Internacionales

La bolsa o la vida

Hace casi 300 años, el escritor Jonathan Swift publicó un ensayo que sacudió la sociedad irlandesa. Haciendo gala del más corrosivo humor negro, se empeñó en demostrar que, si cada campesino criaba a un hijo para venderlo como alimento de los terratenientes, era posible resolver la crisis económica de su país.
O sea, vender un hijo destazado en cuartos «como si fuera ganado» no solo resolvería ciertos problemas de oferta, sino que así los campesinos obtendrían suficientes ingresos para pagar el arriendo y criar con decencia el resto de la prole.
Han pasado muchos años, pero aún se mantiene incólume la esencia que dio origen a ese ensayo. Estados Unidos en estos días amaneció como el país con más enfermos de la COVID-19, el doble de los que tenía hace una semana; pero, hasta ahora, las medidas tomadas no logran evitar la propagación exponencial del virus, y sí apuntalar una bolsa de valores que días atrás iba en caída libre.
Ante la disyuntiva que muchas veces vimos en películas o caricaturas, donde un ladrón apunta con una pistola y da a escoger entre la bolsa o la vida, cualquiera optaría por la vida, excepto si eres el presidente de Estados Unidos.

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Más claro no ha podido ser Trump. Para hacer que la gente vuelva al trabajo y se reactive la economía, acude a la banalización de la enfermedad. A riesgo de que se contagien millones y haya miles de muertes adicionales, no solo llega a comparar a la covid-19 con la gripe común o los accidentes del tránsito, sino que hasta se inventa tratamientos sencillos para su cura.»  «¡Eah!, parece decirles a sus compatriotas, «¡de vuelta al trabajo, que solo es un simple catarrito!
Otras voces se han alzado para secundar a Trump. Por ejemplo, el vicegobernador de Texas lanzó una patética soflama donde afirmó conocer de abuelos dispuestos a sacrificar sus vidas para salvar la economía. Ciertamente, en su tiempo, Swift escandalizó con la metáfora de vender carne de niños para alimentar a los ricos; pero ahora «y también para alimentar a los ricos», el vicegobernador de Texas propone reciclar abuelos como si estos fueran productos en fecha de caducidad o aparatos con obsolescencia programada.»  » 
Hace unos días, cuando aún era incipiente la propagación de la enfermedad, participé en un arduo debate en Facebook. Mi punto de vista era sencillo: si en Estados Unidos la medicina es un negocio, no esperes que prime la solidaridad; eres la profana demanda ante la oferta que hace el sistema. ¿Y qué pasa cuando la demanda sobrepasa la oferta? Ya hay ejemplos concretos. Días atrás el gobernador de Nueva York lanzaba duras críticas, pues la crisis había disparado el precio de los ventiladores pulmonares de 16 000 hasta 40 000 dólares por unidad.
Un sistema que trabaja bajo principios de costo y beneficio, en primer lugar, procura maximizar su eficiencia económica. Los gastos para enfrentar eventuales pandemias lo contradicen: serían inversiones de alto riego, con muy inciertas tasas de retorno.
De hecho, prima un control sobre la oferta médica, lo cual no solo se ve en los altos precios de una simple prueba diagnóstico de la covid-19 «diez veces más cara que en España, donde ya es cara», sino también en las restricciones que ese país impone para evitar la formación excesiva de galenos. A los interesados en abundar sobre cómo funciona el sistema de salud estadounidense, yo les recomendaría ver el documental Sicko, del cineasta Michael Moore.
Pero bueno, en aquel debate de Facebook recibí una avalancha de críticas. Dijeron que, ante cualquier urgencia, el sistema atendía primero, y solo después preguntaba por el pago; dijeron que hay ciertos programas de ayuda a personas insolventes y estas no quedarían desamparadas; dijeron y dijeron, y yo, viendo cómo hoy se pintan las cosas, quizá nunca he tenido más ganas de estar equivocado.
Pero es que no solo una lógica económica es la que finalmente les determina el sistema de salud doméstico, detrás hay un proceder siniestro que también tratan de imponer al mundo. Recientemente vimos cómo Estados Unidos ha hecho un llamado a otros países para que estos no reciban colaboración médica cubana.
Y, ciertamente, es difícil hallarle una explicación racional a tal demanda, pero es obvio que la solidaridad no resulta buena para la bolsa. Desde luego, no descarto que también les abochorne el ejemplo de un país pequeño y criminalmente bloqueado por ellos, que de pronto los supera en importantes indicadores de salud como la esperanza de vida y la tasa de mortalidad infantil. Si esto último fuera el caso, quizá no todo está perdido: al menos les quedaría un poco de vergüenza.

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