consejos del padre del maestro resuenan en esas secuencias y marcan las líneas de una familia tradicional, que posee todas las virtudes de esa era ya ida. Se trata de la porción más interesante de la pieza en la cual quedan dibujados los contornos de ese pasado nebuloso.

Una de las muchachas de la actual Banda de Conciertos de Caibarién refiere que Urbay tocaba la trompeta desde que existe la memoria. Esa idea se ha ido pasando de una generación a otra y constituye uno de los valores reforzados por el documental. Si en algo sirve el trabajo audiovisual es porque consigue retrotraernos más que a la información al estado de ánimo en el que se forjó el carácter de acero del maestro. Todo un proceso si se analiza y que tomó décadas. El Yuca posee un poder de síntesis en el cual quedan dadas las condiciones para que la obra de arte, en este caso un documental, acompañe a las temáticas y las contradicciones. Hay maestría en la hechura del material, pero más allá de eso, se trata de un proyecto en el cual se nota que hubo un fuerte matiz emotivo, una cercanía con la historia, quizás una implicación a partir de parábolas personales. Cada artista es de alguna manera un genio olvidado, que no está todo el tiempo en el centro de atención, ni en el éxito. En los creadores hay una pulsión dolorosa que proviene de la certeza de la muerte y del peligro de la desmemoria. Esta pieza audiovisual se propone separar las variables del olvido y darle lustre a un episodio espléndido de la cultura, sin que por ello se deje de señalar el carácter injusto de determinadas condiciones superficiales que opacan a la persona en cuestión.

Marcos Urbay, más que un genio, fue ese obrero. Un hombre que se levantaba temprano en la mañana e iba a su academia de música, que estudiaba, que ayudaba, que sentía por Cuba y por su gente. A pesar de haber conocido el mundo, nunca fue más universal que cuando anduvo por los portales de Caibarién. El vaivén casi ruinoso de la villa y sus casas dañadas por el salitre son el espejo del alma del artista, su correlato, la manera en que el destino se muestra de forma trágica. Es una suerte que hayamos tenido a alguien que reunía todas esas capacidades sobrehumanas. La contradicción queda establecida a partir de los planos entrañables, existenciales, en los cuales un anciano se pierde en la inmensidad del sol, batuta en mano. Su garbo, su clase, lo acompañaban en el más escarpado de los destinos. Marcos no solo aparece en este documental, sino que es parte de la memoria de muchos. Pensar en las calles de Caibarién es verlo. Julio César Alonso Aude, entrevistado por el Yuca, lo dice en una frase: así son los artistas.

Para cualquiera que haya conocido la ciudad de Caibarién en las últimas décadas, habrá siempre una estampa en la cual camina el hombre cansado, pero firme, que sostiene el destino de la cultura en sus manos.

El documental cierra con ese sabor. Quizás con la interrogante de ¿qué va a ser de nosotros? Hay un legado en la Banda de Conciertos, en los amigos, en los alumnos y los seguidores, en las personas que lo llevan como uno de los más elementales sujetos de la historia reciente. La savia de los grandes deja esa sensación de vacío, esa existencia incompleta en la cual se siente el peso de la soledad. El Yuca ha sabido vertebrar una pieza que quedará para ser recordada, para la consulta, el respeto. El papel de un documental es agotar el tema en cuestión, dejarlo seco, ahondar en su cauce. Aquí se tiene la certeza de que queda mucho, pero deberá ser contado de otra manera. El rostro de Urbay y la ciudad como entorno traspasan la mera existencia del celuloide y nos traen la verdadera mirada de un realizador experimentado, que supo valorar lo que en apariencia no era trascendente. Así hay que ver esta pieza que con razón ha merecido el Premio Especial del Cubadisco, junto a un trabajo de recopilación de partituras arregladas por el maestro Marcos. La cultura cubana reconoce que depende de la memoria y que solo se hace camino, cuando se mira con objetividad hacia el pasado mejor.

Marcos Urbay, un obrero de la música, recibe el reconocimiento luego de que registrara los últimos tiempos de la vida de un genio y colocara esas matrices en el código más sencillo y honrado posible. Se trata de realzar a quien lo merece y nada más justo que buscar en las entrañas de los pequeños pueblos. Cuando la lluvia caiga sobre Caibarién, dentro de treinta años, hay que ir a la obra del Yuca y conversar con el maestro Urbay. Allí, en ese universo eternizado, reside la visión inmortal de quienes conocen cuáles son las funciones del arte. Buscar un sentido de la vida y aferrarse a ello, darlo todo, desgastarse en esa persecución de la luz y morir en medio de las brasas del hallazgo.

Cuando uno se pregunta de qué sirve documentar la existencia de los grandes, enseguida aparecen el tiempo y su peligrosa desmemoria. La oquedad y el vacío dan importancia a la búsqueda, a la construcción de piezas que rescaten y que llenen las insuficiencias de la desinformación y de la insensibilidad. Este documental es un ejemplo de cómo debemos proceder ante figuras de una tremenda talla, que sin embargo permanecen en el más injusto de los silencios.

Hay otras visiones ocultas en los pequeños pueblos cubanos que merecen una mirada de escalpelo. Más que la vida de un genio, Cuba requiere del realce de sus hijos y el resurgimiento de la memoria. El Yuca pudiera ayudarnos en este rescate azaroso. No solo por la pericia técnica demostrada, sino porque así no muere lo mejor de todos nosotros.

De tal manera desea el destino que sean recordados nuestros grandes sucesos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *